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Tomás Mayoral

Proletariado del botellón

Los estudiantes contagiados en el brote de Mallorca

El virus se está cebando con los que aún no están vacunados, en lo que algunos ya empiezan a considerar la cuarta ola de la pandemia. La eficacia de las vacunas, desarrolladas en tiempo récord, es de tal intensidad que ha dividido el mundo en dos grupos sociales separados por un muro invisible e infranqueable: los expuestos sin protección al contagio y los que saben que debajo de la ropa llevan una coraza que les aísla del peligro.

Son las nuevas clases sociales de la nueva sociedad que nos deja la pandemia. En el primer grupo están los sanitariamente pudientes, el primer mundo, el lado rico del planeta. En el segundo, el tercer mundo, los pobres de solemnidad con acceso limitado a los sueros y que van recogiendo las vacunas, como migajas, que se caen de la mesa bien surtida del primero.

Esta es una posible clasificación, pero hay otra. En un lado, la clase privilegiada, la que más riesgos sufría si se contagiaba, los que están en la parte de más edad de la población. No quisiera ser injusto, pero son (somos) el pasado y el presente de esta sociedad. La clase baja de esta nueva división social la integran los que tenían menor riesgo, los más jóvenes, el proletariado del botellón: y, sin embargo, son ellos el futuro. Hemos primado el presente y el pasado y hemos dejado el futuro en un segundo orden de prioridad. Por cierto, hemos decidido por ellos, porque es un hecho que la parte de la sociedad que ha tomado las decisiones ya está vacunada.

No digo que no sea justa esta prelación, pero lo que no debemos hacer, ahora que les hemos dejado indefensos ante el virus, es criticarles, insultarles, señalarles y convertirlos en los apestados, en el lumpen culpable de todo porque se contagian. No nos quejemos cuando algún día ellos nos midan con la misma vara con la que ahora les medimos nosotros.

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