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Rafael Simón Gil

El ocaso de los dioses

Rafael Simón Gil

Bill Gates se divorcia y ustedes dos pagan más impuestos

Melinda Gates y Bill Gates.

Confieso con absoluto desapego, libre de cualquier frivolidad, que la vida privada de la gente -excluidas las personas a las que me unen lazos afectivos- no me importa nada. De hecho, y para evitar cualquier tipo de vírica infección circunstancial, las cadenas de televisión que se encargan de contar cómo vive la gente, sus miserias, sus éxitos o fracasos, su vida sentimental y hasta sus filias o fobias sexuales, están preteridas de mi mando a distancia. De tal suerte que si por error o curiosidad malsana pulso el botón prohibido que conecta con algunos de esos canales, me produce una poderosa descarga eléctrica acompañada de la irrupción en pantalla de un telepredicador americano vestido con chaqueta fluorescente, zapatos de piel de caimán, calcetines de seda blancos, sortija piramidal de oro de 14 kilates, peinado tupé a la laca y un bisbiseo recurrente (como las sirenas helénicas) que puede conducirte a la locura si no desconectas a tiempo (hay otra versión más inhumana, en caso de reincidencia, en la que el telepredicador muda en Fidel Castro declinando uno de sus eternos discursos; pero ya les digo que esta versión está perseguida por la ley dada su extremada crueldad).

Sentados los precedentes, y en voz baja, confieso que me he enterado de que el magnate globalista y filántropo Bill Gates (puertas, por sus siglas en inglés), el hombre que tras el virus chino nos salvará junto a los chinos del virus chino, se ha divorciado de la filántropa Melinda, su mujer, tras 27 años juntos. Melinda, después del disgusto, ha alquilado una isla privada por el razonable precio de 132.000 dólares la noche con el fin de que la muchedumbre a la que filantropa, no la atosigue. Y como no podía ser de otra manera, dado el carácter generoso de la pareja, lo anuncian en Twitter con una frase que de haberla escrito cualquiera de ustedes dos les habría supuesto su inmediato procesamiento por la subida de glucosa que produce nada más leerla. “Ya no creemos que podamos crecer juntos como pareja”. Y eso que al telepredicador lo tengo encerrado en su lámpara junto al Aladino Fidel. Válgame el cielo, o el infierno, si el neolenguaje de la corrección política no ha alcanzado su cima con esta exposición de motivos tan almibarada de Melinda y Bill. Porque, qué quieren que les diga, muchos, muchas y muches se habrían despachado con un sencillo “estaba hasta el pelo del telepredicador; mi marido no paraba de buscar la dirección del peluquero para hacerse un injerto y yo prefería la sortija piramidal con la esfinge de Keops para venderla en el rastro”; “no pudo ser, de ahí que nos haya sido imposible crecer todos juntos: el telepredicador, el peluquero, el anillo del faraón, mi marido y yo. Confiamos en que nos comprendáis”.

Mas no alberguen esperanzas en este devenir de parejas filántropas, atribulados dos lectores. Si Melinda lame sus heridas a 132.000 dólares la noche -más los gastos propios de estas clases medias-, las clases medias de España podrán lamer las suyas pagando 80.000 mil millones de euros más en impuestos. Todo queda compensado: mientras los nuevos amos del universo, filántropos reconvertidos, se plantean cómo gestionar su modesto plan de pensiones (un patrimonio cercano a los 124.000 millones de dólares), alguna de ustedes dos, clase media-media reconvertida en media-baja, se replantea cuánto tendrá que descontar de su cesta de la compra al tener que hacer frente al hachazo fiscal que alimenta este Gobierno. Y lo más cínico-trágico es que cuando piden más impuestos y protestas, te dicen si es que no quieres mejor sanidad. Sí, la queremos, pero no queremos el muy voluminoso, indecente gasto público político que alimenta a ese monstruo llamado Administración. ¿Va a desaparecer alguna TV pública de las muchas que arruinan a nuestras autonomías; algún chiringuito para amiguetes; algún que otro ministerio del que hasta la fecha no sabemos si trabaja; menos asesores; más control sobre empresas públicas llenas de amiguetes; alguna rebaja del número de empleados públicos diferentes sobre materias iguales triplicando nuestra monstruosa burocracia? No; y no es no; ¿o que parte del no aún no han entendido, zoquetes?

Pero como España es rica gracias a los impuestos que ustedes pagan, al Gobierno Sánchez se le olvida solicitar a la UE ayudas contra los daños ocasionados por el temporal “Filomena”. Será porque nuestra abultada Administración, nuestro hiperbólico Gobierno de 23 ministerios y 300 vicepresidencias no ha tenido tiempo de meterse en el problema. ¿Y saben por qué? Porque no es su problema, sino el de los damnificados por Filomena. Al tiempo de conocer esta insólita noticia, Bruselas multa a España con 15 millones de euros por no proteger el uso de datos personales (policiales, fiscales, judiciales) al no haber adaptado las directivas europeas. ¿Saben por qué? Porque la multa no la paga el Gobierno, sino ustedes. Ahora se comprende mejor la nueva requisa fiscal que nos viene. Y además se trata de impuestos igualitarios. Paga igual el millonario que conduce por la autovía que el agricultor que lleva sus ajos al mercado. Igualitario, solidario, sostenible, transversal, ecológico y progresista. En fin, voy a preguntarle a los abogados de Bill si abren las gates giratorias que les permitan a ustedes dos no evadir impuestos, sino evadirse de este infierno. De momento estoy mirando precios de islas para relajarse. ¿La isla de las tentaciones, quizá? Vaya por Dios, he tocado el maldito botón y acaba de salir en la TV el predicador de la laca y su peluquero. A más ver.

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