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Josefina Bueno

Con todos mis respetos

Josefina Bueno

Maricón, moro, mujer empiezan por “m”

Una joven deposita unas flores en el improvisado homenaje a Samuel, en la avenida de Buenos Aires, con el paseo marítimo.

El domingo pasado conocíamos la noticia de la brutal agresión que acabó con la vida del joven Samuel Luiz, de 24 años, en La Coruña. Lo mataron de una paliza, y parece que, en algún momento, se oyó decir: “Deja de grabar maricón”. A la espera de que se esclarezcan los hechos en la investigación, el apelativo despectivo no debe pasar desapercibido porque nos enfrenta a una realidad preocupante: ¿Puede mi orientación sexual ser motivo de persecución y justificar una agresión? En ningún caso. Hace unas semanas, Younes Bilal, marroquí de 37 años, moría en Mazarrón (Murcia) tras ser abatido por tres disparos. Carlos Bermúdez, ex militar de 52 años, está imputado por asesinato con el agravante de racismo, fuentes judiciales señalan connotaciones racistas. “Los moros no teníais que estar aquí”, y otras parecidas, eran frases que se oyeron esa tarde en la cafetería del bar donde ocurrieron los hechos. Esta semana han detenido al asesino de Johana Andrea Aguilar, una mujer de 41 años que encontraron hace unos meses muerta por estrangulamiento en Burriana (Castellón). El presunto autor de los hechos es su marido y deja una hija. Los asesinatos machistas se suceden casi a diario.

Los llamados delitos de odio y los asesinatos machistas están aumentando de manera preocupante. Y aquí es donde viene la pregunta: ¿Aumentan los delitos de odio –homofobia, racismo- y las agresiones machistas porque se denuncian más, y porque existe una mayor sensibilidad para detectarlas? ¿Cómo es posible que, en España, uno de los países con una legislación más avanzada en derechos sociales, estemos asistiendo a una regresión? La cosa se resume en algo tan sencillo como, si eres homosexual, si eres extranjero y trabajador, o si eres mujer, corres el serio peligro de ser agredido/a sólo por tu identidad. Existen delitos de odio porque existe una ideología del odio. Existen personas que piensan que la raza blanca es superior, que la norma es ser heterosexual y que el hombre tiene una justificada superioridad sobre las mujeres. Los “maricones se desvían de la norma”; “los inmigrantes molestan porque no son como nosotros y se quedan con nuestras ayudas”; “las mujeres – las feminazis- se aprovechan de los hombres con denuncias falsas porque la violencia de género no existe y el feminismo ha venido a romper la familia tradicional”. No voy a perder el tiempo en desmentir cada uno de estos eslóganes que se explotan en cierto imaginario. Son eslóganes homófobos, racistas y machistas que nunca pensamos escuchar con tanta facilidad y frivolidad en el espacio público. Han pasado del chiste a la realidad más espantosa; han pasado del sotto voce vergonzante al altavoz de las redes sociales porque han encontrado un marco ideológico y político donde agarrarse.

La homofobia, el racismo y el machismo son un peligro para Europa. En el momento en que escribo este artículo, la Comisión Europea se reúne para analizar qué sanciones impone a Hungría por su legislación homófoba; Turquía abandonó el Convenio de Estambul -única norma internacional que protege las violencias contras las mujeres- y no parece que Europa tenga intenciones, o simplemente tenga capacidad para hacer que rectifique. Hace unos días, Marine Le Pen, anunciaba que, si llega al Elíseo, organizará un referéndum para que la ciudadanía decida qué política de inmigración quiere. Aquí tenemos el cóctel perfecto: sobre una base de populismo, apelamos a las vísceras y lo sazonamos con los bulos necesarios de delincuencia e identidad nacional. El horror amenaza a Europa, una Europa que, además de ser una unión política y monetaria, no se sostiene sin los valores sobre los que se basa su proyecto. El odio al diferente, al que se aleja de “lo normal” sobrevuela nuestros estados modernos y no debería dejarnos indiferentes. La extrema derecha ensalza el supremacismo, la hipervirilidad y la heterosexualidad homófoba y machista con un discurso que se expande en lo que ya se denomina la “viriloesfera”, término acuñado en algunos medios franceses. Youtubers e influencers que aborrecen el feminismo y el multiculturalismo se erigen en transmisores de ideas nacionalistas y xenófobas. Esta semana, hemos asistido al señalamiento de un tuit de Vox al editor de la revista El Jueves, Ricardo Rodrigo, acusándolo de “difundir odio contra miles de españoles” e invitando a darse una vueltecita por su despacho. Este señalamiento supone una intimidación y una coacción a la libertad de expresión. La crítica y la sátira son parte de la libertad de pensamiento y un indicador adecuado del nivel de desarrollo democrático de un país. Atentar contra ellas con unas formas propias del matonismo y del fanatismo representa una seria amenaza a la legítima convivencia dentro de la diversidad y la discrepancia.

Estamos viendo una agresividad y una crispación ambiental que anima al señalamiento de quien no es como yo o no piensa como yo. Esta cultura de la turba parece manifestarse en gente cada vez más joven perteneciente a todas las capas sociales. Cada vez más chavales –suelen ser mayoría los chicos- quedan para pegarse, aunque los medios de comunicación recogen los episodios más desafortunados. Nunca antes había existido un sistema educativo tan desarrollado como el que tenemos, pese a sus imperfecciones y falta de medios que se denuncian. Los atentados contra los derechos humanos, la violencia de género, la homofobia, el machismo, el racismo y otras conductas descerebradas deben combatirse con el fomento de los valores en el proceso educativo. Pero no sólo es responsabilidad de éste sino del conjunto de la ciudadanía que es, quien a la postre, escribe la norma social y las más elementales formas de respeto. Hace unas semanas en la estación de Renfe de Alicante viví una situación aparentemente chusca en primera persona. En la cinta del control de equipaje había detrás de mí un señor de gran estatura cuya mascarilla era la bandera de España. Al saludar a un conocido le dijo con retranca: “Aquí estamos, a ver si les damos leña a los social-comunistas”. Lo miré –todo lo que permite la mascarilla- y pensé para mis adentros: ¡Quién me iba a decir que me sentiría intimidada por mi propia bandera!

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