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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Indulto

Las condenas fueron excesivas y, en algunos aspectos, dudosas. De entre las posibilidades interpretativas que tenían los Tribunales se optó casi siempre por las más duras

Líderes independentistas en el juicio del procés

Este es uno de esos artículos que preferiría no escribir, porque la honestidad exige hacerlo desde la inseguridad. Defienda lo que defienda, suceda lo que suceda, alguien podrá argüir que de haber hecho otra cosa el resultado último hubiera sido más feliz: cuando el toro ha pasado todos son muy valientes. En estos tiempos de incertidumbre existencial y de certidumbre aparencial absoluta, esta postura es molesta, para el autor y para el lector. Pero si renuncio a esta navegación por aguas revueltas mejor me dedico a las jaculatorias en la red. Y eso nunca. En fin, para tratar de poner orden haré algunas precisiones:

1.- Ninguna simpatía me merecen los políticos catalanes condenados por sus actividades en favor de un proceso forzado e inconstitucional. Me parecen un grupo de aventureros, incapaces de sentir más empatía por su pueblo que por sus ideas; que se sienten más seguros en sus beaterías que en comprender que la ruptura de la cohesión es un pecado muy grave. A veces me recuerdan a Vox en su desprecio por la fuerza democrática de lo institucional y por ser capaces de desgastar toda expresión de lo cívico con tal de avanzar un par de centímetros en la exaltación de su bondad. Han ofrecido la peor versión del nacionalismo: la que es incapaz de mostrar respeto con el discrepante.

2.- Las condenas fueron excesivas y, en algunos aspectos, dudosas. De entre las posibilidades interpretativas que tenían los Tribunales se optó casi siempre por las más duras. Las críticas de prestigiosas ONGs y organismos europeos han abundado en esta idea. Y aún pueden poner al Estado español en algún brete jurídico. Igualmente, la falta de habilidad para jugar con los permisos penitenciarios sólo puede entenderse desde un afán por manifestar una voluntad rocosa que deje sin resquicio la restauración de la convivencia. Puede decirse que esa no es la misión del Derecho: será un argumento dudoso, precisamente porque el Derecho, como ordenamiento, posee algunos criterios interpretativos que no deben eludir, por ejemplo, el Preámbulo constitucional que fija como fin de la Constitución esa convivencia. Estoy convencido de que no son presos políticos en el sentido en que el Derecho civilizado ha ido acuñando el concepto. Pero también lo estoy de que no son presos similares a los que permanecen encarcelados por otras muchas causas: no es que sean mejores ni, desde luego, tengan más dignidad, pero los delitos cometidos entroncan con procesos de gran complejidad a los que una justicia incardinada en una Constitución material viva no puede olvidar, lo que implica ampliar el foco de las causas de justificación de los indultos, esa figura jurídica que no implica juicio moral.

3.- Los indultos, residuo de la antiquísima concepción de gracia, están atribuidos en nuestro ordenamiento jurídico, exclusivamente, al Poder Ejecutivo -aunque pueda ser estimulado por el Legislativo o el Judicial-. La apelación constitucional a una potestad regia, no hay duda, es puramente simbólica, en el sentido de que la norma que acuerde el indulto debe ser firmada y promulgada por el Monarca. El Rey, por lo tanto, no puede negarse. Pedírselo desgasta a la Corona, y el arrogante que lo pide deberá demostrar cómo sabe que el Rey no está de acuerdo con el indulto. La ley prevé el informe no vinculante del TS, que ya se ha producido y en el que, de nuevo, no intenta usar un lenguaje que tranquilice sino que vuelve a emplear un estilo agresivo e inquietante, extralimitándose en sus funciones en algún punto, confiados en que nadie les pedirá cuenta por ello, siendo jaleados por los mismos que impiden la renovación de los órganos de gobierno judiciales con el resultado de la perpetuación de una casta judicial cada vez más escorada ideológicamente y, por lo tanto, más deslegitimada.

Dicho lo cual afirmaré que el indulto, a reserva de conocer su contenido total, pues puede modularse, me parece el mal menor de entre todos los instrumentos que el Gobierno del Estado dispone. Porque, en realidad, el otro instrumento es la pura pasividad, que es, junto al desquiciado bandolerismo político del soberanismo catalán, lo que nos ha traído a esta situación. Cabe, pues, el empantanamiento infinito en esta situación o intentar, asumiendo grandes riesgos, dinamizar la situación. No es casualidad que a alguna de las expresiones del independentismo les haya alarmado el posible movimiento de ficha. Saben que la “amnistía” general no es constitucionalmente posible, y que de “concederse”, sería una gran victoria moral porque el Estado se habría rendido, violando su Constitución. Sin embargo, el indulto, que conserva la memoria del delito pero muestra la magnanimidad del poder, puede hacer que una gran parte del electorado catalán, que ya no es mayoritariamente independentista pero que no desea ver a algunos de sus líderes en prisión, se active a favor de posiciones más dialogantes, obligando a la Generalitat catalana a imaginar nuevas opciones. No creo que el indulto vaya a arreglar todo, pero sí que sin los indultos la situación sólo puede ir a peor: otra vez un escenario de pasividad invita a tensiones que, tarde o temprano, acabada la moratoria covid, generarán tensiones institucionales y callejeras de imprevisible resultado.

La derecha, obviamente, no quiere esto -el indulto, que las revueltas ya le vendrían bien-. En primer lugar porque tendría que asumir que gran parte de la responsabilidad la tiene la miseria electoral que ha de gestionar esa derecha en Catalunya, incapaz de construir puentes y trazar sendas de diálogo. Y, en segundo lugar, porque mantener un mimetismo nacionalista en el resto del Estado le es demasiado cómodo. Mucho mejor himnos en colegios que argumentos en las palabras. Que a ello se sumen Barrionuevo y Elorza, en Santa Alianza, y todos los jarrones chinos parlantes, no es ninguna novedad.

Lo dicho: como en todo lo que tiene que ver con definiciones nacionales mis posiciones valen lo que valgan sin el brillo del entusiasmo, sin el barniz de los símbolos. Quizá esto le cueste perder a la izquierda. Pero si no comienza el diálogo, la agudización del conflicto, igualmente, le valdría la derrota. ¿Pero alguien es capaz, en serio, de discernir ahora entre la fuga de votos por esta herida, los que fluyan por otras abiertas en el maltrecho cuerpo social y la transfusión de esperanzas que lleguen por otras vías?

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