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José Ramón Martínez-Riera

Tropezando siempre en la misma piedra

José Ramón Martínez-Riera

Juventud y covid

Una joven con mascarilla en el centro de Atenas EP

Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él. Mahatma Gandhi

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Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

Es importante destacar lo que hace singular a la juventud, pero también lo que les hace frágiles ante determinados factores sociales y culturales que no siempre identifican y mucho menos controlan. El difícil equilibrio que supone estar en permanente búsqueda de su personalidad y, lo que es más importante, sentirse identificado con la misma; la autorrealización; la aceptación de sus iguales; el rechazo a lo normativo o lo identificado como impuesto; el miedo a sentirse diferentes; la necesidad de agradar a unos y al mismo tiempo desagradar a otros como forma de reivindicar su ego; la tentación por el riesgo y lo prohibido; la constante búsqueda de la libertad, su libertad, que no siempre coincide con el concepto social y solidario de libertad, son tan solo algunos de los comportamientos y rasgos que acompañan a la juventud.

La irrupción de la pandemia, supuso para la juventud un cambio radical en la considerada normalidad para pasar a una normalidad impuesta, vigilada y sancionadora que limita la libertad de acción y lo que es más doloroso la libertad de socialización tribal con su círculo de amistades o relaciones sociales.

De repente se ven recluidos, en el mejor de los casos, en el reducido espacio de su habitación teniendo que compartir todo el tiempo, su tiempo, con quienes en muchos casos considera sus opresores, sus enemigos e incluso sus competidores, padres/madres y hermanos/as. Por otra parte, la actividad académica, válvula de escape para muchas/os, a pesar de que puedan odiarla, queda limitada a una pantalla en la que ni se dejan ver ni escuchar, ahondando en el aislamiento impuesto. Los incentivos, motivaciones, ilusiones… se reducen a los videojuegos, los chats, las redes sociales, la adicción a las series que consumen compulsivamente...

A todo ello hay que añadir la permanente sensación de estar al margen de todo cuanto sucede con relación a la pandemia.

Pero a pesar de todo, la juventud ha tenido, como la gran mayoría de la población, un comportamiento ejemplar en el cumplimiento estricto del confinamiento que resultó fundamental en el control de la pandemia.

Y es en este momento en el que la ansiada y esperada libertad es interpretada por la juventud de manera diferente al resto de la población. Pero no porque tuviese una intención manifiesta de provocar daño, sino simplemente como una forma diferente de ver la realidad pandémica que nadie ha tenido, ni el tiempo ni la necesidad, de explicarles para que ellos mismos, a través de una educación para la salud capacitadora y participativa, hubiesen tenido la oportunidad de canalizar de otra forma a como lo han hecho en un desesperado intento por recuperar su libertad.

Es a partir de este comportamiento, considerado por la sociedad en general y por algunos medios de comunicación en particular, como errático e irresponsable, sin más análisis al respecto, cuando se traslada, de manera absolutamente irresponsable, mezquina y propagandística, la carga de culpabilización por lo que sucede, estigmatizando a la juventud y convirtiéndola en el foco de todas las miradas y las culpas. Cuando, realmente, no hay jóvenes malos, sino jóvenes mal orientados.

Disociar aquello que caracteriza a la juventud para arremeter contra ella, es un ataque a su dignidad y una falta de respeto a su capacidad, propia de la incompetencia, la hipocresía y la ignorancia de quien así actúa. Es como tratar de comprender o identificar a Peter sin Pan, a Ramón sin Cajal, a Robin sin Hood o a Ortega sin Gasset, pierden sentido al perder parte de su identidad.

La juventud ha demostrado en repetidas ocasiones su capacidad de participación, su solidaridad, su responsabilidad… pero lo ha hecho cuando se le ha dado la oportunidad de aportar ideas, de innovar, de crear, de movilizar…

Las enfermeras comunitarias, por su parte, han sido obligadas a recluirse en los centros de salud o ser trasladadas a hospitales sin dejarles la capacidad ni la libertad de llevar a cabo intervenciones comunitarias a través de las cuales lograsen, no tan solo hacer comprensible la pandemia y su comportamiento sino también en cómo, dónde, cuándo, con quién… poder intervenir la juventud de tal manera que se sintieran útiles, capaces y promotores de ideas y acciones que contribuyeran a controlar la pandemia pero también a ayudar a quienes más la padecían.

Cuando se creía controlada la pandemia, los mensajes precipitados, confusos e incluso con un claro interés centrado en la economía más que en la salud, como ya sucediera cuando se quiso salvar la navidad en lugar de la sanidad, el comportamiento de la juventud, contagiada de dicha información que quedaba sujeta a la interpretación, vuelve a situarse en el centro de todas las críticas, las iras y las culpas, desviando la atención de lo que realmente provoca estas situaciones de descontrol y de quienes son sus verdaderos responsables, las/os decisoras/es reales.

Los botellones tan solo son la consecuencia de la incapacidad y la mediocridad de decisores políticos y gestores que muchas veces los consintieron e incluso promovieron, siendo ahora la principal excusa para disfrazarlos y hacer de los mismos el principal argumento contra una juventud olvidada y relegada. Los botellones se combaten con policía y represión, cuando lo que se requiere es afrontarlos con empatía y educación.

La Atención Primaria, que representa la juventud del SNS, se dignifica con más inversiones y menos aplausos. Con más acciones y menos omisiones. Con más iniciativa y menos pasividad. Con más autonomía y menos dependencia.

Uno de los mayores errores humanos es el creer que hay sólo un camino para llegar a dónde se quiere. Lo importante es saber a dónde se quiere ir y a partir de ahí elegir el mejor camino, tal como le dijera el gato Cheshire a Alicia en el cuento de Lewis Carroll. Pero para eso hay que saber y querer planificar y eso ya resulta muy difícil para quienes nunca lo consideran ni tan siquiera como una opción.

Como dijese John Wooden “la juventud necesita modelos, no críticos” que les inspiren y en quienes puedan confiar para desarrollar su creatividad e iniciativa.

El hombre, queda claro, es el único animal capaz de tropezar dos veces, o más, en la misma piedra. Y, después de todo… culpar a la piedra.

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