Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan Gaitán

El fracaso

Hay una épica en algunos modos de fracaso, pero no en todos

Luis Enrique, en rueda de prensa tras la caída en cuartos de la selección española.

La vida no tiene recompensa. La vida, generalmente, es una consecución de pesadumbres en la que al final te mueres. Suena feo, traído del lado pesimista del existencialismo, quizás demasiado Heidegger, incluso más Kierkegaard, y probablemente inapropiado para una mañana como esta, de verano, quizás una mañana para usted, que me lee con el primer café, de vacaciones y descanso, y que yo he venido a fastidiarle.

Pero yo había venido a hablar del fracaso, discúlpeme, y su estética. Porque hay una cierta épica en algunos modos de fracaso, pero no en todos. Hay, lo ha dicho todo el mundo, un hermoso fracaso en la caída en cuartos de la selección española. Es muy nuestro eso de perder cuando mejor lo hacemos y ponernos en el ojal la flor del que ha sido inmerecidamente derrotado. La injusticia nos siente bien, es un traje muy a nuestra medida, mucho más elegante que la victoria. Ya nos enseño Villamediana que muy cerca del grosero está el venturoso.

Esa es la derrota dulce. Luego, hay modelos más amargos, como ese fracaso amargo y vergonzante de que se nos haya venido encima la quinta ola de la pandemia cuando pensábamos que esto estaba ya resuelto. Es un fracaso de todos, pero especialmente de quienes han enviado el equívoco mensaje de “prueba superada”, desatándonos las ganas de vivir a quemarropa, y he aquí las terribles consecuencias, como terrible consecuencia es también de nuestra desatada manera de ser inconscientes el cambio climático. Vamos a acabar muriendo de verano extremo, achicharrados. Mientras escribo el calor golpea la puerta de la casa, amenazante. Estamos en una ola de calor peligrosa, dicen los expertos, de esas en las que el termómetro alcanzará los cincuenta grados centígrados. Una vez, en una ciudad de Arabia Saudí, vi un termómetro marcando 54 grados. No era comparable con nada que yo hubiera vivido antes y pensé que no volvería a vivirlo pero, según lo anunciado, parece que en estos días voy a revivir aquellos tiempos de la Guerra del Golfo (primera parte), en los que era un joven reportero capaz de soportar cualquier cosa. Ahora no soy ya joven, ni siquiera soy reportero, que fue la etapa más feliz de mi vida profesional. Haber llegado hasta aquí, hasta la cima de esta columna que escribo en un cómodo despacho con aire acondicionado y una ventana mediana desde la que miro el mundo, es mi modo, mi agridulce modo de fracaso.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats