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Marc Llorente

Cantinero de Cuba, Cuba

Una manifestante con una bandera de Cuba durante la protesta.

A propósito de la situación cubana y de los hechos registrados en la isla, pasen, lean y no se atraganten. La historia del comunismo se apoya en quienes lo vieron, en el siglo XIX, Marx y Engels, como la socialización de los medios de producción. Un «estado óptimo» con el objetivo de que la propiedad privada se desarrollaría masivamente, a través de una producción abundante. Otros sostuvieron lo de una sociedad basada en la propiedad común, idea que se remonta a la Antigüedad clásica. O el movimiento de los trabajadores durante la Revolución Industrial en Europa. La revolucionaria lucha de clases entre el proletariado y la burguesía.

El comunismo, debilitado, sobrevivió tras la caída de la Unión Soviética y del Bloque Oriental, y el capitalismo, que sustituyó al feudalismo en el siglo XIII en Europa, siguió su curso como sistema económico o economía de mercado con la figura del empresario, quien asume el riesgo (porque puede asumirlo) con el fin de ganar, no de perder, y de reinvertir para generar más beneficios e industrialización.

Los mercados financieros han hecho camino al andar. Y la sociedad capitalista condujo a la democratización y a estimular la reducción de las desigualdades de rentas, que requiere la intervención del Estado y formas de contrapoderes. Reducción que adelgaza con las formaciones conservadoras. La socialización de la democracia es inevitable, pero ya se encargan determinados sujetos de que no retroceda el capitalismo puro y duro y de que los intereses de la clase dominante, mediante las «instituciones democráticas», no decaigan.

Aquel querido indignado, el economista y escritor José Luis Sampedro, hablaba en 2002 del poder económico y de sus fines lucrativos aprovechando la ausencia o debilidad de medidas reguladoras y de controles públicos que afectan al empleo, a la salud y la realidad cotidiana. Así nació la globalización del descontento. Recuérdese. El 15M, los disturbios de 2005 en Francia y otras fuerzas de la indignación global que exigían y siguen exigiendo ética, progreso y política verde.

Llegados a este punto, han tenido lugar manifestaciones, violentos disturbios en Cuba por la necesidad de incrementar el ritmo de las reformas y por la crisis reinante en la que también el resto del mundo se halla como consecuencia de todos los efectos de la pandemia. El país se autodefine como un «Estado socialista de derecho y justicia social». La Organización de las Naciones Unidas indica actualmente que Cuba se sitúa en el sexto lugar del índice de desarrollo humano más elevado de Latinoamérica, por encima de México, Perú, Colombia o Brasil.

Las reformas socioeconómicas se iniciaron en 2011 para actualizar el modelo económico del país sin abandonar el socialismo. Otra dinámica, pero con control político. Trump anunció en 2017 el retroceso de algunas medidas que Obama tomó para la normalización de las relaciones con Cuba. El actual presidente norteamericano Joe Biden tiene en su programa la intención de volver a normalizar esas relaciones. Sin ningún tipo de concesión y con la gravedad del embargo que perjudica a la gente común. Cuba es miembro fundador del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, aunque órganos internacionales y la disidencia cubana vienen denunciando la violación de los derechos de la ciudadanía. Las acciones antidemocráticas, la ley del embudo y los abusos, vengan de donde fuere, nunca son de recibo.

Organizaciones del exilio cubano solicitan a Biden, en alianza con otras naciones, una intervención militar en Cuba para derrocar al Gobierno en favor de la «libertad y en la lucha contra la represión y la miseria». Incluso como asunto de seguridad nacional para Estados Unidos, porque dicen que hay «agentes enemigos como Irán, China y Rusia». La violencia y la destrucción siempre serán rechazables en la búsqueda y captura de soluciones a los problemas. Por cierto, la pobreza extrema en América Latina alcanza los mayores niveles. Y la precariedad y la exclusión social, salvando las distancias, se disparan en nuestro país por la crisis derivada del virus. Uno de cada diez españoles llega con dificultad a fin de mes.

El Gobierno isleño, que preside Miguel Díaz-Canel, se reafirma con la participación de trabajadores y estudiantes, unos cien mil adeptos en defensa de la Revolución cubana de 1959, para que «cesen la mentira, la infamia y el odio». Sin duda, la democracia (manifiestamente mejorable) es la ruta para las naciones. ¿Un capitalismo cada vez más autoritario de accionistas, o grupos de interés más justos e inclusivos? Es decir, promover la sostenibilidad ambiental, como modelo de desarrollo, y la igualdad. Es deseable una distribución equitativa de la riqueza generada, la necesidad de un nuevo pacto entre el Estado, el mercado y la sociedad, con políticas fiscales y productivas que transiten por ese camino en cualquier país.

Mientras, el cantinero de Cuba, Cuba, Cuba, según la canción que interpretaba el dúo Sergio y Estíbaliz, «solo bebe aguardiente para olvidar» una historia de amor. Un pasado que no se puede olvidar. Ni se debe, ya que nos permite sostener nuestra identidad. De dónde venimos, quiénes somos y cómo ha ido evolucionando todo.                       

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