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Carlos Gómez Gil

Palabras gruesas

Carlos Gómez Gil

El empobrecimiento de la política

La importancia que adquiere la cultura política en grupos e individuos está estrechamente relacionada con la capacidad que los ciudadanos tienen de dar valor a elementos capaces de articular cohesión e identidad sobre el futuro

Una urna de las últimas elecciones andaluzas

Es cierto que se lleva tiempo hablando de crisis en la política, pero es en los últimos años cuando tenemos la certeza de que la política está en crisis, como hemos podido certificar en las pasadas elecciones madrileñas, apoteosis de un proceso de empobrecimiento que ha tomado cuerpo con toda su intensidad en la campaña electoral vivida y que, con seguridad, tendrá su influencia a partir de ahora.

La importancia que adquiere la cultura política en grupos e individuos está estrechamente relacionada con la capacidad que los ciudadanos tienen de dar valor a elementos capaces de articular cohesión e identidad sobre el futuro, algo que tiene que ser impulsado por quienes van a convertirse en representantes políticos de los intereses de individuos y grupos. A ellos les corresponde hacer de la política un instrumento para la construcción de futuro, gestionando adecuadamente las tensiones y ansiedades de la sociedad, al tiempo que canalizan de manera positiva las contradicciones existentes entre los distintos grupos de interés. De ahí la importancia en los procesos de selección y representación política.

Las elecciones no son, simplemente, el espacio de votación de las distintas opciones políticas, ni siquiera el de la elección de los escenarios de futuro preferidos por los ciudadanos, sino particularmente el momento de selección de los políticos, de los mejores políticos sobre los que se delega un poder y se proporcionan unos medios y recursos singulares para que trabajen a favor de la comunidad. De ahí que los partidos tengan una particular responsabilidad en las personas que proponen como representantes. La corrupción y los delitos los cometen las personas amparadas en los cargos políticos a los que acceden, pero a los que han llegado con el respaldo de unos partidos que son, a fin de cuentas, quienes ponen en manos de esas personas unas capacidades singulares que deben gestionar de manera exquisita.

Tradicionalmente ha habido dos grandes tendencias a la hora de elegir a los representantes políticos por parte de los partidos. Por un lado, aquellos con unas cualidades excepcionales capaces de llevar a cabo un excelente trabajo, en base a su formación, su honradez, su cultura y preparación, su experiencia y trayectoria. Sería como elegir al mejor para asegurar que pueda afrontar con éxito sus compromisos. Pero también estaría, en el lado opuesto, la elección de quienes son como los ciudadanos a los que se representa, igual a ellos, siendo ese conocimiento que tiene de vivir y compartir lo mismo que sus representados lo que le coloca en mejores condiciones para acceder a la política. Sin embargo, hace tiempo que se tiene la sensación de que la sociedad va por un lado y sus representantes políticos van por otro, hasta el punto de que nos preguntamos con insistencia cómo pueden resultar elegidos de forma mayoritaria tantos candidatos o candidatas con perfiles y capacidades tan mediocres.

La respuesta a este progresivo desencuentro tiene, al menos, dos explicaciones que estamos viendo con fuerza en la política de este país. Por un lado, la ruptura de las maquinarias tradicionales de los partidos políticos para llevar a cabo la selección de los mejores representantes en base a cualidades como su sabiduría, inteligencia y honradez. Y por otro, convertir la política en una simple mercancía de consumo impulsada por los medios de comunicación y las redes sociales, bajo la dirección de publicistas y especialistas en márketing.

Las dinámicas de selección de candidatos en los partidos tienen que ver más con la lealtad al líder de turno y con su dedicación al partido, que con la experiencia profesional o sus valores ciudadanos. Si pensamos en muchos de los políticos en activo, son personas que tratan de situarse junto al dirigente de turno triunfador, sin importar su trayectoria, muchos de los cuales solo han trabajado para el partido o en los distintos cargos proporcionados por el partido y sus alrededores. Son políticos profesionales, sin vida laboral y sin muchas otras alternativas en la vida real, que van a tratar de estar ahí, con unos o con otros porque han hecho de la política su medio de vida. Estas dinámicas disuaden de entrar en política a otras personas valiosas, que contarán, además, con el rechazo de los burócratas profesionales de los partidos, quienes conocen y usan toda su maquinaria en beneficio propio. Es lo que algunos especialistas denominan como “selección adversa”, que lleva a que los partidos no elijan a los mejores.

Y en la medida en que en las formaciones políticas predominan cada vez más candidatos mediocres, con cualidades menguadas, la política se empobrece a pasos agigantados, siendo sustituida por la mercadotecnia, el uso compulsivo de las redes sociales y la ocupación de espacios en los medios de comunicación. Es así como asistimos a la política como entretenimiento, de la mano de personajes sin consistencia alguna que alimentan el espectáculo, conscientes de focalizar con sus disparates y ocurrencias la atención de unos medios de comunicación deseosos de darles espacio para captar audiencias. Ya no hay programas, ni propuestas, ni estrategias, ni futuro, sino simples eslóganes fabricados por los profesionales de la publicidad política. Las mentiras no importan y las contradicciones e incoherencias, mucho menos.

Es el ocaso de las ideologías, sustituidas por simples ocurrencias que se amplifican en las redes y en los medios, a costa de empobrecer una política que se hace, si cabe, por el contrario, cada vez más necesaria.

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