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Rogelio Fenoll

Un buen mal día

Franco Battiato

El martes nos levantamos con la triste noticia de la muerte de Franco Battiato, pero yo me llevé una grata sorpresa, de esas que tópicamente decimos que nos hacen recuperar la fe en la gente, pese a la pena que me embargó por su desaparición. Ignoraba que en este país se apreciara tanto el arte del multifacético artista siciliano. Yo vivía sus canciones como una especie de placer culpable, pues confesar que te gustaba era a menudo motivo de mofa. No hace mucho, las redes se llenaron de nuevo de memes y burlas del cantante, uno de esos absurdos revival digitales en los que unos copian a otros para que los otros piensen que son muy graciosos. Con el paso del tiempo, Battiato se convirtió para muchos en una caricatura. Se parodiaban sus canciones, sus melodías, sus letras, sus trajes, su forma de moverse sobre el escenario; se reían de su nariz, de sus gafas o de su pelo. Por eso, escuchar de nuevo sus canciones en la radio, en los noticiarios, leer sentidos e inesperados homenajes, reivindicaciones de su poesía, intentos de desciframientos de su misteriosa obra, de su capacidad para unir alta cultura y cultura popular, fue asombroso y placentero, pese a que solo nos acordemos de los buenos cuando se van. Hasta su paso por Eurovisión se trató con respeto. Sin embargo, apenas se ha recordado un hecho que no me resisto a rememorar. Hace ocho años fue nombrado consejero de Turismo de su región, sin sueldo, lo que ya molestó a sus nuevos compañeros, profesionales de la política. A los cinco meses, cuando una nueva ola de corrupción avergonzaba a sus paisanos, no se mordió la lengua y con esa cara de no haber roto un plato dijo, refiriéndose a sus «colegas»: «esas putas que se encuentran en el Parlamento serían capaces de cualquier cosa, harían mejor abriendo un prostíbulo». Fue destituido de inmediato. Cómo no íbamos a quererlo.

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