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Joaquín Rábago

¿Acaso se consiguió algo en Afganistán?

Fuerzas de seguridad de Afganistán

Tarde, como ocurrió también en su día en Vietnam, EEUU decidió abandonar por fin una guerra que tenía de antemano perdida, y con la superpotencia, han terminado retirándose también los aliados que la acompañaron en esa aventura militar para combatir a Al Qaeda.

Lo hizo hace unos días España, que perdió en Afganistán a un centenar de sus soldados, la mayoría en dos accidentes aéreos, y acaba de hacerlo también Alemania, que ha de lamentar cincuenta y nueve víctimas mortales entre los más de 150.000 militares que a lo largo de veinte años envió al país.

Cualquier pérdida humana es de lamentar, sobre todo si se considera que su sacrificio no sirvió para nada. Y eso es lo que uno teme que haya ocurrido en la guerra iniciada por la Casa Blanca de George W. Bush tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en suelo estadounidense.

Toda intervención militar requiere que quien la emprende tenga bien claro el objetivo perseguido, y éste no era al parecer otro que combatir a los cabecillas responsables de aquellos salvajes atentados, a quienes se suponía que el país asiático había dado cobijo.

El argumento esgrimido en un primer momento tanto por Washington como por sus socios de la OTAN para justificar la invasión es que la primera línea de defensa de Occidente frente al terrorismo islamista pasaba por Afganistán.

Con el tiempo pareció, sin embargo, cambiar el objetivo de la Alianza, y se dio prioridad a lo que llaman en inglés “nation building” (construcción de nación), es decir el proceso de construcción de las instituciones democráticas y la sociedad civil que permiten funcionar a un Estado.

De ese modo, el enemigo a combatir no era ya la red terrorista de Al Qaida, sino los propios talibanes, que trataban de enseñorearse de Afganistán para imponer en todo el país su execrable modelo de sociedad, totalmente alejado de nuestras democracias.

Se trata de un ejemplo más del llamado “intervencionismo humanitario” occidental que hemos visto en tantas regiones, desde los Balcanes hasta Oriente Próximo o el norte de África – Irak, Siria o Libia- y que, por desgracia, también tantos desastres humanos ha causado.

El cerebro de los atentados del 11 de septiembre, el saudí Osama bin Laden, fue muerto al comienzo de la intervención militar estadounidense en Afganistán, pero, veinte años después, la organización que él fundó, Al Qaida, sigue, por desgracia, viva.

Como continúan también los talibanes, que se muestran cada vez más fuertes, conquistan cada vez más territorio y suponen una gravísima amenaza para un país al que, ante la inutilidad del esfuerzo militar de Occidente, se ha optado finalmente por abandonar de nuevo a su suerte.

Un país que no ha dejado de estar en guerra desde los años setenta, internamente desgarrado y en el que unos “señores de la guerra”, a cual más corrupto, campan por sus fueros frente a un Gobierno débil y falto de legitimidad. Los talibanes vuelven a tener, por desgracia, allí el terreno abonado.

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