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Joaquín Rábago

¡Si Mao levantara la cabeza!

Rascacielos en China

Un total de 5,3 millones de millonarios en dólares tenía el año pasado la China continental, es decir, sin incluir a Hong Kong, lo que equivale al 9,4 por ciento de los millonarios de todo el mundo.

Son datos procedentes del último informe del banco Credit Suisse sobre la riqueza mundial, según el cual el número de los superricos creció ese año en China nada menos que un 35 por ciento.

El pronóstico es que, en los próximos cinco años, ese país casi doble el número de millonarios, superando con creces el incremento del 27,8 por ciento previsto para Estados Unidos.

Al mismo tiempo, sin embargo, no ha dejado de aumentar allí como en tantas otras partes del mundo la desigualdad de ingresos, como indica el llamado “coeficiente o índice de Gini”.

Ese coeficiente es, como se sabe, un número entre 0 y 1 donde el primero se corresponde con la igualdad perfecta mientras que el segundo equivale a la más extrema desigualdad, es decir, una situación en la que una sola persona dispondría de toda la riqueza de un país.

De acuerdo con las Naciones Unidas, un índice superior a 0,40 es alarmante pues indica una polarización entre ricos y pobres que puede traducirse en descontento social y degenerar incluso en conflictos.

Pues bien, con un índice de Gini de 0,70 en 2020, la sociedad china se caracteriza actualmente por una mayor desigualdad incluso que la estadounidense, donde el coeficiente es de 0,48. ¡Ay, si Mao levantara la cabeza!

Por comparación, mientras que Suráfrica tiene un índice Gini de 0.63, Namibia, de un 0.59 y Brasil, casi un 0,54, los países europeos son los más igualitarios, con índices de entre un 0,24 (Eslovenia) y de algo más de un 0,31 (Francia o Alemania). En España era de un 0,33 en 2019.

Shanghái es actualmente no sólo la ciudad más populosa, sino también la más rica de la China continental. Se calcula que en ella viven más millonarios que incluso en Nueva York.

Allí es donde el 23 de julio de 1921, Mao Tse Tung fundó junto a doce camaradas el Partido Comunista Chino, sólo tres años después de que el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (bolchevique) adoptara también esa denominación.

Y lo hizo en el barrio de Xintiandi, una parte de la ciudad caracterizada por sus “shikumen”, típicas casas de dos o tres plantas dispuestas en callejones, que combinan elementos arquitectónicos occidentales y chinos.

Ese barrio popular, donde se levantaron esas casas a finales del siglo XIX, cuando la ciudad estaba dividida en una concesión internacional entre las potencias coloniales europeas, del Japón y de Estados Unidos, ha sufrido desde entonces un enorme cambio.

A partir de finales de los años noventa del siglo pasado, un rico inversor de Hong Kong dedicó 170 millones de dólares a la transformación de Xintiandi en un barrio de comercios de lujo y lugares de ocio.

Y en ese barrio donde hoy puede visitarse el Museo del Primer Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, los precios de la vivienda superan en muchos casos los de los barrios más ricos de ciudades occidentales como Londres o Nueva York.

Pese al crecimiento espectacular de la desigualdad, la mayoría de los chinos parecen resignarse al hecho de que al mismo tiempo millones de ciudadanos han logrado salir de la pobreza más absoluta: entre 1978 y 2015, los ingresos reales por habitante se octuplicaron.

Y, según pronostica el informe del banco Crédit Suisse, para el año 2025 la renta per cápita alcanzará allí los 105.000 dólares, lo que equivale a veinticinco veces la registrada a comienzos de siglo.

Hay, sin embargo, una enorme diferencia entre los ingresos medios de los habitantes de las ciudades y los de quienes viven en las zonas rurales más apartadas.

Al mismo tiempo, todo está subordinado en ese país al Partido Comunista, que es quien mantiene el control absoluto de la población: nunca había habido tantas cámaras de reconocimiento facial; nunca tampoco tantos policías patrullando las calles

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