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Mercedes Gallego

Crónicas de un pueblo

El mejor estilo de Hollywood pero enclavado en el corazón de la Marina Baixa arrancó este sábado una nueva edición del Festival del Cine de L´Alfàs del Pi que durante toda la semana inunda de fotogramas, música, fotografía y otras derivadas del arte todos los rincones de esta población. Una localidad que ha sabido mantener sus raíces pese a la tentación que supone estar a un tiro de piedra de la capital turística de la Costa Blanca y a la dificultad añadida de que la mitad de su población sea extranjera. No en vano acoge al segundo núcleo de noruegos más numeroso fuera de su país después de Nueva York. Pues aún así, pásmense, en L´Alfàs sigue oliendo a pueblo. Y a cine.

Un entorno en el que hace 33 años arrancó esta muestra que desde entonces se ha venido celebrando ininterrumpidamente. Con alcaldes de todos los colores y en circunstancias de todo tipo. Por no poder, ni el covid ha podido suspender este encuentro con los que de verdad aman lo que se avino en llamar Séptimo Arte, aunque no sé por qué no le pusieron de los primeros.

Pero este festival es mucho más. Representa la apuesta por la grandeza de lo pequeño en una tierra en la que hubo un tiempo en que todo lo que encerraba esa palabra parecía proscrito. Una etapa larga y con sobrados y conocidos efectos secundarios en la que los grandes proyectos, las Fórmulas I y los parques temáticos lo inundaban todo eclipsando lo demás.

Y hete aquí que décadas después, esta cita con el cine que los vecinos siguen sintiendo como suya (lo que sin duda es uno de los secretos de su éxito) y en la que el glamour se cambia sin pudor por una verbena a golpe de pasodoble en plena calle ha hecho realidad que el diminuto David haya sobrevivido a un Goliat como La Ciudad de la Luz. Estarán conmigo en que, si no estuviera ya escrito, daría para un guión.

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