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Matías Vallés

Necesitan la segunda dosis

Eurocopa: España - Suecia

Las lágrimas suelen reservarse en una competición para el partido final, pero en la Eurocopa se lloró en el partido inaugural. La lección preventiva del Dinamarca-Finlandia es que, si has de tener un infarto, conviene que ocurra delante de decenas de miles de personas. En su casa, Eriksen hubiera gozado de menos oportunidades. Para los ajenos al sentimentalismo, el estupor no surgía tanto del ídolo repentinamente caído como de la visión espeluznante de miles de espectadores sin la sombra de una mascarilla en el rostro.

Entre la cardiología y la epidemiología, había que reservar un hueco al fútbol, concretado anoche en la selección de la diáspora. Cinco titulares de Luis Enrique se desempeñan habitualmente al lado incorrecto de los Pirineos. Es decir, si deseas ver a los mejores jugadores españoles, has de seguir las ligas extranjeras. Dado que la competición nacional no anda sobrada de talento, habrá que concluir que la migración se produce por razones estrictamente económicas. Por tanto, cabe imaginar que se apuntan al equipo nacional por los mismos motivos.

La audaz ignorancia invitaba a menospreciar una selección tan limitada que fácilmente podría haber incluido a algún jugador del Madrid. En su honor, los españoles querían demostrar desde el primer minuto que los escépticos estábamos equivocados. La alegría que derrochaban Olmo o Llorente no anulaba la sensación de que los elegidos de Luis Enrique jugaban delante del espejo. De hecho, las dos solitarias oportunidades suecas de la primera hora de partido compitieron en claridad con las ocasiones frustradas por España, donde no podía faltar la puntería desafinada de Morata.

España fue la propietaria del balón, ofreciendo la versión rejuvenecida del clásico tiquitaca, con la precisión de ballet que enamora a los partidarios del estilo y que defrauda a los amantes de los goles. Suecia se limitó de entrada a zarpazos casuales, pero sus escasos lapsos de lucidez ofensiva alimentan la incertidumbre de que la selección globalizada puede enfrentarse a padecimientos de entidad ante equipos voraces.

Acertará quien diga que España jugó con y no contra Suecia, pero a continuación habrá que explicar el escaso bagaje de la hegemonía. Sería injusto para los sanitarios del ejército concluir que la apresurada vacuna no ha surtido efecto. Al fin y al cabo, no se conocen demasiados ejemplos de personas que deslumbraran a sus compañeros de trabajo tras la mera inyección de una Janssen. Sin embargo, las grietas que se apreciaron en la armadura nacional tras el concienzudo empate requerirán para ser galvanizadas de una segunda dosis. Nunca antes se habían podido recomendar sustancias abiertamente peligrosas a los participantes en la alta competición.

Conforme se desdibujaba la estructura de la selección con los cambios, proliferaban los goles fallidos. Empatar con Suecia es demasiado fácil para encontrarle al partido inicial otro referente que el catastrófico España-Suiza del Mundial de 2010. No siempre circuló anoche la electricidad con intensidad suficiente. Al precio que está, no se la pueden permitir ni los futbolistas.

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