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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Inocentes pero no mártires

Fachada del Ayuntamiento de Alicante, imagen de archivo. Pilar Cortés

De grabaciones policiales:

El promotor, molesto por la oposición de la Plataforma de Iniciativas Ciudadanas (PIC), que recurrió el Plan Rabassa, se encargó de pedir a un director del diario gratuito Metro, con accionariado de Ortiz, que “pusiera a su gente a trabajar contra el prestigio” de Manuel Alcaraz, presidente entonces de la PIC. Alcaraz, profesor de Derecho en la Universidad de Alicante, exdiputado y exconcejal, fue compañero de colegio de Ortiz. En la conversación Ortiz se despide así del periodista: “Bueno, empezad a pegarle hostias”. (El País. Edición CV. 29-6-2014)

“Por tener contento a Manolo Alcaraz y a su puta madre se olvidan de la ciudadanía, es que son subnormales macho”, afirma Ortiz (…). Al administrador de un periódico de su propiedad le pidió que iniciara “una campaña de desprestigio a Alcaraz, diciendo que las pretensiones políticas se le han derrumbado, que no lo quiere ningún partido”. (Información, 19-9-2014)

He seguido con relativa atención las noticias acerca del juicio a políticos del PP, un empresario y varios abogados, técnicos y especialistas en oficios varios. Ha habido varias condenas menores y el reconocimiento de hechos delictivos superados por la prescripción. Y una absolución mayoritaria. No es la primera vez que pasa algo así: en anteriores ocasiones los mismos, o parecidos actores, superaron con suficiente alegría amargos tragos judiciales. Se dice, pues, que son inocentes. Lo malo es cuando diversas declaraciones y masajes de aduladores tratan de convertir la inocencia jurídica en patente de santidad por la rigurosa vía de transformar en martirio la absolución. Creo que aquí hay un equívoco.

Hace mucho tiempo que dejé de creer que el proceso penal es un artefacto destinado a establecer una verdad que restaura la paz social en aquellos casos en los que en el juicio se dirimen acusaciones relacionadas con la política. Y reconozco que no me apetece nada volver a este barro revivido en el que tuve que disputar hace años, luchando contra la especulación urbanística. No por aburrimiento, que también, sino por tristeza. Y no por el resultado –al fin y al cabo, casi prefiero que algunos estén fuera de la cárcel, no fuera a ser cosa que la vendieran legalmente- sino porque causa estupor que sigamos siendo apenas los mismos los que nos ocupemos activamente de estas cosas en Alicante. Incluso la mayoría de los políticos han evitado analizar el significado profundo, limitándose a lo coyuntural o guardando clamoroso silencio. No escribo, pues, porque tenga nada apasionante que decir, sino porque alguien que no sea profesional de la comunicación tendrá que decir algo, aparte del buen artículo de JR Gil de la semana pasada y algún otro que he leído.

Como suele suceder, ha habido enfadados que se han apresurado a expresar que la cuestión no es jurídica, sino ética. No les contradeciré. Pero bien sé que peor sería el mundo si condenáramos a prisión o multas a personas, incluso a algunas de las aquí retratadas, por su comportamiento moral. Y más cuando esas personas ni siquiera son capaces de entender que la moral de toma el dinero y corre puede tener algunas alternativas. Absueltos de esta manera y asumiendo que no ganarían un concurso de decencia, de lo que se trata es de aclarar colectivamente el significado político –y, por ende, también económico- de comportamientos que se reflejaron en escuchas telefónicas policiales, que se declaran como hechos probados en las sentencias, que se reconocieron en confesiones de acusados, aunque luego se retrataran. Sin olvidar que, aunque algún partido haya sido parte procesal, el grueso de la cuestión se debe a investigaciones policiales, a impulsos de la Fiscalía y a una instrucción judicial.

O sea, que esto no va de rencillas. O sea, que los jueces u juezas han cumplido, más o menos. Y se abre el camino de los historiadores que, sin duda, llegarán. Para explicar cómo una ciudad se derrumbó bajo un manto de plomo que anuló los principios democráticos en temas esenciales, negó cualquier atisbo de transparencia y buen gobierno y lastró el dinamismo económico a través de tramas probadas, aunque, al parecer, no delictivas. Lo que no es nuevo: la Historia de la mafia, por poner el primer ejemplo que se me ha ocurrido, es esencialmente eso: una reconstrucción a posteriori de hechos que no encontraron, la mayoría de las veces, reproche judicial. Eso es lo que se espera de un libro de Historia de Alicante. Mis siguientes palabras son reflexiones, ya, en ese hilo. Elucubraciones matizadas por alguna experiencia.

Con el final del mandato de Ángel Luna se produjo la confluencia de: ascenso general del PP agotado paulatinamente el ciclo socialista; una izquierda enmudecida incapaz de adaptarse a los rigores de la oposición; una economía que cada vez parecía más boyante bajo determinadas condiciones y que aquí empujaba a la especialización inmobiliaria; una ciudad poco vertebrada económicamente y con pocas muestras de capacidad innovadora; una sociedad civil desvertebrada con unas élites poco comprometidas cívicamente y bastante ignorantes acerca de otras experiencias urbanas. La tormenta perfecta para que algunos arribistas se hicieran no sólo con el control electoral legítimo, sino para establecer escenarios de peligrosa contigüidad entre el poder político y el económico, en una alianza insólita -en ciudades del tamaño de Alicante- por su contundencia, durabilidad y por contradecir la diversificación económica que podría haber correspondido a Alicante en el momento de explosión de la globalización.

En ese esquema tiene escaso sentido igualar a los que tentaron, a los que se dejaron tentar o buscaron al tentador: alguno era un profesional que consideró a la política como una forma de negocio y al negocio como otra cara de la política; otros no supieron, dada su educación política, concebir que el respeto al Estado de Derecho es algo más que no vulnerar los detalles administrativos: entendieron que sólo caminando sobre el borde de la legalidad podría hacerse una economía dinámica, según una anticuada visión del dinamismo; alguno llegó tarde, pero llegó para pedir algún favor, alguna prebenda a su fidelidad o silencio; otros fueron meros parásitos, bufones casi siempre de la grandilocuencia de los mandamases. Alguno, en fin, se encontró con la posibilidad de establecer alianzas con una élite política a la que, a poco que forzara o/y premiara, pasaría a depender de él. Porque si la economía se sometía al urbanismo desbocado y a la obtención de contratas o concesiones públicas, una vez alcanzado unos objetivos básicos, los políticos nunca podrían desplazarle de su lugar de privilegio sin desequilibrar a la misma ciudad –baste con ver lo que aún pasa con la contrata de limpieza-. La trama creció: anuló a potentes empresarios, se entreveró con otras circunstancias como la CAM y otras basuras y amistades desde Orihuela a Valencia. Demostró que el dinero y los cojones estaban para las ocasiones, en elegantísimo argumento con que el poder político bendijo el milagroso ascenso del Hércules. Nada definió mejor una etapa: dinero y cojones. Y punto. Y si pasa algo ya vendrán los abogados. Y tuvieron que llegar. Y se quejaron. Y como fueron inocentes porque los grados de amistad que articulan esa contigüidad entre política y economía son siempre equívocos, dicen ahora ser mártires.

Mucho se habló de lo que se hizo en esa época espesa. Pero antes de otro repaso, gocemos en el olvido de lo que no llegó a hacerse: teleférico, desproporcionada torre de comunicaciones, Plan Rabassa con 15.000 viviendas, enorme cancha de baloncesto, extraños centros y hasta un museo en el entorno del Rico Pérez -una vez que el Rico Pérez fue conveniente y legalmente arreglado, aunque aún pasee su ultrajante deterioro-. También se destruyó el Cuartel de Banalúa tras pagar por él una gran cantidad de dinero, ¿Y hemos olvidado un viaje del Alcalde a China y el anuncio de que se instalaría una ciudad china? Si no recuerdo mal nunca se aclaró para qué sirvió ese viaje, aunque, desde luego, no constituyó delito, ya que aquí sí se conoce el amigo pagano: el mismísimo pueblo alicantino. Esa ciudad china de incierto destino me viene bien para enhebrar una comparación. Hay un libro magnífico titulado “Capitalismo, nada más”, del prestigioso Branko Milanovic, que repasa los diversos sistemas económicos y su relación con estructuras políticas. El sistema que se estableció en Alicante es lo que denomina “Capitalismo político”, esto es, un sistema económico con la convivencia de diversas formas de propiedad pero que se basa en algún tipo de mercado -no necesariamente de competencia perfecta-, que genera desigualdad y que funciona en lo básico, necesariamente, gracias a las decisiones políticas de quienes tienen formalmente las llaves de las instituciones. Para entendernos: China.

Ese fue el sistema dominante en Alicante: una transferencia del poder real sobre las determinaciones económicas principales a una dinámica monopolista que, a su vez, aseguraba a los detentadores del poder político la realización de sus objetivos institucionales y su sostenimiento en ese poder. Por procedimientos legales, por lo visto. Sólo que en este sistema es imposible que no aflore algún tipo de corrupción, porque estructuralmente se cimenta en el intercambio perpetuo de favores, unos explícitamente formulados y otros difusos, hechos en entornos y circunstancias informales de los que es imposible que quede rastro punible. Es el sistema, no los actos individuales. Incluso es posible que algunos actores no sean conscientes. Porque eso es la normalidad. El sistema es tan potente que rebasa las intenciones particulares e impide imaginar sistemas alternativos. Y, a la vez, es un sistema que invita a la integración y regulariza comportamientos y opiniones que en otros contextos serían rechazadas. Una anécdota: cuando critiqué que la política de dinero y cojones sería perniciosa para el Hércules a medio plazo si servía para convertirlo en un equipo sospechoso, recibí ataques furibundos de dignos periodistas que me acusaron de no amar al Hércules, cuando estaba en la línea de ir a la champions. Pues menos mal.

Todo esto que apresuradamente escribo pudo suponer la comisión de hechos delictivos. Pero los jueces han estimado que no. Pero supuso hechos y omisiones de tipo político que retorcieron la potencialidad y las oportunidades de la ciudad. Sin necesidad de agotar la cuestión citaré algunos fracasos. El primero, tan relacionado con la última sentencia, es que el PGOU no se hizo. Y no nos liemos con la letra pequeña de esta sentencia: es que debió de haberse aprobado antes del proyecto que ha motivado este zafarrancho, porque hubo un encargo a otro prestigioso arquitecto, pero según reiterada confesión del mismo, tuvo que dimitir porque se le imponían decisiones de imposible acatamiento para un profesional. Ese proyecto no pretendía el terreno preparado para el Plan Rabassa, que no era ninguna tontería: el mayor plan de la historia de Alicante, que hubiera provocado unos desequilibrios inmensos y que se paró, tras la lucha ciudadana, por un tribunal. Pero el hecho es que este empecinamiento ha impedido la urbanización de una pieza esencial para un armónico desarrollo urbanístico. Los posteriores intentos de aprovechar la situación para Ikea y la incapacidad gestora para solucionar los problemas son otras cuestiones dignas de reflexión.

Por supuesto, al monocultivo constructor no le siguió un equilibrio en el mercado inmobiliario, sino que la crisis de barrios enteros significó, a su vez, una crisis de vivienda que refleja y agrava la peor de las herencias: la dualidad urbana que creció sin que encontrara en las acciones políticas mayores signos de inquietud. La ausencia, por falta de rápida rentabilidad, de políticas de rehabilitación, condenó a barrios enteros a la decadencia para poder alimentar de pobladores las nuevas zonas de expansión. El coste humano aún perdura. Todo ello no pudo hacerse sin que se destruyera una buena parte del capital social: las redes de colaboración, de generación de alternativas críticas, de autoorganización de la sociedad civil -salvo algunos clubs de palmeros que reflejaban la intensidad del clientelismo-. Todo eso quedó devastado, impidiendo -por ser poco funcional al sistema político-económico- que la innovación, como concepto y guía del desarrollo urbano, tuviera sentido entre nosotros. Nada lo retrata mejor que el hachazo del PP a la UA, con pleno consentimiento del Ayuntamiento y la Diputación. E, inmediatamente, las dificultades para que despegara el Parque Tecnológico: todo eso nos ha costado unos 15 años valiosísimos cuando ahora hablamos de digitalización cada día. Por supuesto las restricciones en los instrumentos formalmente democráticos abundaron y la imagen externa de Alicante como ciudad de corruptelas se generalizó, lo que no estoy muy seguro de que animara a algunos empresarios a venir a diversificar el tejido productivo.

La verdad es que la oposición no supo estar a la altura de las circunstancias. El PSOE pasó a formar gozosamente parte integral de este sistema -salvo algunas dignísimas excepciones en su militancia-. Fue parte del problema, nunca de la solución. Cuando una de las exculpadas presume ahora de haber obtenido 18 concejales es como si Lance Armstrong presumiera de haber ganado varios tours: el PP acudió reiteradamente dopado a los procesos electorales, con abundante sobrexcitación simbólica, recursos informativos, saturación de publicidad institucional, discursos amplificados por empresarios y diversos correveidiles. En ayudas económicas directas no quiero ni pensar. Un sistema como el descrito, tan cerrado y reforzado y que, además, contaba con el respaldo de la Generalitat Valenciana, es muy difícil de derrotar. De hecho, para que el sistema se resquebrajara hizo falta la concurrencia de cuatro elementos:

-La crisis económica, que dejó desnudo al Emperador y progresivamente mostró aquí sus terribles efectos, incluso con más dureza al cebarse en el sector inmobiliario. Por otra parte, subrayó con inusitado dramatismo las desigualdades acumuladas.

-Las protestas sociales que se fueron generalizando. En Alicante se luchó contra el Plan Rabassa y otros despilfarros o atentados medioambientales, mostrando que era posible derrotar algunas distorsiones especiales del sistema. Las acampadas del 15-M demostraron que había un cansancio enquistado en la sociedad que no estaba dispuesta a seguir tolerando ciertas cosas.

-El descubrimiento de casos de corrupción terribles en la Generalitat o la falta de sensibilidad como la mostrada con ocasión del accidente del metro, levantó el velo de la ignorancia populista y activó las maquinarias de la justicia con desigual resultado, pero con suficiente energía como para que imaginar modelos alternativos fuera posible: esa justicia ahora ensalzada es la misma que ha permitido conocer los hechos.

-La recomposición de la izquierda alicantina, con el paso del PSOE a un papel que ya no era determinante, el crecimiento de Podemos y EU y la emergencia de Compromís, alteró sustancialmente la plácida vida de las Casas Consistoriales. La intervención crepuscular de Miquel Valor, serenando los ánimos, fue prudente, decente y encomiable.

Si en lo económico la continuidad del sistema era inviable por las fisuras en el modelo inmobiliario y la rotura de los circuitos de transferencia de favores, en lo político la prepotencia del PP no era soportada ni por una buena parte de sus votantes. Luego llegó el Tripartito y fracasó, en parte por la inercia del legado recibido; en parte por la incompetencia de algunos, que no entendieron que la ciudad enferma necesitaba una medicación homeopática, tranquila, sin prisas; y que necesitaba retejerse, crear alianzas sociales, sin usar desvíos administrativos ni soberbia gobernante. Con todo el PP volvió al gobierno de la mano de una trásfuga. De eso también tendrán que escribir los historiadores. De eso y, seamos justos, de que se paró definitivamente el circuito de poder en la sombra. Con todo, me temo que los partidos de ese gobierno frustrado aún no han extraído lecciones operativas suficientes. Si ahora se trata de que el PP se despedace en una sucesión de histéricas escenas de tragedia griega, de odios acumulados y de desplantes, me parecerá muy bien. Al fin y al cabo, al PP, últimamente, le gustan mucho las guerras civiles.

Concluyo: inocentes lo son. Mucho. No he conocido a personas más inocentes. Pero mártires…. Podremos quejarnos de la lentitud de la justicia, aunque las dilaciones no sean siempre debidas a las acusaciones. Pero el principio jurídico de que la causa de la causa es causa del mal causado, nos retrotrae a este periodo nefasto. Muchas personas, por las decisiones y omisiones de los que no son culpables jurídicos, son más pobres, viven en peores casas, vieron cómo su ciudad se sumía en la indignidad. Ahí sí que hay mártires. Pero repararemos en que los inocentes perseveran en su leyenda aurea. Quieren ser santos y santas… Yo qué sé de los designios del Altísimo -me refiero al Tribunal Supremo-, pero tengo entendido que un criterio para la canonización es la ejemplaridad de la vida de los vaticanamente procesados: miro a estos absueltos y, la verdad, no sé me ocurre en qué podrían ser cívicamente ejemplares. 

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