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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Ahora va en serio

La entronización de Mazón y el fin (al menos, de momento) de la fase más aguda de la pandemia abren una nueva etapa en la que el PSOE y el PP lucharán por la hegemonía

El presidente y el candidato Puig y Mazón, en la gala de los premios Importantes celebrada el 25 de mayo en Alicante. PILAR CORTÉS

Como cabía esperar, el presidente de la Diputación Provincial de Alicante, Carlos Mazón, arrasó en las primarias celebradas esta semana que acaba por el PP para elegir a su nuevo presidente regional y candidato en las próximas elecciones a la presidencia de la Generalitat, cargos en los que será entronizado en el congreso que el partido sustanciará a principios de julio. Si nada cambia (y nada en el horizonte conocido indica que vaya a alterarse esta hoja de ruta), será la segunda vez desde que somos comunidad autónoma que un político procedente de Alicante pugne por la jefatura del Consell. El primero fue Zaplana, que ganó entre otras muchas razones por la incapacidad de la izquierda de admitir que podía perder. También ésta será la tercera vez consecutiva (Fabra y Puig, primero; Puig y Bonig en las últimas) en que los competidores por la jefatura del Consell de los principales partidos no procedan de València, aunque hayan hecho parte de su carrera política allí. El asunto no es baladí, porque refleja la atonía política que el corazón de la Comunitat viene sufriendo desde hace años, aunque la nomenklatura valenciana persista en no reflexionar sobre el asunto. Es posible, no obstante, que Mazón se equivoque y se presente como candidato por València, y no por Alicante. Sus asesores sabrán qué creen ganar con eso. Y supongo que habrán valorado también lo que pueden perder en términos de imagen.

En cualquier caso, la ascensión a los altares de Mazón y el final, gracias a la vacunación y si no ocurren nuevos y desgraciados episodios, de la fase aguda de la pandemia del covid suponen, políticamente, la apertura de una nueva etapa. El llamado «efecto champán» -el desbordamiento social y económico paralelo a la reducción de las restricciones y la cada vez mayor sensación (errónea o no) de seguridad en la ciudadanía, al modo en que sale la espuma cuando salta el corcho de la botella- puede propiciar un verano de fiesta, aunque no en todos los sectores: la hostelería va a seguir padeciendo, y con ella los miles de empleos que tiene en el aire. Pero septiembre significará esta vez más que nunca el comienzo de un curso intensísimo. Algo para lo que tanto los partidos que están gobernando la Generalitat gracias a los pactos del Botànic como el renovado PP de Mazón tendrán que prepararse. Porque todas las señales indican que aún no lo están.

Siempre se ha dicho que no es la oposición la que gana las elecciones, sino el Gobierno el que las pierde. Es una verdad a medias. Que el Gobierno es siempre el que pierde cuando hay un vuelco electoral es una obviedad. Pero para que caiga, no sólo tiene que cometer errores. Tiene que haber enfrente una alternativa percibida por los ciudadanos como tal. De otra forma, las equivocaciones del que manda no se convierten directamente en victorias del que aspira. Como mucho, se produce un estancamiento. El reto, pues, de Puig es afrontar la nueva etapa que viene, de crisis económica pero también de recuperación si las cosas se hacen correctamente, demostrando una capacidad de gestión como nunca se le había tenido que exigir a ningún gobierno desde la recuperación de la autonomía. El de Mazón, probar que puede ofrecer soluciones mejores que las del Botànic. El impulso de cambio inherente a toda situación de crisis, unido a las diferencias con sus socios del Botànic, pueden complicar la vida a Puig. Las heridas sin cerrar en el PP (por mucho que haya ganado a la búlgara) y la evidencia de que, si gobernara, con él gobernaría Vox, representan una pesada mochila que Mazón tendrá que aligerar si quiere tener posibilidades reales de victoria.

Ambos, además, dependen en estos tiempos de hiperaceleración y de hiperventilación que vive la política, de un contexto nacional del que no pueden abstraerse, aunque casi siempre les perjudica. Dos ejemplos:

-Hace sólo un mes, Ayuso arrasó en las elecciones a la Comunidad de Madrid trasladando a toda España la impresión de que el PP había resucitado y se precipitaba un cambio de ciclo. Treinta y pico días después, el efecto Ayuso ya se ha diluido como consecuencia del pasado que sigue persiguiendo a los populares en forma de imputaciones judiciales. Imputaciones que cada vez estallan más cerca del que fue su último presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, del que Cospedal fue mano derecha. Casado no ha sido capaz de articular una estrategia para separarse de ese pasado vergonzante. Y ahí anda, siguiendo otra vez la agenda de Vox. Así que Mazón, que cuando reconoció por fin que quería presidir el PP regional y medirse con Puig en las próximas elecciones, lo hizo como miembro de un partido en alza, ahora va a ser entronizado como dirigente de una formación que sigue enredada en los juzgados y sin una línea de actuación clara respecto a los problemas de España.

-En el caso de Puig, Madrid no puede darle más quebraderos: la financiación jamás resuelta, los intentos de cerrar el trasvase, la subida de la luz mediante una fórmula que nadie entiende pero que hará pagar más a los que menos tienen, el fracaso en conseguir que el Reino Unido supere sus particulares intereses y deje de poner trabas a sus turistas, la lentitud en poner en marcha el programa del Imserso, que es lo que realmente puede servir al sector hotelero de boya de salvación en los próximos meses y, por no hacer largo el cuento, los indultos, que dan alas a la derecha mientras, como poco, siembran de dudas a los electores de izquierdas.

Pero, al final, con todo y con eso, las elecciones autonómicas se celebran aquí. Así que, al margen de Madrid, que siempre será un incordio (¿va a estar Mazón en la manifestación contra los indultos de Colón? El gallego Feijóo ya ha dicho que no. ¿Qué dice quien aspira a dirigir los destinos de una de las comunidades más potentes de España?); aparte de esa contaminación permanente e imposible de eludir, tanto el jefe del Consell como el líder del PP tendrán que articular mensajes propios.

Mazón debería estar en ello. Hace un par de semanas se reunió en Alicante con el lobby AVE, al que pertenecen los principales empresarios de la Comunitat. Y a tenor de los comentarios que con el paso de los días se han ido destilando, la impresión que causó no fue buena. Juan Roig, el omnipotente dueño de Mercadona, manifestó algo más que dudas por los orígenes políticos de Mazón y la mayoría de los asistentes salió del almuerzo con la sensación de que al presidente de la Diputación de Alicante le faltaba aún algún hervor para dirigir la Comunitat. Ya se dijo aquí hace semanas que, aunque él no lo crea, Mazón no tiene un equipo sólido que le ayude a dar el salto tan importante que va a acometer. No todo son comidas y cenas en València. Las entrevistas que hasta aquí ha ido desperdigando tampoco han dado demasiadas pistas sobre qué Comunitat sería ésta si él la gobernara. Dar titulares contra Puig será necesario, pero desde luego no es suficiente.

El president, por su parte, necesita un discurso nuevo. Y resetear su gobierno, pensando en lo que viene. Ya se escribió aquí que la tregua de última hora, las pasadas navidades, con Compromís no iba a durar lo que quedaba de legislatura, porque fue más una salida de supervivencia por parte de él y de Mónica Oltra, después de haberse pasado seis pueblos en el enfrentamiento, que una revisión a fondo de las relaciones entre los socios. Ha durado seis meses, hasta que esta semana, en un asunto de capital importancia aunque de difícil comprensión para los ciudadanos, como la creación de una empresa pública para gestionar la Sanidad, de nuevo se ha dado el espectáculo. Puig anunció su aprobación, Compromís y Podemos se negaron en redondo, el president tuvo que pedir públicamente perdón y el asunto acabó cayéndose del consejo de gobierno. En resumen, otra vez se traslada imagen de descoordinación y debilidad. Lo que menos quieren los ciudadanos en estos momentos.

Puig conserva por ahora la confianza de la mayoría de los ciudadanos, incluso de aquellos que se declaran de derechas. Pero los enfrentamientos en su gobierno es eso precisamente lo que pueden arruinar. Mazón no tiene aún ese predicamento ganado, y no lo conseguirá si se limita a copiar estrategias del pasado y a seguir la estela de Madrid, en lugar de encontrar un discurso propio. Ambos necesitan socios con los que sumar, pero que por sí mismos les suponen un freno: en el caso de Puig, un Podemos en vías de extinción, que si no logra representación parlamentaria por no superar el listón del 5%, puede propiciar ese vuelco electoral que la derecha desea, y un Compromís incapaz de renovar sus liderazgos y que ha ido restringiendo su presencia territorial: Marzà, por ejemplo, es el conseller de Educación que menos ha pisado la provincia de Alicante en toda la historia. Y no tiene capacidad para cambiar eso, sencillamente porque Alicante le provoca pesadillas. En el de Mazón, el peso muerto ya se ha dicho que es Vox, al que necesitaría para sumar lo suficiente como para llegar al Palau, pero cuyas enfermizas obsesiones producen urticaria en ese electorado moderado que el líder del PP quiere conquistar, y más en una Comunidad tan liberal y pragmática como ésta, donde además el discurso contra la izquierda bolivariana no cala porque la izquierda lleva seis años gobernando y no se ha comido a ningún niño. Al contrario, Zaplana era más intervencionista y Camps más nacionalista que lo que hay ahora. Diría que se acercan tiempos divertidos, si no fuera porque nos jugamos tanto.

Que vuelva Franco, por favor

A quienes lleven algún tiempo leyendo lo que escribo, les podrá parecer sorprendente lo que a continuación viene, pero lo pongo tal como lo pienso: a ver si Ángel Franco se recupera de su fractura en una pierna, toma algo de aire y vuelve a hacerse presente en el PSOE de Alicante, porque si no, a la falta de expectativas, se va a sumar el desgobierno y el sálvese el que pueda, que es ya lo último que le faltaba. La evidencia de que el actual portavoz, Francisco Sanguino, no volverá a ser el cabeza de lista del PSOE en las próximas elecciones, unido al continuo juego del perro del hortelano que practica, no comiendo ni dejando comer, ha hecho que se disparen los movimientos dentro de la agrupación y que las tensiones por respaldar a este o aquella posible candidato/candidata y encontrar un hueco al sol se hayan extremado. Millana, el secretario general local, intenta que la agrupación cobre vida, que se ocupe de los problemas de fuera y no siga ensimismada, pero resulta cada vez más difícil soslayar las diferencias entre él y Sanguino, entre la portavoz adjunta, Trini Amorós, y Sanguino o, por resumir, entre Sanguino y el mundo. Dije hace tiempo aquí que el próximo candidato socialista ya no será el que imponga Franco, aunque sea por una cuestión meramente biológica. Pero el exsenador aún puede hacerle un favor a su partido: ordenar el tráfico, que anda bastante desbocado. A Ximo Puig también debería preocuparle la situación de la agrupación alicantina, porque se quiera o no es la que acaba trasladando la imagen de todo el partido en la provincia. Los votos de la militancia de Alicante son importantes de cara al congreso federal que se celebrará en octubre en València. Y más aún, para el subsiguiente cónclave del PSPV. Pero los de los electores son mucho más relevantes. Así que Franco debería volver y preparar una transición ordenada.


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