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Fernando Ull

El ojo crítico

Fernando Ull Barbat

Diez años sin Jorge Semprún

Jorge Semprún

Existe una clase de escritores cuya muerte, lejos de suponer su paulatina desaparición de la esfera cultural y pública, tiene el efecto de engrandecer su obra literaria y los valores en que se cimentó a medida que su tiempo de vida se aleja del nuestro. Me refiero a esa clase de autores que, aunque nos acostumbremos a su ausencia y al hecho de que ya no podamos encontrar en las librerías una nueva obra suya se publican estudios sobre su literatura, se realizan tesis doctorales de su obra y se publican artículos sobre ellos en prensa no especializada. A esta clase de escritores pertenece Jorge Semprún de cuya muerte se acaban de cumplir diez años. Se ha dicho en numerosas ocasiones que la principal característica de Semprún es que fue un hombre de muchas caras. Cualquiera de ellas por separado podría explicar una parte del hombre que fue, pero sin el concurso de todas ellas sería imposible explicar la trayectoria de una persona que en realidad tuvo varias vidas en una sola.    

Desde su condición de exiliado republicano, siendo muy joven, en la Francia inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial, hasta llegar a ser nombrado ministro de Cultura en 1988 en un Gobierno socialista presidido por Felipe González, Jorge Semprún fue miembro la resistencia francesa contra la invasión alemana. Detenido y torturado por la Gestapo fue enviado al campo de concentración de Buchenwald donde sobrevivió, sobre todo, gracias a la buena suerte que le acompañó durante toda su vida. Esa suerte, unida a su especial capacidad para camuflarse, le permitió ser durante casi diez años el enlace del PCE en el exilio con los antifranquistas que vivían en España sin que la policía española tuviese la más mínima ocasión de detenerle. Al ser expulsado del PCE en 1964 comenzó su carrera literaria y de guionista de películas de éxito con el director Costa Gravas y con el actor Jean Paul Belmondo como su alter ego. Fruto de esta experiencia fue la nominación a un Oscar de la Academia de Hollywood por uno de sus guiones.

¿Qué se puede decir de su obra literaria? Antes de nada, hay que recordar que su literatura es inseparable de sus vivencias personales y de su búsqueda por recuperar lo vivido, de indagar en la memoria personal como una forma de explicar la memoria colectiva. Ya desde sus primeras obras, El largo viaje (1963) o El desvanecimiento (1967), Semprún dio muestras de lo que iba a ser su literatura; una reflexión sobre el ser humano sometido a situaciones límite. En su reciente libro Los amnésicos (2017) Geraldine Schwarz cita un ensayo de Robert O. Paxton (La Francia de Vichy, 1973) en el que el autor afirmó que la Resistencia francesa nunca supuso más del 2 por ciento de la población adulta francesa. Jorge Semprún no dudó en unirse a la Resistencia como una forma de seguir combatiendo el fascismo que se había adueñado de España. Gracias a este compromiso Semprún tuvo en Francia y en Alemania un reconocimiento personal que quizá le faltó en España. 

En su faceta de guionista conoció el éxito con películas como Z (1969) y La confesión (1970) pero quiero destacar dos largometrajes que, aunque tuvieron una menor repercusión ayudan a explicar quien fue Jorge Semprún. En primer lugar La guerra ha terminado (1966), película que, al menos para mí, tiene un tinte autobiográfico mucho mayor del que se puede encontrar en la mayoría de sus libros porque aunque Semprún narra en ellos la vida de su familia antes de la Guerra Civil española, su lucha como maqui contra los nazis, su supervivencia en el campo de concentración de Buchenwald, su vida como espía en la España franquista de los año 50 o su experiencia como ministro de Cultura, prevalece un deseo de ocultar su vida más personal. Y en esa mezcla de exponer ante el lector los acontecimientos más importantes de su vida y al mismo tiempo esconder una gran parte de sí mismo se encuentra la clave para entender a Semprún. En segundo lugar, quiero resaltar Una mujer en la ventana (1976), en la que Semprún concentra buena parte de sus ideas en literatura: la lucha, aunque esté todo perdido, la belleza, el lirismo y la melancolía. Hace unos días, y después de una búsqueda de casi veinte años, pude ver el documental que Semprún dirigió en 1974, me refiero a Las dos memorias (1972), en el que algunos de los nombres más importantes del bando republicano reflexionan sobre los años de la República, la guerra y la dictadura franquista, pero en el que también se da la voz a partidarios del franquismo.

Incluso en los peores momentos de su cautiverio en Buchenwald Semprún dejaba un lugar para la belleza y la esperanza. En La escritura o la vida (1995), mientras regresa a su barracón por la noche con la nieve crujiendo bajo sus pies, una noche apacible con miles de estrellas resplandeciendo, se estremece por la “felicidad insensata de esta belleza nocturna”. “Alcé la mirada. En la cresta del Ettersberg, unas llamas anaranjadas sobresalían de lo alto de la maciza chimenea del crematorio”.

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