No debe haber nada más hermoso que ser alcalde de tu pueblo. Pueblo o ciudad. No digamos presidir desde este cargo o desde la concejalía de Fiestas los días grandes con los que tantos te identificas. Por eso me acuerdo tanto de Manuel Jiménez que, a pesar de haber vivido esta pesadilla en 2020, todavía tendrá que frotarse los ojos para asumir que vuelve a ser real. Que llegado el mes de junio no ha habido encendido extraordinario, ni traslado de piezas a los distritos fogueriles, ni visitas a ver cómo discurrían las plantás de Especial. Y que la semana que viene vivirá hora a hora esa desagradable sensación de decir, ahora estaríamos en esto, ahora estaría pasando lo otro, ahora tendríamos que estar en el palco entregando los premios y ahora haciendo los honores a las comitivas que nos visitan de tales ciudades.
Cuando las fiestas se viven con tal intensidad, y la política se reduce a que las tuyas sean reconocidas como las mejores del mundo, sin más ambición que valga, el drama acaba ahí. El alivio para Jiménez es saber que a poco que los vientos jueguen a favor le pueden quedar muchas Hogueras en el balcón del Ayuntamiento. No como a otros tantos alcaldes y concejales, y esos sí dan pena, que el próximo año 2022 vivirán las últimas fiestas de su historia, después de haber vivido sólo las primeras. Y ello será así porque todas las que tengan lugar a partir del mes de mayo de 2023 ya se realizarán con la nueva Corporación Municipal salida de las urnas. Y ahí no hay milongas ni componendas. Quienes se colaron de rondón, saldrán también de rondón. Borren el color naranja y algún otro y comprobarán los cambios.