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La ex secretaria general del PP y ex ministra María Dolores de Cospedal (i), sale del Congreso de los Diputados tras comparecer en la Comisión de Investigación relativa a la ‘Operación ‘Kitchen’, a 2 de junio de 2021, en Madrid (España).

Según un adelanto de la cadena la SER, la Audiencia Nacional tiene por probada la existencia de la caja B del Partido Popular y la financiación con dinero negro de la reforma de su sede de la madrileña calle de Génova.

Ese tribunal ha imputado también a la ex secretaria general del PP María Dolores de Cospedal y a su marido, al número dos del ministerio del Interior y al ex “comisario para todo” José Villarejo por la llamada operación Kitchen.

Como debe de saber ya toda España, se trata de una trama urdida por el PP, que utilizó presuntamente a periodistas, a jueces y policías para frustrar la investigación abierta por la Fiscalía Anticorrupción en torno a sus prácticas corruptas.

El año pasado, el juez imputó ya al ex ministro del Interior Jorge Fernández Díaz por la sustracción al encarcelado ex tesorero del PP Luis Bárcenas de documentos comprometedores para el partido y sus dirigentes.

Parece probado, a juzgar por los hechos establecidos por la justicia, que la cúpula del PP no ha dicho la verdad sobre la forma ilícita con la que se ha financiado durante años esa organización.

Si finalmente se prueba que dos ex presidentes del partido y del Gobierno mintieron en condición de testigos y bajo juramento ante un tribunal, ¿no debería tener ello consecuencias al más alto nivel?

En cualquier caso, José María Aznar y Mariano Rajoy han actuado como si no las temieran. Y quien aspira a ocupar también un día la presidencia del Gobierno prefiere mirar para otro lado y dice que eso es ya prehistoria y nada tiene que ver con él.

Se niega en efecto Pablo Casado a responder a los medios sobre tan escandaloso asunto y permite que cuando los periodistas le hacen alguna pregunta incómoda, los forofos que acuden a sus actos los abucheen.

A propósito de lo que sucede últimamente aquí, me gustaría traer a colación la distinción que hace el latinista y filólogo Juan Luis Conde entre “hipocresía” y “cinismo” en su libro sobre “discurso, mito y poder en la era neoliberal” (1).

“El hipócrita, escribe, es falaz, pero, al mismo tiempo, permite que los ilusos sigan creyendo en la magia, en la vigencia de algún tipo de moral (..) Es un actor insospechado que desmiente en privado lo que defiende en público”.

“Un vehemente predicador que truena contra la homosexualidad en sus sermones y que es sorprendido en la cama con un adolescente resulta ser un hipócrita: la realidad no puede descubrirse o, si llega a suceder, el hipócrita está acabado: se suicida formal o literalmente”.

Eso nunca le sucederá al cínico: “Desmiente éste en público lo que defiende en público (…). No le preocupa en absoluto que sus testigos le descubran”.

“No se sirve de la cancamusa discursiva para engañar, argumenta Conde, sino para desengañar: para dejar en evidencia la impotencia de las palabras frente al poder definitivo e inalterable de las cosas”.

El cinismo es propio del poder y sostiene un doble lenguaje: “Los mensajes contradictorios son emitidos sin vergüenza, sin dimisión, con sonrisa”. Es el fin de la validez universal de cualquier principio.

“Los mismos hechos, explica el filólogo, se definen de modo distinto según quien los cometa”. Se trata de algo que vemos en la política – y no sólo la española- todos los días.

  1. “Armónicos del cinismo. Discurso, mito y poder en la era neoliberal”. Editorial Reino de Cordelia.

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