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Marc Llorente

Medallas olímpicas para todos

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez.

Introdúzcanse en la coctelera las vacaciones, el turismo, la pandemia y la vacunación. El parón estival no ofrece tregua con su riesgo alto en todas las comunidades. Agítense los ingredientes y sírvase frío el cóctel, sin bajar la guardia, tras ser escenificado el balance del curso político y de la actividad del Gobierno. No vale la política espectáculo. Importa una eficaz y progresista gestión. «Hacer y responder», dice Pedro Sánchez.

Se avanza en medio de la crispación patológica de Casado, Ayuso, Abascal y del resto de componentes a los que se une la oportunista Rosa Díez, diosa de los medios de la extrema derecha, con hambre de chupar foco, y la limitada voz representativa de Inés Arrimadas. Movidos por la visceralidad, no están dispuestos a contribuir a que se siga afianzando la recuperación social y económica. Solo les interesa continuar alborotando el gallinero y presentarse como salvadores de España por la gracia de Dios, según impone la añeja tradición familiar. Lo que no administre la derecha merece castigo.

En año y medio de legislatura, siguiendo el pacto de coalición con Unidas Podemos, algunos compromisos de Sánchez se han realizado y otros están en acción o en la sala de espera. El diálogo y el acuerdo, desde las posibles discrepancias, han ido funcionando también entre los agentes sociales. Los ERTE o el primer paquete de reforma de las pensiones. Los socios del Ejecutivo reclaman que se impulse la agenda legislativa, por lo que es bueno seguir engrasando la maquinaria.

Sobra cualquier clase de triunfalismo y de medallas olímpicas. Porque mucho queda por hacer. La sensación es que siempre, por un motivo u otro, estamos empezando y nunca se logran ciertos objetivos. Es verdad que en la vida política y en la realidad diaria surgen nuevas metas. Ahora crecen los niveles de ocupación, pero la situación laboral requiere notables mejoras que aguardan su turno. Para que el escudo social, destinado a los más vulnerables, no sea transitorio, sino permanente. La negociación de los próximos presupuestos se vislumbra en el horizonte con el bloque de investidura.

El presidente catalán Pere Aragonès ha visto a Sánchez en la comisión bilateral con su lista de exigencias y traspasos pendientes. Un órgano que existe también con otras comunidades. No es un trato de favor. Diferente es la mesa de diálogo, donde sí se habla de las reivindicaciones del independentismo. Eso no significa que el Gobierno no cumpla la ley y que traspase las líneas rojas. Mejor sería no depender de los independentistas para gobernar, sí, pero la aritmética parlamentaria es la que es.

Aragonès no quiso hacerse la foto en la Conferencia de Presidentes y, por tanto, se perdió el debate sobre el destino de los fondos europeos. Ese acto ha tenido lugar en un convento de Salamanca, lugar de oración anticrisis y de búsqueda de cooperación, entre las comunidades autónomas y el Gobierno central, por encima de las luchas partidistas y en favor de los ciudadanos. Los gobiernos regionales van a gestionar el 55 % del montante total de fondos que España va a recibir. La reunión, bien, gracias. El ruido ambiental no varía. No exento a veces de razón indudable.

Vean lo de la investigación del caso Kitchen. Unos, al banquillo de los acusados con el exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, al frente por haber escrito el nuevo guion de «Espía como puedas», la película de espionaje contra el extesorero del PP, Luis Bárcenas, a fin de robar toda la documentación sobre la caja B que pudiera comprometer al partido y a Rajoy. Otros, Cospedal y su marido, absueltos, decisión que se va a recurrir. La confianza en la justicia queda en entredicho nuevamente, dado que el grave asunto apunta al más destacado papel de la opereta, pretendiendo salvar la piel de quienes no han cometido (difícilmente) fechorías.

La juerga, de la que ya hablamos, queda rematada por el escandaloso culebrón de su majestad el rey emérito, que se ausentó hace un año y se instaló en el emirato de Abu Dabi con tres asistentes. Ese lugar que es la joya de los derechos y la libertad de expresión con su monarquía absoluta. Entre otras cosas más positivas, el currículo de Juan Carlos I crece y es antológico en asuntos como las regularizaciones fiscales y, supuestamente, las tarjetas bancarias con fondos opacos para él y su familia, el cohecho, la administración desleal, el fraude o las exacciones ilegales. Y los líos de alcoba con su «afán de servicio a España». Tiene una «simple ayuda» asistencial a cargo de los presupuestos generales por su condición de exjefe del Estado. Todo muy cívico y ético.

Un apacible retiro y plenitud de la presunción de inocencia. No está encausado ni lo estará. Depende. Su examante Corinna Larsen le ha demandado ante la Justicia británica por «vigilancia ilegal y acoso», que incluye a los servicios secretos españoles. «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir», dijo el rey. Ahora no se arrepiente de nada al parecer. Es tragicómico. Y de una gravedad insostenible la (presunta) conducta de una histórica figura en medio de escándalos que siguen encendidos. Unas pastillas anticorrupción no les hubiesen venido mal a más de uno. Más de cuatro, además, necesitan urgentemente la vacuna de la cordura. La insensatez y las ansías de subirse al podio y de exhibir oscuras medallas son contagiosas. 

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