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Carmen Tomàs Asensio

Carmen Tomàs

Redactora | Gestora de portada

Sobre ‘incels’ y la banalidad del mal

Sobre ‘incels’ y la banalidad del mal

La falacia de la meritocracia ha convertido al arquetipo del protagonista de nuestro siglo en un incel, en un fracasado que cree fervientemente merecer todo aquello que posee el arquetipo de héroe convencional. El incel cree que merece cosas por el hecho de desearlas, se ha tragado el cuento Disney y no valora absolutamente nada de lo que tiene (el incel es, además, un perfecto superficial). No es reivindicativo ni revolucionario porque su actitud radica en el más rancio de los conformismos: una cruzada de brazos violenta, pasivoagresiva y fatal para quien le rodea.

El incel parte de la más absoluta individualidad, no tiene conciencia social y, por tanto, tampoco mide con responsabilidad el alcance de sus actos ni tiene la madurez necesaria para colaborar en el avance colectivo: No concibe la lucha de clases porque él no es una clase, es un ser de luz único y especial. No piensa, ni mucho menos valora, en los sentimientos de los demás.

El incel es absolutista: ocurre que está convencido de que su desgracia parte de un complot universal. No es, de hecho, un ser racional, es más bien primitivo, impulsivo, torpe y peligrosamente infantil. El incel relativiza absolutamente todo lo que no le afecta directamente: es incapaz de ver las dificultades mayores y la violencia que se ejerce contra personas que él mismo considera inferiores.

En un contexto de asesinatos machistas casi diarios, de cada vez más agresiones homófobas (no olvidemos jamás que el asesinato de Samuel es consecuencia de un retroceso social) cabe recordar más que nunca que todo avance social viene de la mano de la lucha de clases. Las pocas veces que se ha conseguido algo (porque han sido muy pocas para mujeres y colectivo LGBT) ha sido gracias a la reflexión, la unión colectiva y al convencimiento de que la justicia va más allá del propio deseo individual.

Ahora, algunos pretenden que nos sintamos pardillas por conservar valores que consideran anticuados: Es anticuado querer abolir la prostitución, pues todos tenemos derecho a acceder a un cuerpo ajeno para satisfacernos. Es anticuado poner en duda los roles de género y acentuar las diferencias que aún castigan a las mujeres (en la peligrosa pirámide que acaba en asesinato), porque la realidad material ha sido sustituida por algo líquido e incómodo de abordar, cuyo hilo nos llevaría a poner en duda el sistema. Sigue siendo incómodo decir que se es gay, lesbiana o bisexual, porque se considera aún un tema tabú “y a nadie le importa con quién te metas en la cama”, cuando lo que se reivindican son derechos civiles igualitarios (el matrimonio fue, sin duda, la gran conquista que ciertos partidos “democráticos” pretenden anular).

No pongamos el altavoz en aquellos que relativizan o ponen en duda el porqué del terrorismo machista ni de las agresiones y asesinatos homófobos. No permitamos que los llamen de otra manera o se disculpen a golpe de conjunción adversativa: Pero tengo amigos gays. Pero tengo hermanas, hijas o mujer, por lo que no puedo ser machista. El que no se revuelve y grita contra una injusticia no es un héroe, sino un cómplice.

"El problema con Eichmann fue precisamente que muchos fueron como él, y que la mayoría no eran ni pervertidos ni sádicos, sino que eran y siguen siendo terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones legales y de nuestras normas morales a la hora de emitir un juicio, esta normalidad es mucho más aterradora que todas las atrocidades juntas".

           - Hannah Arendt, 'Eichmann en Jerusalén'

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