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Antonio Sempere

EN POCAS PALABRAS

Antonio Sempere

Pepe Sempere, descansa en paz

Pepe Sempere, descansa en paz

Mi padre nos acaba de dejar a los 92 años. Es ley de vida. Pero lo asombroso es que llegase hasta los 91, hasta el día del fallecimiento de su esposa, Isabel Bernal, hace menos de un año, como lo hizo: sin haber ido al médico, sin haber pasado por el taller de reparaciones, y con la hoja de Sanidad limpia.

Sin su compañera inseparable no sabía ni quería vivir. Desde que aquella mañana en que al despertarse se la encontró inerte en la cama ya nada fue lo mismo. El eterno contemporizador, el conversador nato, el que comenzaba a estar un poco ‘distraído’ en las conversaciones, se quedó en shock. Y decidió no seguir viviendo.

Al encontrarse las residencias de mayores ‘selladas’ (según palabras de los altos cargos a los que solicité ayuda) decidí atenderle en mi casa durante un periodo que se demoró por espacio de ocho meses, y que nos ayudó a comprendernos, querernos, reír y llorar juntos como no lo habíamos hecho el resto de la vida, por distintas circunstancias. Que su demencia, para mí, no era tan extrema, lo demuestran detalles como cuando en el concierto inaugural del órgano de San Nicolás, se guardase un programa para dárselo a su amigo organista de la Arcedianal de Santiago, Pascual Ribera Hurtado. Sus últimos días los pasó con mucha paz en el Hogar de Ancianos de Villena.

Desde su jubilación, hace casi 30 años, mi padre formó parte de la Asociación del Barrio de San Antón y de sus fiestas, de los Amigos de la Música, y de la Junta Rectora del Museo Navarro Santafé (el escultor del Oso y el Madroño de Sol), de la que fue presidente.

Desde hoy percibo muy claramente la diferencia entre soledad y orfandad.

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