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Vicente Magro Servet

Consecuencias del rechazo a las órdenes anti covid

Gente con mascarillas en el metro de Londres, el pasado domingo.

Están sorprendiendo las actitudes que se están demostrando de algunas personas que no aceptan de ningún modo que nadie les señale que están incumpliendo una medida impuesta para evitar la propagación del virus. Y ese rechazo no se produce en algunos ejemplos con la mera negativa a aceptar el requerimiento de que una persona se ponga la mascarilla, sino que la respuesta llega a ser violenta, agrediendo a quien así se lo recrimina, bien porque quien lo hace tiene una responsabilidad de hacerlo así, o porque es cualquier ciudadano que se lo reclama de buenas maneras a quien incumple.

Estas y otras conductas son la prueba evidente de que existen muchos supuestos en los que la ausencia de responsabilidad individual ha sido una de las claves que ha permitido la proliferación del virus y de la sucesión de olas consecutivas. Porque el cúmulo de factores de incumplimientos es lo que provocan los incrementos de los índices de contagios que luego llevan a tener que soportar los empresarios y hosteleros las medidas que se tienen que adoptar, porque otros no quieren cumplir las reglas de juego anti COVID, y con claro perjuicio para los negocios que no ven lugar ni momento para el respiro económico, o para poner el “contador a 0” sobre cuándo pueden empezar a ver la luz. Así las cosas, el regreso a la “normalidad” es una utopía mientras que un elevado sector de la población siga insistiendo en pensar y llevar a cabo conductas de que todo esto no va con ellos, actuando como si ya todo hubiera pasado y molestándoles que se les recrimine que, o bien deben vacunarse si no lo han hecho, que deben llevar la mascarilla, o utilizar gel hidroalcohólico, etc.

Son, por ello, realmente llamativas las imágenes que se están presenciando en transportes públicos, aviones, trenes, metro, autobuses, donde personas están en ellos sin mascarilla y ante el requerimiento de que se la pongan la respuesta es la de la agresión. Y resulta curioso que una vez dentro del medio de transporte sea cuando no la lleven, ya que para acceder a la zona o dependencias desde la que debe acceder al lugar los vigilantes deben haber comprobado que llevaban puesta la mascarilla, por lo que se entiende que lo que hacen es que se la quitan una vez dentro, provocando en el resto de viajeros la lógica intranquilidad, ante el alto grado de capacidad de contagio de las nuevas mutaciones.

Por todo ello, la negativa, hasta con respuestas violentas, a aceptar estas órdenes, o incluso las recomendaciones como la de vacunarse con las dosis necesarias, son los rasgos definitorios que alientan a pensar que mientras el volumen de incumplidores sea alto será más difícil llegar a la normalidad que algunos piensan que ya está aquí, pero nada más lejos de la realidad, porque la vacunación completa es una de las medidas que evitará la gravedad de los contagios y que la sanidad no se colapse, y los que se niegan a hacerlo provocan que, luego, la misma sanidad tenga que redoblar sus esfuerzos para combatir los efectos del virus para quienes no han querido seguir las recomendaciones. Hasta incluso, comentar que hay que vacunarse provoca reacciones sorprendentes en muchos ciudadanos, una vez superados los iniciales miedos de los efectos secundarios que son mínimos porcentualmente frente al constatado científicamente riesgo del contagio sin la vacuna, como ya se ha comprobado. No hay razonamiento científicamente admisible para asegurar que es mejor no estar vacunado que estarlo si llega el contagio. Y si se puede contagiar una persona estando vacunado, imaginemos cómo se eleva este porcentaje, y además el riesgo de la gravedad de las consecuencias del mismo, si no se está y el porcentaje de contagiar gravemente a sus familiares y amigos si ellos son asintomáticos y no se vacunan. No puede haber una evidencia mayor.

Toda esta situación nos demuestra que ante futuros eventos de estas, u otras características, es preciso llevar a cabo una adecuada transmisión de cultura educacional relacionada con por qué, cómo y cuándo se deben atender las instrucciones que los responsables nos trasladan de lo que se debe hacer en estas situaciones. Y ello, a fin de que cuando las directrices estén claras por la comunidad científica responsable la respuesta de la ciudadanía lo sea “sin fisuras”, y no con posicionamientos individualistas porque no consiste la posición en una cuestión de enfoque personal, ya que esa decisión causa un perjuicio colectivo. Así, si el incumplimiento conllevara solo consecuencias personales negativas cada uno podría ser responsable de sus actos. Pero el problema es que ante una pandemia como la que estamos viviendo la respuesta debe ser global de cumplimiento. Porque incumplir ante el COVID no es una decisión personal, sino un perjuicio colectivo.

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