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Joaquín Rábago

La extraña guerra fría con China

Annegret Kramp-Karrenbauer, la ministra germana de Defensa.

Alemania ha decidido enviar una de sus diez fragatas a aguas del Pacífico en un claro gesto de solidaridad de Berlín con la nueva estrategia occidental de contención de China.

El anuncio de la misión naval alemana ha sentado bien en un sector del partido socialdemócrata, aunque éste la haya apoyado como miembro de la coalición de Gobierno con los cristianodemócratas.

El jefe de su grupo parlamentario, Rolf Mützenich, atribuye a la ministra de Defensa, la cristianodemócrata Annegret Kramp-Karrenbauer, una “visión del mundo guillermina”, en referencia a la expansión colonial alemana bajo su último káiser.

La fragata Bayern (Baviera) formará parte de un grupo de buques de guerra de las potencias occidentales, encabezadas por EEUU, cuyo Gobierno se dice preocupado por el rápido rearme chino y su reivindicación de aguas del Pacífico que no le pertenecen.

Además de EEUU, que patrulla normalmente aquellas aguas, otros países europeos como el Reino Unido y Francia despacharán también allí a sus respectivos portaaviones, el Queen Elizabeth y el Charles de Gaulle, con los grupos de ataque correspondientes.

China, por cierto, sólo dispone de momento de dos portaaviones, está construyendo un tercer buque de ese tipo y se cree que para la próxima década aumentará su número hasta cinco o seis.

Berlín se muestra en cualquier caso prudente, ha informado de que su fragata no hará escala en Taiwán, el Estado isla que reivindica la China continental, e incluso ha pedido permiso a Pekín para que el buque pueda atracar en algún puerto chino, tal vez Shanghái o Qingdao.

En la época del imperio guillermino, Qingdao estuvo bajo administración alemana y sirvió de base a su marina de guerra hasta 1914.

Los observadores políticos hablan ya de una nueva “guerra fría”, esta vez entre Occidente y China, a la que en especial sus vecinos asiáticos atribuyen una agresividad cada vez mayor, que choca con la libertad de navegación en aquellos mares.

No es ya, como en la época en que existía la Unión Soviética, una guerra ideológica entre dos visiones del mundo totalmente antagónicas: la comunista y la capitalista.

China es un híbrido extraño entre dictadura comunista y capitalismo, y la lucha se da ahora más bien, como apuntan algunos, entre autocracia y democracia liberal..

La principal diferencia con respecto a la anterior guerra fría es la gran interconexión hoy existente, fruto de la globalización, entre las economías occidentales y la de China, lo que impide cualquier bloqueo de ese país.

China es el principal socio comercial de la Unión Europea. Y en concreto, para la industria alemana es uno de sus principales mercados.

También muchos países del Pacífico que recelan de su poderoso vecino, como Japón, Corea del Sur o Australia, mantienen con él importantes vínculos comerciales.

Incluso Estados Unidos, la superpotencia cuya hegemonía económica disputa China, importa de su rival un 20 por ciento de lo que compra fuera.

Muchas industrias de los países occidentales no podrían seguir funcionando normalmente si se interrumpiesen de pronto las cadenas de suministro con China como se vio durante la primera fase de la actual pandemia.

Según un estudio realizado el año pasado por el Bank of America, sacar de China los procesos de producción que tienen allí las empresas extranjeras podría costar hasta un billón de dólares durante cinco años.

Pero ocurre además que el mundo necesita también la cooperación activa de China, el mayor contaminante del mundo, muy por delante del segundo, que es EEUU, si se quiere luchar con alguna probabilidad de éxito contra el calentamiento del planeta. Guerra fría, tal vez, ¡ma non troppo!

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