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Fernando Ull

EL OJO CRÍTICO

Fernando Ull Barbat

La caza del hombre

Con Iglesias afloraron como nunca los sentimientos racistas y clasistas que la derecha española guarda en su ADN sin que los años de democracia hayan podido extirpar

Pablo Iglesias en su primera imagen sin su icónica coleta.

Con la renuncia de Pablo Iglesias a ocupar su escaño de diputado en la Asamblea de Madrid y a la dirección de Unidas Podemos, la izquierda española cierra un ciclo y abre otro nuevo. Pablo Iglesias tuvo el acierto de conseguir que votasen esa parte del electorado de izquierda desencantado y abstencionista que por el motivo que fuera no votaba ni siquiera a Izquierda Unida. A excepción de las dos legislaturas de Zapatero, el siglo XX se estaba decantando claramente a la derecha por la desunión de la izquierda y porque las nuevas generaciones de votantes progresistas no se sentían representados por ningún partido político. Sólo en las CCAA donde existían partidos nacionalistas, algunos de esos votantes abstencionistas acudían a las urnas para apoyar a la izquierda nacionalista. Este candado electoral se logró abrir, para beneficio de la izquierda, gracias a la aparición de Podemos. La suma de PSOE con Unidas Podemos más el apoyo mayoritario de otras fuerzas políticas con escasa representación en el Congreso de los Diputados consiguió romper la dinámica de esas mayorías de derechas que se habían impuesto gracias a la fidelidad del electorado conservador y su tradicional pánico a un Gobierno de izquierdas.

Cuando Pablo Iglesias dimitió de la vicepresidencia del Gobierno para tomar las riendas de la formación morada en las elecciones madrileñas ya llevaba varias semanas insinuando que su abandono de la primera fila política estaba próximo. En ese momento Iglesias ya sopesaba dejar la política. Una sucesión continua de ataques personales a su entorno familiar, su casa y su esposa, terminaron por inclinar la balanza. Iglesias tuvo que decidir entre la política o que sus hijos tuviesen una infancia normal. Nunca en la historia de la democracia española se había dado una caza humana en la vida política como se ha hecho con Pablo Iglesias. Habría que remontarse a la Segunda República para encontrar un odio parecido al que se ha generado contra Iglesias. Quizá se podría comparar, en cuanto a odio generado y modo de expresarlo, a Manuel Azaña o Juan Negrín. 

Podría entenderse la crítica firme al ideario de un político que se equivocó muchas veces en la forma de plantear sus propuestas, pero en vez de ello, y casi desde su aparición en el foro político y mediático, Iglesias comenzó a ser víctima de un odio visceral por parte de la derecha mediática y política más rancia, cercana a la extrema derecha, que se centró en su manera de vestir, en si llevaba el pelo largo o corto y en si vivía en un barrio u otro. Con Iglesias afloraron como nunca los sentimientos racistas y clasistas que la derecha española guarda en su ADN sin que los años de democracia hayan podido extirpar.

Ya se sabe que para la derecha española la gente con ideas de izquierda tiene que vivir en pisos sucios, pequeños y con poca luz natural, hablar como lo hacían en las películas de los años 50 (bajo el franquismo) los actores y actrices que imitaban a personas de pocos recursos y si alguno quiere hacer política se le deja expresar sus ideas, pero siempre dentro de un orden que es, por supuesto, el que la derecha establece.

Desde algunos medios de comunicación de extrema derecha con sede en Madrid, prensa escrita y digital pero también cadenas de televisión, se llevó a cabo un proceso difamatorio plagado de insultos de todo tipo que pretendió crear alrededor de la figura de Pablo Iglesias un mantra de mentiras dirigidas a menoscabar su papel político, pero también su ámbito personal. Es decir, se le atacó por todos los medios posibles. Se dijo que su padre había sido miembro del Grapo. Que su esposa, Irene Montero, una choni ex cajera de supermercado, era ministra por haberse “agarrado a una coleta”. Su domicilio, una casa rústica en el campo a 33 kilómetros de Madrid, se convirtió a ojos de la caverna mediática en un chalet de lujo propia de un marajá. La cuidadora de sus hijos era perseguida por la calle por seudo periodistas. El diario El Mundo, hace unas semanas, culminó su persecución obsesiva publicando en su edición digital un reportaje sobre la forma de vestir de Pablo Iglesias con una sucesión interminable de fotografías del expolítico y su correspondiente crítica de la ropa que llevaba. También este periódico publicó un execrable reportaje, digno de ganar el premio Pulitzer, en el que una chica que había sido alumna de Pablo Iglesias aseguraba que había intentado ligar con ella en un bar.

Pablo Iglesias, al que estos medios de comunicación, así como sus columnistas, nunca llamaban por su nombre si no con los apodos de el coletas, el moños o el rata, llegó a la conclusión de que no merecía pagar un precio tan alto por dedicarse a la política. Continuar hubiera supuesto condenar a sus hijos a ser los siguientes en ser objetivo de los insultos y las mentiras.

Eisenhower, el que fuera presidente de los EEUU y comandante en la Segunda Guerra Mundial, dijo que los alemanes necesitarían al menos cincuenta años para asimilar los principios democráticos y olvidar el nazismo. La derecha española lleva cuarenta años viviendo en democracia y aún no lo ha conseguido.

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