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José A. García del Castillo

LA PLUMA Y EL DIVÁN

José A. García del Castillo

De la mediocracia a la dictocracia

El Parlamento Europeo. EP

Se reconoce por los expertos en la materia, que la mejor forma de gobierno es la democracia, un sistema donde el poder está en manos de todos los ciudadanos. Hasta aquí creo que todos estamos de acuerdo, pero para buscar las causas del posible deterioro de este método de gobierno no tendríamos que centrarnos en las ideologías, sino en los procedimientos.

La elección de representantes políticos en nuestro país se basa en grupos ideológicos cerrados. Para alcanzar un puesto de altura en su grupo y ser elegido por los ciudadanos, el político ha de medrar entre sus compañeros de ideología y deshacerse de los rivales. Esto se convierte en una selección interna que elimina a los completamente inservibles y a los altamente cualificados, llegando a una ecuación final que da como resultado una lista cerrada de mediocres, según el principio de Peter.

El conjunto de mediocres electos de las diferentes ideologías compiten entre sí para ganar el gobierno y una vez alcanzado por cualquiera de ellos, nos encontramos con una auténtica y genuina mediocracia.

El líder mediocrático es apoyado incondicionalmente por sus correligionarios que, como buenos mediocres, temen ser derribados si se atreven a contrariar alguna de las ideas o iniciativas que pudiera plantear. Normalmente un líder mediocrático competente tiene que ser capaz de proponer cuestiones que parezcan originales.

Para formar Gobierno sin mayoría absoluta, unos y otros tienen que pactar. Al contar con un número de partidos muy alto, los resultados necesariamente favorecen a los grupos ideológicos pequeños, que finalmente consiguen ser una pieza imprescindible del gobierno. Este es el primer nivel de la dictocracia, dado que ejercen el poder para ellos mismos y su grupo.

La dictocracia se alimenta de lo mejor de la mediocracia para desarrollarse. De hecho, un buen dictócrata ha de ser capaz de gobernar de forma dictatorial y autocrática sin que lo parezca, dejando siempre la duda razonable de que los que se equivocan son los demás.

La cortina de humo es una de las herramientas fundamentales de su gobierno, siendo utilizada las veces que sea necesario para disipar cualquier duda en el incumplimiento del principio democrático de separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.

Una buena dictocracia ha de contar también con un parlamento de mediocres que estén permanentemente inmersos en un diálogo de sordos, donde solamente se escuchan los de grupos ideológicos afines o iguales y los restantes hacen oídos sordos. Lo más impactante es que el pueblo soberano asiente, aplaude y mantiene el proceso sin reflexión crítica alguna.

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