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Lorena Gil López

A contracorriente

L. Gil López

Lavadoras y pobres

Horarios de la nueva facturación de la luz.

Ahora que andamos revolucionados con las horas valle y punta para poner una lavadora, todavía me recuerda mi marido cuando en los primeros meses que llevábamos saliendo y viviendo juntos, hace quince años (sí, el tiempo pasa y no nos damos cuenta), se tenía que levantar un domingo a las 7 de la mañana para ir a cubrir una noticia, una redada policial en un barrio marginal de Alicante (también sigue siendo marginal, para algunas cosas el tiempo no pasa). Y allá que, ni corta ni perezosa, le dije yo la noche del sábado: «Pon una lavadora cuando te vayas».

Sí, sí, su cara de estupefacción ante mi ocurrencia era un poema pero, ¿qué quieren? Yo también tenía, y ahora se han acrecentado, mis manías, y pensaba que así a las 9 de la mañana, para cuando me levantara, podría tender la ropa y ya estaría seca al mediodía. Evidentemente, el señor no puso la lavadora a las 7.

¿Y qué ocurre con todas aquellas personas que no pueden ni pagar el recibo?

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Y ahora resulta que la nueva tarifa eléctrica nos recomienda poner la lavadora a las doce de la noche y los fines de semana para ahorrar en el recibo de la luz, y la vicepresidenta Carmen Calvo, en un giro insospechado de los acontecimientos, salta a la palestra para decir que el «temazo» no es a qué hora se pone la lavadora o se plancha «sino quién plancha y pone la lavadora». ¿En serio? ¿Ese es el «temazo»? ¿Y qué ocurre con todos aquellos que no pueden ni pagar el recibo? ¿Con las llamadas ahora personas en situación de vulnerabilidad o exclusión social, por no decir que son pobres, que tienen una nevera encendida pero en la que hacen falta alimentos que no pueden comprar? ¿Cuál es la polémica y cuál es la pena que nadie debería padecer? Ale, me voy a tender la lavadora, que yo sí puedo ponerla en hora punta.

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