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Manuel Valencia

China: a propósito de un solo hijo

Rascacielos en China.

Era 1966. Estábamos en pleno furor del maoísmo cultural en occidente; recordemos la serie de retratos coloristas pintados en Nueva York por Andy Warhol sobre el Gran Timonel. Un francés, Jacques Dutronc, cantaba “500 millons des chinois et moi et moi”. Retengamos la cifra de 500 millones de chinos y 1966. Poco después, en 1970, los urgentes desafíos de dar alimento, vivienda, o trabajo impulsaron al gobierno y al Partido (que son la misma cosa) a prohibir -y penalizar- tener más de un hijo por pareja. Sin embargo, en 2020 y pese a la implantación de esta política a raja tabla, China alcanzaban la cifra de 1.400 millones de habitantes, el 20% de la humanidad.

Siempre he estado convencido de que la cifra abultada actual tiene que ver con que la ley de un solo hijo no fue cumplida con el rigor que el Partido esperaba en las zonas rurales y en los confines del oeste de este gigantesco país, y el flujo de mano de obra barata tan necesaria siguió produciéndose del campo a la ciudad y las fábricas. Por ello, en 2015 ante el envejecimiento de la población el PC admitió un segundo hijo por pareja. Sin embargo, y salvo un ligero repunte de la tasa de natalidad en 2016, esta se ha ido hundiendo hasta el 0.66 hijos, en vez de 2.1 que quiere ese Gobierno. En el 2020 solo doce millones de niños y niñas nacieron en China y el Gobierno alarmado acaba de permitir un tercer hijo por pareja.

El Gobierno chino sabe que la tendencia decreciente de fertilidad no va a cambiar. El desarrollo económico lleva implícito que se pospongan matrimonios e hijos. Las expectativas laborales de las mujeres, el aumento del nivel de vida y los procesos de urbanización son tozudos en China y en occidente. El PC cuenta con excelentes economistas y lo sabe. Entonces ¿Porque introduce una ley que no va a cambiar nada de una tendencia imparable? El PC constata: “hay una crisis demográfica y el partido tiene que guiar a los jóvenes para tener la perspectiva correcta sobre noviazgos, matrimonio y familia”.

El Partido, que este año cumple cien años, está por encima de todo y controla hasta la vida íntima de personas o familias y esto sorprende en occidente. Por eso el PC prefiere regular la natalidad, aun a sabiendas que su objetivo no se va a lograr, porque prefiere no renunciar al principio de control sobre esa parcela de la libertad de la ciudadana y el ciudadano. Tampoco era ajeno en las distintas Chinas imperiales donde lo colectivo se imponía siempre al individuo, siguiendo la doctrina confuciana. Por el contrario, la historia de occidente es un proceso de liberación del individuo respecto al poder y cuyos hitos son la revolución francesa (1789) y la americana (1776). En oriente esto se considera contraproducente para la necesidad de mantener unido este país y ello prima sobre los derechos del individuo. En esa perspectiva hay que enfocar, por ejemplo, lo que le ha sucedido al presidente de Alibaba, Jack Ma, el hombre más rico de China, que, por cuestionar en público, incluso con un carácter constructivo, la política bancaria del Gobierno fue interrogado en un lugar desconocido y durante cuatro meses para recordarle: tú te has hecho rico gracias a China, los chinos y al Partido. Te hemos permitido hacerlo y te lo podemos quitar ahora mismo. Esto se produce al margen de la ley o los jueces ya que no existe regulación al respecto simplemente que el poder no puede ser cuestionado o desafiado. ¿Se imaginan que, a Warren Buffet, o Jeff Bezos o Bill Gates les dijeran e hicieran eso por comentar que los tipos de interés de la Reserva Federal no fueran de su gusto?

Esta es una gran diferencia entre las dos civilizaciones. No es solo comunismo, pues en la China de hoy hay poco rastro de Marx o Engels, sino más bien la China milenaria, imperial y confuciana que va lentamente emergiendo, al menos en algunos aspectos. ¿Cuándo cambiará China hacia nuestros parámetros basados en la libertad individual gracias a su desarrollo económico fulgurante que la convierten en segunda potencia mundial? La respuesta a esta pregunta vale hoy, por lo menos, un billón de dólares en Washington.

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