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Fernando Ramón

Con mucha prudencia

Un hombre se quita la mascarilla.

Desde el sábado ya no será obligatorio llevar la mascarilla en los espacios exteriores, siempre y cuando haya una distancia suficiente con no convivientes. Será un respiro y un descanso después de tantos meses cubriendo el rostro para prevenir los contagios y un alivio ahora que el calor aprieta y el sudor se refleja en el rostro. Pero levantar la prohibición no equivale a desechar los tapabocas. Pese al avance de la vacunación, a pesar de la reducción de los hospitalizados como consecuencia del coronavirus, no hay que lanzar las campanas al vuelo, porque aunque estemos cerca de doblegar el covid, todavía hay motivos más que suficientes para estar preocupados. La experiencia del pasado año debe servirnos de lección. La cautela y la prudencia, por muchas ganas que tengamos de exteriorizar el regreso a la normalidad, deben seguir impregnando las acciones cotidianas. Mascarillas a mano para poder ponérnoslas cuando estemos en lugares cerrados y mascarillas puestas cuando haya aglomeraciones o no se cumpla el alejamiento suficiente con no convivientes. Precaución, en definitiva, para no tener que arrepentirnos si intentamos acelerar la superación lenta, pero parece que imparable, de una pandemia que nos ha sacudido de modo tan intenso y que nos ha dejado tan tocados. Un retroceso, como el ocurrido el pasado verano, tendría consecuencias en todos los ámbitos y no nos lo podemos permitir.

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