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Varios grupo de amigos en una terraza

Hace unos cuantos viernes atrás, me reuní con unos amigos de la facultad dispuestos a pasar un buen día y dar cuentas de unas exquisitas viandas. Todo esto regado de una plática larga, reconfortante y reparadora. Charlas de esas en las que, de forma improvisada y distendida, los temas mágicamente se van encadenando. Fuimos recordando hazañas pasadas, hechos actuales y por qué no, también nos aventuramos en posibles actuaciones futuras. La casualidad quiso que para ese mismo viernes la selección española de futbol se jugase su pase a cuartos de final contra Croacia. Cuando planificamos nuestra cita jamás pensábamos que el destino nos iba a regalar este partido de la Eurocopa. Sabemos que, en compañía, en buena compañía, estos eventos deportivos parecen más intensos, y se viven con mayor pasión, aunque luego realmente solo hagas caso a las repeticiones y los goles, mientras el compañero sigue enfrascado, guitarra en mano, en que el nuevo tema de su repertorio suene bien.

Mis amigos, como decía, no solo fueron compañeros de aula o de prácticas en la Universidad, también fueron compañeros de vivienda los años que duró “nuestro destierro voluntario” en una Capital de provincia, lejos de los que hasta entonces habían sido nuestros hogares desde la infancia. Cuando se tiene 18 años, más adolescente que adulto, recién aterrizado en un lugar nuevo y comienzas a descubrir el mundo universitario, su vida paralela y una nueva forma de vivir, todo se magnifica. Durante la convivencia, cualquier tema, sentimiento o ilusión se viven tan intensamente, con tal apasionamiento que no siempre el resultado era el deseado. Muchas de aquellas agrupaciones, amigos hasta entonces de toda la vida obligados a vivir en pisos alquilados, se vinieron abajo, a veces por cuestiones como no bajar la basura en tu turno, o no limpiar el aseo cuando te tocaba o no recoger la cocina, o montar fiestas mientras otros trataban de estudiar. Cuestiones que ahora nos parecen triviales, pero que en su día eran de vital importancia y daban algo de orden en aquel caos, que para nosotros era un caos ordenado, donde vivían y se formaban seis o siete pre-adultos. No teníamos la sensación de lucha, pero con la perspectiva que da el tiempo estábamos luchando por abrirnos camino en la sociedad de principio de los 80´. Y siempre con menos de mil pesetas, seis euros, en el bolsillo para pasar la semana, incluido el viaje de vuelta al pueblo en tren. A la universidad subíamos “a dedo”.

Somos los universitarios de Felipe Gonzalez, el de “OTAN de entrada NO”. Somos los adolescentes de Rosendo Mercado y “Leño”, de Triana, de Ramoncín, Loquillo y Alaska. También de Mecano, El último de la fila y Nacha Pop. Somos hijos del muro de Pink Floyd y, de Serrat, Sabina, Víctor Jara y Bob Marley. Somos los que vimos crecer musicalmente a Madonna. Somos los universitarios del radiocasete, de las cabinas telefónicas y de las llamadas a cobro revertido. De las discotecas, recreativos y de los juegos de arcade. Los estudiantes de las fotocopias.

En la última charla con mis amigos, tratamos de comprender el comportamiento festivo, relajado y muchas veces imprudente de los adolescentes en plena pandemia. Ya sabemos que, una vez vacunados la mayoría de los adultos, los más jóvenes están en el punto de mira como responsables de los nuevos contagios por covid 19. Muchas veces, tratando de entender lo que no deja de ser un comportamiento incívico e irreflexivo de jóvenes en fiestas y botellones, hemos tratado de comparar nuestra adolescencia con la de los adolescentes del 2021, mis amigos y yo también. Pero querer comparar nuestros 18 años con los de hoy en día es totalmente imposible. No fuimos mejores, ni peores, fuimos distintos. Lo que indudablemente todos los adolescentes de cualquier época tienen en común es lo que ya dijo en 1914 el filósofo Ortega y Gasset y es: “Yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Y es que, aunque queramos agruparnos en generaciones, los ambientes, las circunstancias que rodea a cada individuo son únicas y muy personales. A las generaciones les suele unir la música, los libros, los videojuegos, la forma de vestir, … Pero todas tienen un punto en común como es la rebeldía, y la más clásica es la de ir siempre en contra de las normas. El covid aparte de muerte y desolación, también ha llegado plagado de normas, de restricciones y prohibiciones. Manipulando esa indisciplina, ese rebelde que todo adolescente lleva dentro, como están haciendo algunos dirigentes políticos, consiguen elaborara el mejor caldo de cultivo para democráticamente derrocar gobiernos. Estarán de acuerdo conmigo, de que es imposible saber cómo hubiésemos actuado los dieciocho añeros de generaciones pasadas en una crisis de salud mundial como la que estamos viviendo.

Posiblemente este verano, al menos así quedamos, nos volvamos a reunir. Y como siempre después de estas reuniones, al anfitrión, se le quedará la nevera llena de fiambreras con un poco de esto y otro poco de aquello. Con todo aquel aperitivo, bebida o fiambre que un día antes de la reunión nos parecía que era imposible que no formara parte del festín que estábamos preparando. Y también, nos quedará ese regustillo de añoranza, esa resaca emocional y de otros tipos. Ya cuando el día toca a su fin, recogiendo la mesa, siempre llegamos al mismo colofón, a la misma conclusión y es la de que nunca los tiempos pasados fueron mejores que los actuales. Estos son mis amigos. Ellos saben de quiénes hablo.

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