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Dicen por ahí que en año de Juegos Olímpicos el número de medallas de un país es un indicador (no solo en lo deportivo) de su estado de salud. En el caso español, no se salió del medievo hasta los juegos de Barcelona 92.

Antes de la metamorfosis, a falta de medios, los éxitos patrios en blanco y negro se limitaban a personas que, por su talento, hubieran llegado a estrellas del golf aún entrenando con un palo y un par de cantos rodados. Pero de esos, sólo surgen unos pocos de generación en generación.

Con la dotación de recursos económicos y una eficiente gestión, junto con disciplina, práctica y competición, que el talento pasa de ser un don divino a una cualidad bien entrenada. Y en el caso de la gestión de la empleabilidad de los sénior, los éxitos cosechados por España son directamente proporcionales a los resultados obtenidos en los últimos certámenes de Eurovisión. Pero el problema es, que a la falta de medios e intenciones políticas y empresariales de valorar la experiencia con oportunidades laborales, le sumamos también la nociva cultura de que el éxito de unos, debe ser éxito obligado de todos y que, por tanto, si a mi hijo de 9 años le comprara una raqueta y una pluma de bádminton y le pusiera a entrenar a diario contra la pared del salón, debiera nacer una nueva estrella al estilo Carolina Marín.

La solución a la discriminación laboral por razón de edad no pasa por el emprendimiento, ni asumiendo las culpas por no llegar a ser tan obscenamente ricos y exitosos como Amancio Ortega.

Aunque actualmente, muchas empresas se decantan por contratar personal joven, y estos profesionales mayores de 45 años no encuentran oportunidades de reengancharse al mercado laboral, a pesar de disponer de formación, experiencia, años de trayectoria profesional por delante, pese a hallarse en plenitud de sus capacidades. ¡Bien!, pues esta forma de discriminación se conoce como edadismo laboral (del inglés ageism). El Eurobarómetro sobre discriminación en la Unión Europea reveló que la mayoría de discriminaciones a la hora de contratar son por edad avanzada, aspecto del candidato y discapacidad.

Sin embargo, nuestra población envejece inevitablemente, y nos debería hacer reflexionar desde el punto de vista humano así como desde el económico y social. Dar por amortizados a los trabajadores mayores de 45 años es un disparate. Por un lado porque se trata de personas aún jóvenes y capaces, con experiencia y una larga trayectoria profesional, a las que aún les faltan muchos años para alcanzar la edad de jubilación. Profesionales capacitados para aportar valor, experiencia y talento y mantener una vida productiva. Pueden y deben trabajar y recibir un salario. Condenarles al desempleo crónico y a la pobreza no tiene sentido. Por otro lado, dar por amortizado a un profesional a los 45 años resulta una locura. No hay estado de bienestar ni sistema de pensiones que sostenga eso. Nos faltan cotizantes para sostener las pensiones, nos faltan contribuyentes que aporten a las arcas públicas con sus impuestos, y al excluirles del empleo perdemos cotizantes, contribuyentes, y aumentamos la carga para el Estado en forma de prestaciones y subsidios por desempleo.

El envejecimiento de la población propio de las sociedades modernas hace aún más imprescindible contar con los profesionales senior. Necesitamos el talento y la experiencia, las aportaciones de valor que pueden realizar, y también cotizantes y contribuyentes para sostener las pensiones de hoy y para generar derechos evitando situaciones de pobreza y exclusión actuales y futuras.

Creo ciertamente que, empezar a asomarse en los primeros puestos del medallero comienza por contar con esos profesionales competentes, entrenadores con muchas horas de vuelo y un buen plan de ruta o legislación.

Nuestras sociedades no debieran permitirse prescindir del talento de toda una generación de profesionales que aún tienen mucho que aportar. Los equipos mixtos de trabajadores de varios grupos de edad pueden ganar en riqueza y en versatilidad. Unos aportan la experiencia y la trayectoria, la perspectiva y las “tablas”, mientras que otros aportan puntos de vista nuevos y frescos. Todos juntos pueden aportar valor a las empresas y a la sociedad.

Y qué decir que, algunos ya maduritos, no deseamos medallas, nos conformamos con que nos dejen participar en el juego.

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