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Miguel Ángel Santos Guerra

Elogio de la debilidad

COMUNIDAD VALENCIANA.-Cvirus.- Más del 50% de los pacientes covid críticos sufren delirium y debilidad muscular, según los expertos

Vivimos en una sociedad en la que se admira y se cultiva la fuerza. La fuerza física, la fuerza política, la fuerza económica, la fuerza intelectual, la fuerza psicológica. Nadie presume o alardea de fragilidad.

  • Hay que ser fuertes, decimos, ante cualquier adversidad.

Habitamos un mundo en el que solo hay ojos para los ganadores, los perfectos, los que llegan a sobresalir, los destacados, los sobresalientes, los que no tienen defectos psíquicos o físicos.

Los medios de comunicación se preocupan solo de quienes han triunfado, de los fuertes, de los poderosos, de los que han alcanzado la cumbre del éxito, de los que sobresalen por algún talento. Pocas veces se acuerdan de los débiles, de los que fracasan, de los que son diferentes porque no llegan a eso que, tantas veces de forma discutible, consideramos normalidad.

Hoy se entrena el cuerpo para que adquiera vigor y quienes tienen una constitución física endeble parecen ciudadanos de segundo rango. Lo mismo digo de la fortaleza económica. Quien no tiene dinero se enfrenta al mundo en condiciones de inferioridad. Qué decir de la anormalidad psíquica o física. Salirse de lo normal es un hándicap a veces insuperable.

Pues bien. Pondré hoy la mirada en las personas frágiles, en las personas débiles, en las personas imperfectas, en las que tienen que sortear los vericuetos de la anormalidad.

Y lo haré apoyándome en tres obras que acabo de retirar de los anaqueles de mi biblioteca porque, en algún momento, las leí y ahora han asaltado mi memoria. La primera se titula “Elogio de la debilidad”. Se trata de un curioso libro. Está escrito por Alexandre Jollien, un joven francés, paralítico cerebral que, después de permanecer durante diecisiete años en un centro especial, estudió filosofía en la Universidad.

La estructura literaria es muy original porque toda la obra es un diálogo del filósofo Sócrates con el autor de la obra. Alexandre y Sócrates van alternándose en el uso de la palabra y explorando los recovecos del alma del joven paralítico cerebral. Las fronteras entre normalidad y anormalidad, concluyen, son mucho más difusas de lo que podríamos suponer.

En uno de los pasajes de la obra le cuenta Alexandre a Sócrates: “Siempre recordaré a una educadora que, después de haber consultado un libro de divulgación psicológica quiso, a toda costa, reunirnos en la sala. De entrada, ya solo ver los preparativos, ya era divertido. Con las orejas alzadas como conejos, nos preparábamos para ser testigos del acontecimiento del siglo. La decepción fue enorme. La eminente freudiana, conocedora de los secretos del alama humana, nos exhortó a asumir la aflicción de nuestra vida… Querer convertir nuestro caso particular en un hecho sin salida, significaba que no había entendido lo que el libro pretendía enseñar. Esperaba que nos diéramos cuenta de nuestra fragilidad física, que fuéramos conscientes de la precariedad de nuestro futuro. Pero peor no podía haberlo hecho. Éramos conscientes de nuestra debilidad, de la singularidad de nuestra situación, de la incertidumbre de nuestro porvenir. “Tú nunca serás Maradona”. Esta es la frase con que me sentenció. Mientas yo, en mi interior pensaba: “Me importa un bledo Maradona, persigo otro ideal”.

La segunda obra se titula “El arte de la fragilidad”. El autor es un profesor de Instituto, que trabaja con adolescentes y que explora con tino sensibilidad en los vericuetos del alma de los jóvenes.

Dice el profesor en un capítulo titulado “El arte de ser frágiles”: “Un día soleado por el calor, a la sombra de un árbol inmenso que nos protegía con su benéfica sombra, una alumna me preguntó en qué empleaba mi vida. Le contesté, mientras le tendía una flor del campo, una margarita diminuta: “En defender la belleza de las cosas frágiles”.

A continuación el autor nos invita a valorar la fragilidad: “Vivimos en un época en la que solo tenemos derecho a vivir si somos perfectos. Cualquier debilidad, cualquier defecto, cualquier fragilidad parece estar prohibida. De la tierra de los equivocados se escapan, temporalmente, aquellos que se mienten a sí mismos construyendo corazas de perfección, pero hay otra forma de ponerse a salvo y es construir otra tierra, fertilísima, la tierra de aquellos que se saben frágiles”.

El tercer libro se titula Biografía del fracaso”, de Luis Antonio Villena. En él se ocupa, después de plantear algunas reflexiones sobre el tema, de la historia de algunos personajes célebres que se convirtieron en grandes fracasados. Se puede ser famoso, se puede haber llegado al éxito y, sin embargo, ser un auténtico fracaso en la vida. Villena nos cuenta, entre otras, la historia de Caravaggio, de Paul Gaugin, de Rimbaud, de Scott Fitgeral, de Luis Cernuda y de Jim Morrison.

Existe un tipología razonada del perdedor: el que no pudo, el que no quiso, el cobarde, el excesivo, el aceptador, el comprado. El perdedor es alguien que no se ajusta. El ganador acepta el orden.

Hay quien fracasa en el amor y tiene éxito en el trabajo. Y viceversa. Los grandes fracasados viven un desastre total. Hay quien tiene un éxito razonable pero se consuela con aquel pensamiento del profesor John Kenneth Galbraith: “Aunque todo lo demás nos falle, siempre podemos asegurarnos la inmortalidad cometiendo un error espectacular”.

Algunas personas pierden cuando ascienden, cuando se venden, cuando suben por las laderas de la maldad. Groucho Marx decía: “He escalado las más altas cimas de la miseria”. También los peces, según observa Maurois, cuando mueren ascienden a la superficie y flotan en ella. Es una forma de caer.

¿Se puede ser humano sin fracasar? ¿Se puede triunfar sin ser un canalla, se pregunta Luis Antonio de Villena. También escribió Cioran: “Cada ser es un himno destruido”.

Siempre he pensado en la suerte de los perdedores, en su condición de silenciados, de invisibles. Pienso en el último de la clase, en los derrotados en las elecciones, en la oveja negra de la familia, en el perdedor de la carrera, en la anciana solitaria, en el paciente con una enfermedad rara, en la persona con el síndrome de Asperger, en la niña autista, en la fea de la pandilla, en los que fracasan en las oposiciones, en la mujer maltratada, en el médico que se equivoca en una operación, en la escritora a la que le cierran la puerta todas las editoriales, en el hermano torpe, en el zoquete de la clase, en las personas con un trastorno de personalidad, en el niño enclenque, en el homosexual del equipo de rugby, en la profesora despreciada por los alumnos y las alumnas, en la persona rechazada en las relaciones que emprende, en el empresario que tiene que cerrar, en quien tiene un defecto físico que no puede ocultar, en los desheredados de la tierra…

El coronavirus nos ha venido a recordar que somos más frágiles de lo que pensábamos. Como individuos y como sociedad. Un virus minúsculo y desconocido ha puesto en jaque el mundo entero, ha matado a millones de personas y ha sembrado el miedo en nuestros corazones.

En esta sociedad en la que solo cuenta el éxito, la fortaleza, la perfección, en la que o se es primero o no se es nada, en la que el esfuerzo tiene poca importancia comparado con el logro, en la que todo vale para llegar a triunfar, quiero rendir un homenaje a todos los fracasados y fracasadas de la historia, a quienes se sienten débiles sin serlo y a quienes lo son sin haberlo descubierto, a quienes se sienten frágiles y a quienes viven penosa (y no felizmente) como diferentes.

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