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Luis M. Alonso

El síndrome de la cebolla

En ocasiones uno no sabe cómo disculpar sus ausencias sin que lo tomen por maleducado. Y son cada más las veces en que sentirse ausente de ciertas cosas, detalles o de las personas se vuelve algo inevitable. No es que lo apruebe, sin embargo, puede que la única manera de oponerse con firmeza a esas lagunas, que impiden asistir o simplemente estar en el lugar en las debidas formas y a tiempo, sea practicar comedidamente cierto tipo de insolencia. Oscar Wilde siempre fue ejemplar e ingenioso con sus fintas sociales. La sociedad, al final, acabaría vengándose cruelmente de él. Pero al escritor irlandés cuando le invitaban a una reunión o a una cena a la que no pensaba acudir, solía enviar previamente una tarjeta impresa en la que se leía: “El señor Wilde, retenido por un compromiso posterior, no podrá estar con ustedes”.

Para los que escribimos en los periódicos no hay mayor ausencia que la de paralizarse frente al folio en blanco o ante la pantalla del ordenador. En lo que me concierne, hoy podría volver a escribir del Gobierno, del recibo más caro de la luz de la historia o de la renovación pendiente del Consejo General del Poder Judicial en medio de la batalla que libran el Ejecutivo y los jueces. También podría hacerlo sobre la colecta que ha emprendido o está a punto de emprender la Generalidad de Cataluña al no existir un banco dispuesto a avalar la fianza que exige el Tribunal de Cuentas a los condenados por el procés. Podría escribir de muchas cosas de las que ya todo el mundo escribe y yo mismo he escrito tantas veces. Pero no va a ser así porque esta vez, precisamente, no se me ocurren otras palabras ni otras tesis sustancialmente distintas a las que manejo con la información que tengo de estos enojosos asuntos. Puede que la actualidad no pare de repetirse como las cebollas, quiero hallar un consuelo.

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