Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Donde acaba el tiempo

Sesión hipnótica, de Richard Bergh, 1887 (Museo Nacional Estocolmo). INFORMACION.ES

Carmen y yo somos gemelas. Nacimos en Ibiza en mayo de 1969 y, como todos los gemelos, tenemos un gran parecido físico: misma complexión, rubias, ojos azules, cejas anchas, un hoyuelo en la barbilla que hace juego con los que aparecen en las mejillas cuando reímos…, pero desde que nacimos hay algo que nos distingue a simple vista: el lunar que poseo en la frente, justo encima del entrecejo, y que, a diferencia de Carmen, que no lo tiene, he heredado de mi madre.

A nuestro padre no lo conocimos, nuestra madre nos habló muy poco de él. Sólo nos dijo, cuando éramos niñas, que era estadounidense, que se llamaba Patrick (de ahí mi nombre) y que era uno de los primeros jipis que llegaron a Ibiza a finales de la década de los sesenta. Tuvieron un romance que duró apenas un par de meses de verano, luego él se marchó, seguramente de vuelta a Estados Unidos, sin saber que mamá se había quedado preñada. De ahí que Carmen y yo tengamos los mismos apellidos que mi madre: Mayans Tur. Aunque no fue mamá quien cuidó de nosotras en nuestra infancia y durante buena parte de nuestra adolescencia, sino nuestra abuela Carmen; de ahí el nombre de mi hermana.

Alteración hereditaria

Os voy a contar unos hechos tan sorprendentes sobre la historia de mi familia que parecerán increíbles. Empezaré por el principio:

Una mutación genética es la alteración producida en los genes o en los cromosomas de un organismo, equivalente a la errata de un libro. Richard Dawkins, en El gen egoísta, pone un ejemplo que ha escandalizado a muchos cristianos, pero aceptado por estudiosos de la Biblia: Cuando los eruditos de la Septuaginta tradujeron la versión hebrea a la griega, uno de ellos se equivocó al traducir la palabra griega parthenos «virgen», que en hebreo era almah «mujer joven». Esta mutación involuntaria provocó que la frase profética de Isaías quedase así: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo…».

En genética, los errores son poco frecuentes, pero, cuando suceden, el resultado casi siempre es más desastroso que la invención de un mito.

Ahora sé que, en el caso de mi hermana y en el mío, al menos dos de estas mutaciones genéticas producidas generaciones atrás nos han acarreado consecuencias nefastas. También he descubierto que esta herencia genética que hemos recibido nos ha proporcionado herramientas para intentar ser felices y, sobre todo, para saldar una deuda que, especialmente las mujeres de mi familia, teníamos contraída siglos atrás.

Todo empezó hace casi diez años.

Alicante, octubre de 2011

Sentí alivio cuando el doctor Maldonado me informó de que los resultados de las pruebas que me habían hecho confirmaban que no padecía esquizofrenia.

– Entonces, esta obsesión, estos terrores nocturnos… Cada vez son más intensos y frecuentes… – murmuré.

Estábamos en la consulta privada que el doctor tenía en el último piso de un edificio situado en la céntrica plaza de los Luceros de Alicante.

Sentado en la butaca reclinable que había detrás del escritorio, Maldonado me explicó con voz firme pero monocorde que habría que buscar la causa de la obsesión, y que para ello lo mejor sería pedir la colaboración de un hipnoterapeuta.

– ¿Hipnosis? ¿Quiere que me hipnoticen?

– Una vez descartada la esquizofrenia y dado que con las sesiones de terapia convencionales no hemos descubierto la causa de su trastorno, creo que la hipnoterapia puede ser un tratamiento coadyuvante que podría servirnos para averiguar la raíz de…

– ¿Me hipnotizaría usted?

– No, yo no soy hipnólogo. Pero no debe preocuparse, conozco a un buen especialista, el doctor Ríos… –al ver que mis cejas fruncidas no se relajaban, sonrió–: Por favor, no debe confundir la hipnosis de espectáculos con la que se emplea para fines terapéuticos, complementaria al tratamiento médico de fobias, de dolor, de adicciones, de trastornos de la conducta alimentaria… Somos cada vez más los psiquiatras, oncólogos y psicólogos que solicitamos la colaboración de estos colegas. La mayoría de ellos son también médicos…

– ¿Como ese doctor Ríos…?

– Es un prestigioso psicólogo que lleva años especializado. – El psiquiatra suspiró levemente antes de añadir –: Llevamos varias sesiones de psicoterapia sin avanzar, estancados. Si estuviéramos en los años sesenta del siglo pasado o en la próxima década, quizá podríamos ayudarnos de un fármaco tan eficaz como el LSD para derribar la barrera psíquica con que nos tropezamos una y otra vez…

– ¿LSD?

– Sí, dietilamida de ácido lisérgico, conocida como LSD o, simplemente, como ácido…

– Esa droga que estaba tan de moda en la época de los jipis…

– Eso es. Sólo que, antes de hacerse tan popular, era empleada por muchos psiquiatras en las sesiones de psicoanálisis, con buenos resultados…, hasta que fue prohibida. Ahora, casi medio siglo después, vuelve a debatirse la conveniencia de rescatar el LSD como psicolítico. Varias investigaciones se están llevando a cabo en este sentido, pero hasta que no concluyan los ensayos y se vuelva a autorizar su uso psicoterapéutico, hemos de recurrir a otros medios para conseguir superar esos obstáculos con que nos encontramos en la consciencia de algunos pacientes, como usted. En mi caso me decanto por la hipnoterapia porque su ayuda me ha servido para tratar a otros pacientes.

Por estar a contraluz (el ventanal estaba detrás del psiquiatra), creí ver por un momento la cabeza del doctor Maldonado rodeada de una aureola anaranjada. Fue sólo un instante y me preocupó porque no era la primera vez que percibía un efecto como aquel. Desde hacía días, cada vez con mayor frecuencia veía a la gente borrosa, aunque estuviera cerca. Era evidente que estaba perdiendo visión, sobre todo en el ojo derecho, pero no sabía si tenía algo que ver con el trastorno mental que padecía. Se lo pregunté al doctor Maldonado. Hizo un mohín con los labios antes de responderme:

– Seguro que no tiene nada que ver. Yo de usted iría a la consulta de un oftalmólogo.

– Lo haré.

– En cuanto a la hipnoterapia…

– Sí, lo que usted me sugiera.

– Muy bien. Le facilitaré el número de teléfono del doctor Ríos… Hablaré con él y le pediré que me mantenga informado del resultado de sus sesiones.

El doctor Maldonado me fue recomendado por otro psiquiatra, el doctor Lloret, director del Centro Doctor Esquerdo, de la población de San Juan, donde se encontraba ingresada mi hermana desde el pasado mes de agosto.

Llevaba semanas padeciendo aquellos ataques extraños de ansiedad y de terrores nocturnos, temiendo que fuesen los primeros síntomas de una esquizofrenia, cuando aproveché la siguiente visita que hice a mi hermana para contarle al doctor Lloret mi preocupación.

– Por lo que me cuenta, no parece que se trate de un brote esquizofrénico, pero lo mejor será que vaya a la consulta de un psiquiatra…

– Pero usted es psiquiatra… – repuse, ligeramente angustiada. Estábamos en el vestíbulo del hospital, después de ver a mi hermana.

– Pero sólo atiendo a pacientes ingresados. En su centro de salud le dirigirán al especialista que le corresponda. O, si lo prefiere, puedo recomendarle a un colega que tiene consulta privada… No debe preocuparse, probablemente esos ataques se deban al estrés que está sufriendo. Pero sí que conviene descartar definitivamente la esquizofrenia porque, si bien en su familia no existe ningún antecedente, salvo su hermana…

– En la familia de mi madre no hay ningún antecedente. En cuanto a la de mi padre, ya le dije que resulta imposible saberlo… Pero, ¿tan importante es? ¿Es hereditaria?

– Las estadísticas dicen que afecta a una de cada cien personas, que el ochenta por ciento de los casos tienen origen genético y que, cuanto más grave es la enfermedad, más importante parece este componente hereditario. Sin embargo, en el caso de su hermana, al no conocer su ascendencia paterna, no podemos asegurar que haya sido heredada…

– Pero usted cree que sí…

Se encogió ligeramente de hombros al tiempo que respondía:

– La que padece su hermana es severa y demasiado complicada como para que no tenga un origen genético. Pero lo que yo crea no es concluyente…

– ¿Y los estudios que me dijo que pensaban hacerle…?

– Era una posibilidad. Se están llevando a cabo estudios de investigación y cabía la posibilidad de que Carmen entrara a formar parte de uno de los grupos seleccionados… De todos modos, por desgracia, aún tenemos gran desconocimiento de la enfermedad. Ojalá que los genetistas lo descubran pronto. Mientras tanto, los psiquiatras sólo podemos tratar los síntomas, lo que resulta realmente frustrante…

El doctor Ríos

El director de la Clínica Psicológica Hipnos de Alicante era licenciado en psicología por la Universidad Central de Barcelona y doctorado en la de Oxford. Todo esto lo sabía gracias a internet.

Pero lo que no sabía del doctor Joan Ríos Romeu era que, a sus 49 años, tenía el aspecto de un treintañero atractivo (ojos verdes protegidos por largas pestañas, labios risueños, manos suaves y tranquilas que, cuando se movían, desprendían un leve y agradable aroma a limón y miel). Esto lo supe cuando me encontré por primera vez ante él, en la última semana de octubre de 2011.

La misma joven que me había recibido en la entrada de la clínica, uniformada de blanco, me acompañó hasta su despacho. El doctor me saludó con afabilidad.

– Maldonado ya me ha anticipado que se ha descartado la esquizofrenia, lo cual es importante – dijo el doctor Ríos al mismo tiempo que nos sentábamos uno enfrente de otro, con el escritorio blanco en medio. Achaqué a mis problemas crecientes de visión el hecho de que me pareciera ver su cuerpo rodeado de un delicado halo de color azul marino –. Pero también es importante que descartemos otras enfermedades, ya que la hipnoterapia está contraindicada si el paciente las padece.

Me preguntó si estaba embarazada o si sufría o había sufrido alguna enfermedad. Contesté negativamente, y él se tomó su tiempo para hacer sus anotaciones en una ficha que tenía abierta encima del escritorio.

– Como le habrá contado el doctor Maldonado, nosotros trabajamos siguiendo sus indicaciones. En su caso, la hipnoterapia no será más que un complemento del tratamiento – me dijo, mirándome con esos ojos verdes y risueños que, para mi sorpresa, descubrí tenían el poder de causarme cierta turbación.

– Sí, me lo dijo – asentí, desviando la mirada-. También he leído algunas cosas sobre la hipnosis y…

–No voy a decirle que no lea, por supuesto, pero he de advertirle que se escriben muchas cosas, especialmente en internet, que verdaderamente no tienen nada que ver con la realidad.

– Lo sé. También me lo advirtió el doctor Maldonado. Me habló de la diferencia entre los hipnotistas que se ganan la vida en la farándula y ustedes.

– ¿Está dispuesta a confiar en mí?

Amplió su sonrisa y yo le respondí con la mía.

– Estoy aquí, ¿no?

– Sí, claro. Pero, perdone que insista, es muy importante la confianza, que esté dispuesta a colaborar sin reparos. No es cierto que se pueda hipnotizar a cualquiera en contra de su voluntad. Del mismo modo que no es verdad que la buena disposición y capacidad para ser hipnotizado sea sinónimo de voluntad débil o de poca inteligencia; muy al contrario, la inteligencia y una fuerza moderada del ego son factores que ayudan mucho para conseguir una buena concentración.

– Confío en usted.

– Estupendo. Acompáñame, por favor.

El doctor Ríos me condujo hasta una estancia contigua, a la que se accedía a través de una de las dos puertas que había en el despacho. Se trataba de una habitación reducida, sin ventanas, con las paredes blancas, desnudas, y rejillas de aire acondicionado en el techo. Había una camilla, una silla, una lámpara de pie, una mesita con un ordenador portátil y conectado a una cámara apoyada en un trípode. Una vez cerrada la puerta, dentro sólo se oía nuestra respiración, se olía muy levemente el perfume de limón y miel que desprendían sus manos.

– Por favor, túmbese. – Mientras lo hacía, tomó asiento en la silla, al tiempo que me explicaba –: Hay dos tipos de hipnoterapias: la supresora y la expresiva. La primera se emplea para hacer desaparecer una forma de conducta determinada. La segunda, la expresiva, se emplea para traer a la consciencia del paciente experiencias pasadas que puedan encerrar la causa de su trastorno mental. En su caso, señora Mayans…

–Patricia.

–¿Cómo?

Me mordí el labio inferior. Debía empezar a concentrarme. Aunque le estaba escuchando, me había descubierto intentando ver si llevaba una alianza en sus dedos.

– Llámeme Patricia, por favor.

– Ah, estupendo. Bien, Patricia. Como le decía, en su caso vamos a llevar a cabo una terapia expresiva. ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

– Muy bien. Para ello debemos llegar a la tercera fase. No es fácil conseguirlo las primeras veces. Le pido que tenga paciencia.

– Vale. Intentaré portarme lo mejor posible.

– Eso está bien –sonrió–. En la primera fase estará consciente, pero gracias a su concentración la induciré a un estado de trance suave en el que notará cómo se irá relajando paulatinamente, hasta tener la sensación de que se halla en un estado letárgico. En la fase segunda su mente estará calmada y receptiva, tendrá la sensación de que su cuerpo se abandona hasta la inmovilidad. Y por fin, en la tercera fase, que es la de mayor concentración, la sensación corporal será la de no existencia, entrará en un trance profundo en el que podrá abrir los ojos, pero sin despertar…

– Como una sonámbula… – le interrumpí casi sin querer, al acordarme de pronto de mis lejanos episodios de sonambulismo cuando era adolescente.

– Muy parecido, sí. En esta última fase, gracias a que será muy sugestionable, regresaremos al pasado para tratar de recuperar de su memoria oculta, visualizándolos, reviviéndolos, recuerdos reprimidos que puedan contener la raíz de su obsesión actual. Es lo que llamamos una hipnosis regresiva. Luego, poco a poco, retornaremos al estado de vigilia. ¿Está preparada para iniciar la sesión, señori… Patricia?

– Sí – contesté, acomodándome en la camilla.

– Tengo por costumbre grabar las sesiones por si posteriormente he que hacer alguna consulta, repasar algún detalle. Por supuesto, su uso es restringido y confidencial. Nadie más que yo tiene acceso a las grabaciones. ¿Hay algún inconveniente por su parte?

– Si es como usted dice, no tengo inconveniente.

– Estupendo – dijo apretando una tecla del ordenador que puso en marcha automáticamente la cámara de vídeo. Atenuó la luz de la lámpara hasta sumir la habitación en una agradable penumbra. Aunque miraba el techo, creí ver de reojo que el halo azul que envolvía su cuerpo brillaba más que antes. Temí que estuviera agudizándose mi problema de visión. Pero me preocupó más ver cómo mi cuerpo parecía radiar una tenue claridad rosada entre la sombra –. Empecemos…

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats