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José Ramón Martínez-Riera

Vejez y enfermedad

La influencia de los modelos medicalizados, trasciende los ámbitos locales y nacionales para convertirse, como sucede con la pandemia, en un problema global.

En su insaciable y absurda fagocitosis, los planteamientos que impregnan prácticamente todos los modelos sanitarios mundiales, han logrado convencer a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a que incorpore a la vejez como enfermedad en el Código Internacional de Enfermedades (CIE) 11 en su capítulo 21.

Procesos fisiológicos como el climaterio o el embarazo o ciclos vitales como la infancia y la adolescencia, ya han sido medicalizados anteriormente con diagnósticos médicos e intervenciones farmacológicas convirtiendo en patología lo que son procesos naturales y vitales de las personas.

Tratar de imponer el criterio médico – farmacológico y tecnológico es tan solo un ejemplo más de la supremacía patriarcal asistencialista con la que actúa una parte muy importante de la medicina, que no tan solo ignora la salutogénesis, como modelo de salud, sino que lo desprecia sistemáticamente mediante la presión permanente para imponer su criterio y su modelo, que va ligado, además, a planteamientos neoliberales y mercantilistas con los que hacer negocio junto, claro está, la farmaindustria con la que tan buen maridaje hacen. No deja de ser curioso que en una sociedad cada vez más envejecida como consecuencia del aumento de esperanza de vida se trate, ahora, de considerar enfermedad lo que se ha logrado, es decir, la vejez.

Tendremos, de concretarse finalmente su incorporación como enfermedad, que empezar a pensar en cómo prevenir la vejez. Porque no se tratará ya de que hagamos que la vejez sea saludable como hasta ahora se planteaba, aunque, todo hay que decirlo, con muy poco éxito, dadas las ansias farmacológicas con las que se trataba de combatir el aumento de la esperanza de vida y las patologías crónicas que le acompañan inexorablemente, en contra de los planteamientos saludables de afrontamiento a las mismas para hacer de la vejez un ciclo vital del que disfrutar desde otra perspectiva diferente a la del consumismo exacerbado, que se asocia inexorablemente a la sacralización de la juventud eterna.

Me asalta la duda de si esta inclusión no será consecuencia de lo acontecido con la pandemia y su azote a las personas adultas mayores a las que ahora se les quiere asignar el diagnóstico médico de vejez. Tratando de medicalizar las instituciones en las que, muchas de estas personas, viven y conviven, como si así se pudiese controlar lo que, básicamente, ha sido una pésima gestión, una ineficaz organización, una desastrosa coordinación… que no se remedia desde la medicalización y mucho menos desde la patologización de la vejez, de igual forma que queda de manifiesto el fracaso del afrontamiento a la cronicidad con idénticos métodos, que lo único que han logrado ha sido cronificar la cronicidad y saturar el SNS.

Combatir la vejez, considerándola una enfermedad, es tan antinatural y falto de ética como tratar de eliminar la muerte o retrasarla innecesariamente.

La vejez puede y debe ser un proceso natural del que disfrutar plenamente conociendo las limitaciones, pero también, reconociendo y potenciando las fortalezas de la experiencia, el conocimiento, la madurez… que pueden actuar, manejadas adecuadamente gracias a una Educación para la Salud capacitadora en lugar de limitante y participativa en lugar de discapacitante, como las mejores respuestas terapéuticas posibles.

La consideración de la vejez como enfermedad, así mismo, contribuirá a estigmatizarla como sucede con otras muchas enfermedades existentes o como sucedió con otras, ya no catalogadas como tales.

La humanidad siempre ha tenido una especial dedicación hacia sus mayores a través del cuidado familiar. Cuidado que tuvo su prolongación en el ámbito sanitario mediante la prestación de cuidados profesionales por parte de las enfermeras principalmente, desde una perspectiva salutogénica tratando de potenciar los activos de salud como respuestas positivas para vivir de la manera más autónoma, solidaria y feliz posibles, su ciclo vital.

Querer sustituir los cuidados, tanto familiares como profesionales, con tratamientos farmacológicos o intervenciones invasivas, es tanto como querer jugar a ser dios.

Precisamente este es un claro ejemplo de la permanente lucha que algunos se empeñan en mantener, como si fuese posible establecer ganadores y perdedores entre curar y cuidar.

Por último, tan solo decir que a partir de ese momento una importantísima proporción de la humanidad pasará automáticamente a estar enferma por el simple y natural hecho de evolucionar hacia la vejez. Es decir, se está contribuyendo a enfermar a la población en lugar de lo contrario. Paradójico, cuanto menos, viniendo de quien está considerada la Organización Mundial de la Salud. Algunos de cuyos mandatarios, por cierto, pasarán a serlo estando enfermos de vejez.

Por otra parte, la OMS que tanto aboga y propone a los estados miembro que incorporen enfermeras en puestos de alta responsabilidad con capacidad de toma de decisiones, debería actuar en consecuencia e incorporar a más enfermeras en sus órganos de decisión en el seno de la propia OMS. No tan solo vale con decir lo que otros tienen que hacer sino hacerlo para que todos identifiquen la importancia que tiene. Seguro que, de ser así, no se hubiese llegado a este planteamiento.

Como dijese Charles Augustin Sainte-Beuve1 “Envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir mucho tiempo” y yo añado, y no necesariamente sintiéndose o estando enfermo.

1 (1804-1869) Escritor y crítico literario francés.

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