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Juan Carlos Padilla Estrada

Las crónicas de Don Florentino

Juan Carlos Padilla Estrada

La frontera del hambre

Children in Burkina Faso undergo historic open heart surgeries ANNE MIMAULT

Me llamo Mohamed. Como miles y miles de otros como yo. He nacido, no sé muy bien cuantos años hace, en un lugar que se llama Burkina Faso, en África.

A mi padre apenas le conocí, creo que se lo llevaron los señores de la guerra y que murió joven. Y a mí me crió mi madre.

Mi madre… es una mujer fantástica… delgadita, parece poca cosa, pero es capaz de caminar con muchos kilos en bultos y de llevarnos a nosotros tres encima también. Además, cada día recorre casi tres kilómetros para traernos agua para beber. Sí, ¡esa es mi madre!

Donde yo vivo no hay escuelas, pero hace algún tiempo vino un señor blanco, muy amable y nos estuvo explicando que nuestra zona se llama Sahel, y que algunos lo llaman “el cinturón del hambre”. Nos dijo también que somos una de las zonas más pobres del mundo y con peores condiciones de vida. Yo tengo cierta facilidad para los números, y retuve que nuestro índice de desarrollo humano era de 0,4, mientras que el primero del mundo es Islandia, que no sé donde está, pero que llega a 0,96.

¿Saben? Muchas noches he soñado que viajo a Islandia. Y que allí hay lugares donde los niños podemos jugar y comer hasta hartarnos, incluso eso que solo hemos visto en unas fotos y que se llaman chucherías. ¡Cuánto me gustaría probarlas! Mi mamá me ha dicho que hay sitios donde los niños estudian y van a las escuelas, que es como la choza en que nos reúne el señor Sawadogo, pero mucho más grande.

Hace una semana murió Hamidou. Mi mamá me dijo que fue por una enfermedad que se llama poliomielitis, que primero lo dejó sin poder andar y luego le paró la respiración. Hamidou era mi amigo, planeábamos viajar muy lejos cuando nos hiciéramos mayores, a sitios donde las personas comen todos los días y cuanto quieren.

El señor Sawadogo nos dijo que en otros lugares los niños no mueren de estas enfermedades, que hay inyecciones que las evitan y que todos los niños llegan a mayores, que no pasa como aquí, que muchos de mis amigos se han ido con el Gran Espíritu.

¿Saben lo que de verdad me gustaría? Les va a parecer una tontería, pero es lo que me haría feliz: tener una raqueta. Me gusta mucho jugar a kura, y lo hacemos con unas telas enrolladas, que golpeamos con unas ramas de abedul secas. Pero una vez vi a unos chicos jugando con una cosa que se llaman raquetas y desde entonces sueño con tener una. No sé si será posible alguna vez.

Ayer murió mi mamá. Se cayó por un precipicio y se rompió la pierna. El hueso asomaba a través de su piel, y el señor Sawadogo dijo que se iba a morir. Y así fue, porque la fiebre le oprimió el corazón y se la llevó con el Gran Espíritu.

Cuando la enterramos apareció el señor Ouattara, un hombre muy poderoso. Dicen que tiene barcos que viajan por todos los mares del mundo. Estuvo muy cariñoso conmigo y me dijo que si yo trabajaba para él me podría llevar a un sitio llamado Europa, donde los niños juegan con raquetas y comen chucherías. Yo le dije que quería ir a Islandia, y él se rió. Me dijo que a lo mejor lo podría conseguir.

Estoy muy contento. Mañana voy a marcharme de aquí. Me espera un viaje largo, pero el señor Ouattara me ha dicho que todo saldrá bien. Que en Europa son tan ricos que no les importa compartir su riqueza con nosotros, que allí hay comida para todos y que encontraré un trabajo con el que ganar dinero y vivir bien y llevarme allí a mis hermanos. Es verdad que ellos se han quedado aquí a trabajar para él y que he tenido que entregarle todo lo que tenía mi madre, pero eso no me importa, porque creo que dentro de muy poco voy a tener una verdadera raqueta. En realidad yo solo quiero eso, una raqueta, probar alguna chuchería y vivir con mis hermanos.

¿A alguien le podría parecer mal eso?

A lo mejor, con un poco de suerte, en algún tiempo puedo conocer Islandia.

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