No seré yo quien dude de la importancia del compromiso que la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, tenía ayer en Toledo junto al presidente Sánchez y la ministra Reyes Maroto. Pero el desembarco de cargos del Gobierno para la presentación de una fábrica de generación de hidrógeno en el feudo de Emiliano García-Page, contrasta con el ninguneo al que han sido sometidos los 4.500 regantes de la Comunidad Valenciana, Murcia y Almería que han llevado a la capital su reivindicación del mantenimiento del trasvase del Tajo. Es obvio que da más gusto anunciar inversiones millonarias que comerte el marrón de atender a unos manifestantes a los que no vas a dar más solución que la que lleva dando Teresa Ribera cada vez que se le pregunta: ¿Queréis más agua? Pues a regar con agua desalada, aunque sea más cara. Nadie esperaba que los agricultores que se han levantado a las tres de la madrugada para hacer algo de ruido en Madrid (poco, porque les habían limitado la protesta a 10 camiones y 15 tractores), recibieran garantías de agua infinita, pero, hombre, de ahí a pasar de ellos tan olímpicamente, va un trecho. Nadie del ministerio, nadie, estaba allí para escuchar a los regantes, ni ella ni su segundo Hugo Morán, ni el tercero... La verdad es que no los han recibido nunca, pero, después de que a la ministra se le haya llenado la boca hablando de las fluidas relaciones que mantiene con ellos, una esperaba, bendita ingenuidad, que al menos diera la cara. Ella, o alguien del ministerio por encima del conserje. ¿Saben quien sí apareció por allí?: el secretario general de Vox, Ortega Smith, azuzando a los manifestantes con que mientras a ellos les quitan el agua, en Marruecos cada vez plantan más lechugas. Y luego nos extrañamos de lo que pasa en las elecciones.