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Juan Carlos Padilla Estrada

LAS CRONICAS DE DON FLORENTINO

Juan Carlos Padilla Estrada

Los médicos seremos sustituidos por robots

Los médicos seremos sustituidos por robots

Año 2049.

Médico, escritor y autor del libro El siglo de los indomables

J.C.P. se levanta a las 7:55. Ha pasado mala noche, su esposa L.M. lo nota caliente y ha aparecido una tos de mal aspecto. Mientras desayuna comienza a tiritar y le duele mucho el costado izquierdo.

JC abre su ordenador y conecta con la aplicación “doctor en casa”.

─Reláteme los síntomas, JC.

El presunto paciente le cuenta, un poco atropelladamente, sus sensaciones.

─Ahora pose su dedo sobre el receptor de su teclado. Así… Y ahora acerque su pecho al micrófono del ordenado. Así, muy bien… Aguarde un instante, por favor.

El ordenador comienza a mostrar en su pantalla imágenes idílicas de la Polinesia y poco más de un minuto después, una cara cibernética sonríe mientras le explica a JC su presunto mal:

─Nuestros algoritmos muestran una probabilidad del 94.5% de que usted padezca una neumonía en su pulmón izquierdo. El germen causante probablemente sea un Streptococo Pneumoniae, en un 73%. Y para resolver el caso necesitará tomar antibióticos. ¿Es usted alérgico a algún fármaco, JC?

─No, que yo sepa.

─Muy bien –la cara no deja de sonreír, aunque sus labios se mueven acompasadamente a sus palabras.─ En tal caso le recomendamos que tome usted un medicamente llamado Megafloxacino de 200 miligramos, un comprimido diario durante 7 días. Puede usted imprimir la receta que le enviamos en este instante. ¿Tiene usted alguna duda?

JC se para a pensar. Está acostumbrado a subir en taxis autónomos, acude con regularidad a restaurantes donde le sirve un autómata, en su oficina bancaria es un robot el que se encarga de sus cuentas y sus inversiones, hasta tiene confianza en los policías robóticos que gestionan la seguridad de su barrio… pero dejar su salud en manos de una máquina… Algo le rechina… echa de menos la mirada de su médico, su contacto, sus palabras basadas en el saber de su experiencia, ese gesto que tantas veces antes le aportó tranquilidad…

─Y si no fuera bien… ¿qué he de hacer?

La respuesta no se hizo esperar. Con la misma sonrisa, el robot respondió:

─En tal caso le recomendamos que consulte con un médico especialista.

─¿Humano? –La pregunta surgió casi clandestina.

El robot, sin perder la sonrisa, se limitó a cerrar la sesión:

─Doctor en casa le desea un pronto restablecimiento.

 

Esta escena futurista no está muy alejada de lo que, con certeza, será. Y no solo en el campo de la medicina: la mayoría de las actividades humanas se verán artefactadas por la inteligencia artificial. Y está ahí, a la vuelta de la esquina. La llamada quinta revolución industrial nos va a afectar a casi todos. Pero, como siempre ha sucedido a lo largo de la historia, de cómo la afrontemos dependerá en buena medida nuestro futuro.

Está claro que las actividades mecánicas, rutinarias y repetitivas serán las más fácilmente suplantadas por robots. Y las menos cualificadas. Pero eso es a la vez una oportunidad. Si aportamos un valor añadido a nuestras actividades, será más difícil que las realice un robot.

Se me ocurren muchos ejemplos: Un robot podrá ejercer de dependiente de una tienda de ropa, pero no podrá aconsejar al cliente sobre estilos ni será fiable su opinión acerca de cómo le queda un determinado vestido. En el ámbito médico estamos viendo como los robots dominan los algoritmos, que es un sistema al que estamos muy acostumbrados los médicos, porque es lo que estudiamos. Y en la toma de decisiones basadas en esos árboles puede que nos superen pronto, como de hecho ya estamos vislumbrando. Pero en lo que jamás un robot médico podrá aventajar a un doctor humano es en la empatía, en la compasión, en el poder tomar la mano de un enfermo y confortarle, en elegir esa palabra o esa mirada que complementa el tratamiento, en eso que se ha venido llamando –desde los tiempos de Hipócrates─ “arte de curar” y que solo la experiencia y la humanidad proporcionan.

Es cierto que se está ya hablando del concepto de “computación afectiva”, que es la posibilidad de que una máquina sea capaz de desarrollar empatía, también conocida como inteligencia artificial emocional. Ya existen algoritmos que detectan microexpresiones faciales para conocer el estado emocional que han demostrado ser más efectivos que los humanos. Quizá es en eso en lo que los humanos hemos de hacer un soberbio esfuerzo para seguir por delante de los robots, ya que en otros terrenos tenemos la partida perdida de antemano.

Bienvenidos los robots si descargan a los humanos de las tareas penosas, repetitivas, burocráticas. Pero dejemos en manos de piel y huesos aquellas funciones que precisan esa chispa que las distingue, esa emoción que las ennoblece y ese valor añadido que imposibilitará, por siempre, que nadie más que un humano las lleve a cabo.

Ese es el reto, uno de los retos, de las próximas décadas. 

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