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María José Zaragoza Hernández

El tan-tam y los chiringuitos

Chiringuitos en la Playa de San Juan.

En estos momentos, si entorno los ojos, imagino una selva inexplorada. Si agudizo el oído, se escuchan gritos y gritos, como si alguna tribu tuviera metidos en grandes pucheros a montones de humanos, en agua hirviendo, para después comérselos.

Pues no. No se trata de eso. Volvemos a la realidad porque tal visión la provoca el tan-tam proveniente del chiringuito ubicado en la arena de la playa. Ya no hay atardecer tranquilo que valga. Vemos uno de los chiringuitos que suelen poner en la arena desde donde fluye la percusión de la batería, de cualquier música actual, pero que las ondas que trae la brisa, se estampa contra los edificios donde viven 230 familias. Es el otro lado de la pandemia. La de los jóvenes y no tan jóvenes. Griterío a tope, vaso en alto, saltos al compás del tan-tam y sin mascarillas. Lo volveremos a pagar caro con otro confinamiento severo.

Nos enfrentamos a varios problemas. El más importante es el caso omiso que estos ciudadanos tan divertidos hacen a las recomendaciones sanitarias y políticas referentes a distancias y mascarillas. Nuestros sanitarios no pueden más. Las edades de chavales descienden de los 30 años. Los familiares de edad, otra vez tienen que pasar por la UCI o la incineración. El Presidente Puig ha vuelto a poner medidas restringidas. No queda más remedio. Solo un apunte. Casi todos los chiringuitos de playa, hacen uso y abuso de la música. Música cuyos decibelios suben para animar al personal. Sobre las 3 p.m., da comienzo el tan-tam. El sol y las bebidas espirituosas ponen al personal cada vez más contentos.

¡Vaya, vaya!, aquí no hay siesta ni nada. El tan-tam de la música se incrusta en las sienes, produciendo un dolor de cabeza insoportable.

La playa es de todos, eso creo. Las concesiones de los chiringuitos se darán, digo yo, con ciertas condiciones. Más que nada porque si una urba quiere celebrar algo y poner música, tiene que pedir permiso al ayuntamiento correspondiente. En este caso, además del ayuntamiento, también interviene Costas.

Si no recuerdo mal, Mari Carmen España, siendo concejala de Urbanismo, creó una “Mesa del ruido” pero no prosperó. Ahora sí, las especificaciones para las concesiones están más claras. Respetar el medioambiente (ja-ja), no causar molestias al ciudadano, daños, salubridad, etcétera.

Me dicen que se ha llamado repetidas veces a la Policía o Guardia Civil, tanto de El Campello (Muchavista), como de Alicante para que pare la música, pues uno de los edificios hace de pantalla al sonido y rebota de tal manera que hasta vibra la edificación del dichoso tan-tam, cuando se estampa contra el edificio al frena a las ondas. Cuando hace presencia la autoridad, se acaba la música. Vienen. Al rato, cuando se van, la música vuelve. Progresivamente la van subiendo. Tatatatam-tatatatam. Pum, pum, pum, pum. Así horas y horas, día tras día. A partir de ahora, solo hasta las 24horas. ¿Es normal?

Los ciudadanos tenemos derecho a descansar. Es una sinrazón convertir la playa de todos en una discoteca de desmadre. Los niños se quedan mirando las tonterías de los “perjudicados”. Vaya ejemplo. La pregunta es. ¿No se cansa la Policía y Guardia Civil de que se les tome el pelo y que se les tenga que estar llamando, continuamente, para que cese el ruido? Otra pregunta, dentro del contrato de adjudicación ¿Incluye la música? ¿Se especifica los decibelios autorizados? ¿Hay sanciones para quien atente contra la tranquilidad de los vecinos y el medio ambiente? Sabemos que sí. Solo falta aplicar el reglamento.

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