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Antonio Sempere

EN POCAS PALABRAS

Antonio Sempere

La mala educación

Playa del Postiguet, en Alicante

Será un fenómeno global, pero a mí me afecta sobremanera la que sufro en primera persona. Que me hace pensar que mi reino no es de este mundo. Que sigo vivo, pero en una especie de prórroga que me tocado encajar en un territorio hostil.

No les entiendo. No me entienden. La gente y yo somos como agua y aceite. Y el caso es que ahora que está tan de moda el debate entre lo urbano y lo rural, desde siempre tuve claro que era urbanita. En el campo, de niño, aunque sólo fuera de visita, me aburría como una ostra. Yo coleccionaba guías del ocio o similares; pedía a familiares que me las trajesen de Madrid. Soñaba con disfrutar de cultura a cualquier hora del día.

Para detestar la gente incivilizada, parece que me ha tocado el pack completo. No soporto que se hable a gritos. Me dejan estupefacto esas personas que veo por la calle y no sé si van medio vestidas o medio desnudas. Me repele el tardeo como expresión suprema del ocio. Tampoco aguanto el inquietante color marrón oscuro de las aguas del Postiguet.

Pero es que a todo esto se suman unos hábitos sociales ante los que me confieso anacrónico. Las relaciones no son lo que eran. Mis yemas de los dedos no están hechas para los dispositivos, sino para las pieles. ¡Y las que estaban y eran, ya no son ni están!

Por no hablar de los problemas que conlleva la edad. A lo complicado que resulta pasar a ser completamente invisible hay que sumar la máxima de que en estos lares nadie conoce a nadie, ni tu vecino de escalera. Por lo que, manías personales aparte, convendrán conmigo que, en el epicentro de la buena educación, no vivimos.

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