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Josefina Bueno

Un pinchazo de esperanza

Lo estaba esperando desde hace días, como esperas que te escriba esa persona que tanto te importa

Vacunación en Ciudad de la Luz

Lo estaba esperando desde hace días, como esperas que te escriba esa persona que tanto te importa. Mirando continuamente el móvil -más de lo que lo hago habitualmente que ya es decir-, porque hay varias formas de mirarlo: por rutina, con resignación o con ilusión. Y llegó mientras veía la TV un viernes por la noche. Nunca pensé que, en la era de los whatsapp y de las redes sociales, un simple mensaje de texto me llenaría de alegría. El lunes recibiría la primera dosis de la vacuna. Y fue una mezcla de emociones lo que me produjo la noticia. Alegría porque la vacunación va más deprisa de lo que los agoreros vaticinaban; ilusión porque la vacuna es la esperanza de volver a tocar y volver a abrazar a tus seres queridos. Esos abrazos sanadores, esos besos cuidadosamente guardados que necesitamos dar y que nos den para sentirnos bien. Todo eso y mucho más representa la vacunación. Después de ese “regalo que nos hizo la ciencia” como conté en su día, algunos se han encargado de negar las vacunas y al bicho bajo pretextos y supuestos más propios de la ciencia ficción que de la pandemia y la necesidad que tenemos de salir de ella. “Vamos a tardar años…” vaticinaban algunas voces, aumentando así la dosis ya cargada de fatiga y desánimo que llevamos. ¡Qué privilegio que en el sofá de tu casa recibas tu cita para la vacunación! Privilegiada me sentí al ser consciente de que las posibilidades de que te vacunen dependen, en buena parte, del lugar en el que vives.

Acudí a mi cita, a la Ciudad de la Luz, con la sensación de quien le ha tocado la lotería, con el convencimiento de que lo hago por mí para no contagiarme -o hacerlo con menos riesgo- y para los demás, porque necesitamos alcanzar la inmunidad de grupo. Porque somos parte de un todo y cuidarse o protegerse conlleva cuidar y proteger al Otro. Leo que 21.000 personas no se han vacunado en la Comunidad Valenciana por motivos desconocidos; con nuestra experiencia quizás estemos a tiempo de convencerles. Confinamiento o vacunódromo son ya palabras que hemos incorporado a nuestro vocabulario cotidiano y que se van a quedar grabadas en nuestra piel y en nuestra retina. Aparqué en aquella explanada inmensa en la que se juntaron, por unos instantes, coches de distintas cilindradas -es lo que tiene la sanidad pública que nos iguala a todos-, autobuses gratuitos llegados desde diferentes puntos de la ciudad y algunos taxis. Es imposible perderse, y lo afirma una persona con un pésimo sentido de la orientación, porque las indicaciones y el despliegue de personal de seguridad y sanitario presente lo impide. Conforme me dirigía hacia el lugar indicado, pensé que no tiene precio vacunarte con unas espléndidas vistas al mar, con carpas para que familiares y acompañantes nos esperen a la sombra. No hubo colas ni aglomeraciones -a pesar de la cantidad de personas citadas- pero lo que más llamó mi atención y quiero destacar es la amabilidad del personal sanitario y la sonrisa que asomaba a pesar de la mascarilla. Esas sonrisas que tantos beneficios tienen para el alma humana y cuando las encuentras conviene decirlo y agradecerlas. Antes de marchar con nuestra dosis inoculada, una espera de quince minutos nos aguarda, vigilados en todo momento por el personal sanitario.

Quisiera resaltar una organización y una atención sobresaliente en una gestión compleja, como es la vacunación masiva, en la que ha quedado patente la inversión de recursos materiales y humanos, así como la vocación innata de quienes se dedican a la cosa sanitaria. Ahora que estamos en plena campaña de la renta, no estaría de más recordar que buena parte de nuestros impuestos son necesarios para financiar, entre otras cosas, nuestra sanidad pública enteramente gratuita. Por muchos años que pasen le estaré agradecida a la Ciencia, a la Sanidad pública, a su personal -incluido el de limpieza y seguridad- y al privilegio de haber nacido en esta parte del mundo, cuando en otros lares apenas llegan vacunas. “Es de bien nacida ser agradecida” dice el refrán y deberíamos practicarlo más. Somos tendentes a la crítica, pero nos cuesta hablar de lo que sale bien. Estamos entre los países de Europa con mayor porcentaje de vacunación y esto es un logro del gobierno central, de las CCAA y de los profesionales de la Sanidad. Reconocerlo y expresarlo es orgullo patrio también. La pandemia y la vacunación masiva han demostrado el valor y la necesidad de un sistema sanitario público fuerte que nos permita afrontar, como parece que así será, sucesivas pandemias. Cuesta dinero mantenerlo, pero gobernar es priorizar los recursos públicos, y mientras algunos gobiernos de comunidades autónomas deciden cerrar centros de salud por ejemplo, la Generalitat Valenciana se ha comprometido a mantener, al menos hasta 2022, buena parte de los contratos Covid y ojalá puedan ser más. Tenemos que aprender a valorar lo que tenemos no sólo con aplausos. La esperanza y la recuperación tanto social como económica pasan por la vacunación y por la garantía de un sistema sanitario público con el suficiente músculo para afrontar futuras crisis y cuidar de nuestra salud que ha quedado tocada por la pandemia. Valorémoslo, cuidémoslo y exijamos a nuestros gobernantes que no cejen en el empeño. 

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