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Enrique Benítez

Patrones oscuros

Archivo - Dean Baquet, editor en jefe del New York Times

Una de las cosas más asombrosas del asombroso mundo digital es la existencia, conocida y consentida, de los llamados “patrones oscuros” (dark patterns). Una definición clásica de este truco utilizado con libertad por los diseñadores de páginas web es la de Luguri y Strahilevitz: “Los patrones oscuros son interfaces de usuario cuyos diseñadores confunden conscientemente a los usuarios, dificultan que éstos expresen sus preferencias reales, o los manipulan para que realicen determinadas acciones. Suelen explotar los sesgos cognitivos e incitan a los consumidores en línea a comprar bienes y servicios que no desean o a revelar información personal que preferirían no compartir”.

Cuando entramos en una web, sea cual sea, estamos navegando por un mar lleno de trampas, cuidadosamente diseñado para que caigamos en ellas. Y esto se hace a la vista de todos, sin problemas de regulación o de ética empresarial, sin que las autoridades de protección de los consumidores -es decir, de todos nosotros- parezcan sentirse concernidas por el uso y abuso de estas sucias tretas comerciales.

La referencia mundial en este pantanoso terreno es Harry Brignull, que ha logrado monetizar sus conocimientos prestando lucrativos servicios de consultoría a conocidas multinacionales. Para hacernos una idea cabal del asunto podemos citar varios ejemplos conocidos de estos patrones descarados. El llamado “Hotel de cucarachas” (Roach motel) consiste en facilitarnos el alta en un servicio del que luego es muy complejo darse de baja. La “Continuidad forzada” (Forced continuity) te engancha con un servicio gratuito por el que de repente empiezan a cobrarte. A través del “Spam amigo” (Friend spam) utilizan nuestro consentimiento casi obligado a permitir el acceso a nuestros contactos para bombardearlos con publicidad. El fabuloso “Marcarse un Zuckerberg” (Privacy Zuckering) utiliza la letra pequeña de nuestro acceso a un servicio en línea para coger nuestros datos y revenderlos sin permiso.

Hace unos días, The New York Times publicó una editorial criticando este tramposo mundo. Poco después la revista Hooked revelaba, con sorpresa y alboroto -modo ironía on- que este periódico utiliza la técnica del Hotel de cucarachas para dificultar intensamente las bajas de sus propios suscriptores. Una ley de California ya va a tomar medidas, mientras que en Francia la CNIL (Commission nationale de l'informatique et des libertés) está a punto de hacerlo. España no sabe ni contesta. La playa espera.

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