Tal y como publicó al día siguiente el diario Información, José Ramón Solano, inspector financiero y tributario con residencia en Alicante, falleció el pasado 6 de julio de 2021. Aconteció la defunción a las diez de la noche en un centro hospitalario de Elche, donde había sido trasladado tras el agravamiento de su estado a causa una isquemia. Tenía 68 años, era Jefe de Equipo regional de la Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT) de la delegación especial de Valencia, y su puesto de trabajo radicaba en la sede alicantina del Ministerio de Economía y Hacienda. Hasta aquí, la crónica periodística de su fallecimiento. Pero sería injusto e incompleto olvidar la historia de su vida. Indaguemos en ella y hablemos de su compromiso personal con Alicante.

 José Ramón, a quien muchos llamaban Toche -un apodo familiar derivado de la dificultad que supone para un niño de dos años pronunciar el nombre José-, nació en Oviedo, donde su padre trabajaba como aparejador. Estudió el Bachillerato en el colegio Auseva de los Hermanos Maristas, y cuando terminó el último año académico -entonces denominado Preuniversitario o “Preu”- surgió la oportunidad de cursar un año más en los Estados Unidos, si bien era necesario conseguir primero una beca Fullbright para costear la estancia con una familia americana. Dicho y hecho, José Ramón superó la prueba de acceso, y lo siguiente que hizo fue tomar un avión en Madrid un caluroso día de agosto de 1970. ¿Destino? Oklahoma City, capital del estado de Oklahoma. Una tierra de antiguos colonos y tradición vaquera, habitada por gentes laboriosas y campechanas que le abrieron primero sus casas y después sus corazones. Allí conoció otra parte del mundo, tan distinta de la lejana Asturias, donde se hablaba inglés y los sábados preparaban barbacoas en el patio trasero.

 Al cabo de un año regresó a España con el castellano casi olvidado, aunque no por ello le faltaron ganas de cursar una ingeniería superior, que iniciaría de inmediato en la Universidad Politécnica de Madrid. Vivirá durante este periodo en la capital de España, donde sus padres habían trasladado su residencia. Transcurrido el ecuador de sus estudios comenzará a simultanear estos con un primer empleo como guía de turistas, americanos o angloparlantes, que por entonces visitaban Madrid. De este modo, José Ramón pudo disponer de unos ingresos regulares durante los últimos años de su carrera. Y de paso, mantener vivo y fresco su inglés.

Perdió poco tiempo y lo hizo todo muy rápido, pues al cabo de cinco años ya poseía el título de ingeniero industrial junto con un curso de posgrado en energía nuclear. Pero a la hora de elegir la especialidad a ejercer, pudo más la tradición familiar que las partículas subatómicas: en su día su padre había ingresado por oposición en el Ministerio de Hacienda y le sugirió que siguiera sus pasos. Además, y para mayor abundamiento, por esas fechas la Administración Tributaria estaba configurando su futura estructura inspectora, y se gestaba la instauración de un cuerpo superior de nuevo cuño integrado por licenciados en Derecho, Ciencias Económicas e Ingenieros Industriales: nacía la Inspección Financiera y Tributaria.

¿Los Ingenieros industriales pueden ser también inspectores? Preguntó José Ramón. Y ante la respuesta positiva, actuó con diligencia y celeridad: se apuntó de inmediato -la inscripción se cerraba a los dos días- y sin pensarlo dos veces comenzó a preparar la oposición. Cuando llegó el examen, lo resolvió con brillantez: obtuvo el número uno de su promoción y tras superar el curso preparatorio para la asignación de puesto y plaza, se decidió por Alicante. ¿Y por qué, siendo un enamorado de Oviedo, no eligió su patria chica? El motivo hay que buscarlo en la atracción que sentía por esta capital mediterránea de inviernos suaves y gente acogedora, que conocía perfectamente desde que comenzó a pasar las vacaciones de verano en Santa Pola, invitado por la familia de Carmen, por entonces su novia y más tarde su esposa. Pero además ya por entonces sostenía que Alicante, habiendo tenido un desarrollo espectacular durante los años sesenta, iba a continuar creciendo, aunque de una manera mucho más selectiva. Y él quería estar ahí para verlo, esforzándose en el trabajo de inspector -que por entonces comenzaba a ejercer- y dejar su impronta en todo lo demás.

Esa apuesta básica, ese brindis por la vida generoso y firme, esa valentía de poner al mundo por montera sin importarle lo que pensaran los demás, transformó su existencia. Una vez contraído matrimonio, los cónyuges trasladaron su residencia a Alicante y ocuparon un piso en alquiler cercano a la Delegación de Hacienda. Fue entonces cuando todo cambió para empezar de nuevo: no solo por su trabajo como inspector sino por ese otro resto de cosas que transfiguran la andadura vital de las personas. Comenzó con el fútbol, arrimando el hombro para mayor gloria del equipo emblema de la ciudad, el Hércules. Hizo historia, pues fue su presidente más joven. Corría 1988, y José Ramón tan solo contaba 35 años. No obstante, le faltaba tiempo, y en cuanto pudo cedió los bártulos a José Emilio Orgilés. Pero siguió vinculado a la entidad, tanto en lo deportivo como en la gestión de la cooperativa que más tarde se fundó: prueba de ello fue su vuelta como consejero delegado y vicepresidente en la directiva presidida por Aniceto Benito, que vio ascender al conjunto alicantino a primera división en la temporada 1995-1996.

Mientras tanto, comenzó a intervenir en foros de opinión, aunque redujo la mayor parte de sus conferencias a una materia que él conocía y dominaba: la fiscalidad. Perteneció al club Siglo XXI, escenario donde impartió charlas y conferencias, e igualmente fue profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Alicante. Y cuando al final de alguna de sus charlas alguien le pedía un buen consejo para formular la declaración de Hacienda, siempre respondía del mismo modo:

-Le recomiendo que abone lo que deba sin hacer trampas ni ocultar datos, porque pagar impuestos no solo es lo más justo, sino también lo más barato: haga números, compare riesgos y verá como no le engaño. 

Como se puede observar, José Ramón nunca dejaba de impartir doctrina sobre los deberes cívicos, como buen servidor público que era. Participó además en un gran número de proyectos sociales y educativos, invirtiendo el tiempo que se necesitara -y en ocasiones, hasta su propio dinero-, sin otro propósito que no fuera ayudar a los demás o mejorar el contexto urbano del que formaba parte. Consciente de la necesidad de popularizar el estudio del inglés, actividad de la que antes hemos hablado, aportó dinero y esfuerzos en la fundación del King’s College British School de Alicante, hoy consolidado como centro educativo de primer orden. Colaboró además con ONG’S y entidades sin ánimo de lucro de distinto cuño, aunque aquella a la que dedicó mayor dedicación fue la Asociación para la Cooperación con el Pueblo Colombiano, que él mismo creó para salvar las vidas de tantos niños desamparados en entornos selváticos, míseros o violentos. Una historia brutal con final feliz, ya que varios miles de familias españolas se volcaron acogiendo a todas las criaturas. Y entre ellas, a una niña recién nacida, que bautizada como Carmen pasó a formar parte del hogar familiar de los Solano-De Vicente: una vez más, la generosidad llamó a la puerta y fue atendida por alguien a quien le sobraba amor que ofrecer. 

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Queda para el final el recuerdo de un digno funcionario público que asumió riesgos y no precisamente menores. En un lugar de excepción de su domicilio existe una pared de la que cuelgan una serie de títulos, distinciones y nombramientos relativos a su carrera profesional. Uno de estos destaca en especial: se trata de un diploma expedido en 2006 por el Ministerio del Interior, y su texto alude a la colaboración y el asesoramiento prestado por José Ramón en una serie de actuaciones de la Policía Nacional en Alicante. Numerosas diligencias requirieron su presencia en los tribunales de Justicia, pero hay que decir que en la sala de juicios y frente a él, no estaban unos angelitos de la guarda sino más bien los representantes de esos complejos grupos empresariales dedicados al blanqueo de capitales, al lavado de activos, y en suma, al crimen organizado. Pero no se amilanó, porque se trataba de un deber cívico.

El Departamento premió su valentía, se le concedió la Cruz al Mérito Policial, con Distintivo Blanco, y fue el propio ministro quien lo firmó: Alfredo Pérez Rubalcaba, persona a quien José Ramón no conocía personalmente pero a quien apreciaba, porque como él, era un servidor de lo público.