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Fernando Ull

EL OJO CRÍTICO

Fernando Ull Barbat

El liberalismo es así

Archivo - Bombilla, bombillas, luz, electricidad, energía

Como todos los veranos la población española se ha asombrado por el incremento del precio de la electricidad. Algo que resulta sorprendente. Y no me refiero al hecho del desproporcionado precio de la electricidad si no que para los españoles haya sido poco menos que un suceso inesperado y carente de toda lógica. Sin embargo, si hay una noticia cierta que sucede todos los veranos es que las compañías eléctricas, que mantienen de facto un monopolio de un elemento básico para los consumidores, pongan los precios que consideran oportunos en función de la libertad de competencia y de mercado que existe en la Unión Europea.

A ninguna de las compañías eléctricas españolas les hace falta lanzar promociones ni competir con las otras dos o tres existentes por la sencilla razón de que todas tienen precios muy similares. La única posibilidad que tienen los consumidores, y en ellos incluyo a usuarios de casas, comercios y restaurantes, es que les sea aplicable el llamado bono social implantado por el Gobierno que no es más que el Estado se haga responsable del pago de una pequeña parte de la factura. En realidad la situación actual de precios desorbitados responde únicamente a la voluntad de las compañías eléctricas. Si se tuviera en cuenta a la hora de concretar el precio una demanda fuera de lo normal por la utilización masiva de aparatos de aire acondicionado, la climatología de este verano, con ambiente casi frío en varias regiones de España, echaría por tierra este razonamiento.

Estas empresas privadas y sus consejos de administración decidieron en algún momento dado que sus beneficios debían rondar el 500%. ¿Por qué? Porque les da la gana. Así de simple. Si el próximo invierno o el verano decidiesen que fuera del 600% podrán hacerlo con total libertad. La razón de ello es muy simple. La mayoría de las normas que se aplican en los países que forman parte de la Unión Europea vienen de Europa, es decir, de sus órganos decisorios con trascendencia jurídica sobre los ciudadanos europeos. Las más importantes por lo menos. Y eso es algo que se desconoce en España, un país donde se sigue pensando que es el Gobierno de Madrid o de las CCAA los lugares donde reside las fuentes de las que emanan las normas que nos acompañan en nuestras vidas. Ejemplo de ello son las Directivas, un acto legislativo que da libertad a los Estados en la forma de implementar una determinada norma pero que obliga en cuanto a un resultado y un plazo que cumplir. Por otra parte, las elecciones europeas suelen ser vistas, al menos en España, como unas elecciones de corte menor y de poca trascendencia, lo que ha sido siempre aprovechado por la derecha y los sectores ultraliberales para imponerse en cada convocatoria. Los votantes de izquierda han sido tradicionalmente reticentes, en mayor o menor grado, a la existencia de la Unión Europea, a su estructura y a sus decisiones, como si todo lo que viene de Europa fuera, per se, la materialización de las ideas liberales thatcherianas. Frente a ello hay que recordar que la Unión Europea es el producto de las políticas que se aprueban, de las leyes que se promulgan y cuyo epicentro son unas instituciones que surgen de unas elecciones libres y universales. La Unión Europea que tenemos es la que los europeos hemos votado pero también la que existe como consecuencia de no haber votado y que, como dije antes, ha sido aprovechado por un ultra liberalismo cuyos partidarios votan religiosamente cada vez que tienen oportunidad. Y es esta Unión Europea dominada por partidos de derecha la que ha impuesto la liberalización de sectores claves para los ciudadanos como ha sido el de la electricidad. Misma liberalización que impuso en España los Gobiernos de José María Aznar, que desmantelaron y malvendieron las pocas empresas públicas que quedaban.

La gran paradoja es que mientras que al mismo tiempo que la liberalización de sectores básicos ha supuesto el enriquecimiento de unas cuantas compañías privadas, a los ciudadanos se les ha vetado el acceso o se les ponen todas las trabas posibles para el ejercicio libre de otros sectores de la economía. Así, por ejemplo, en España las compañías eléctricas se han hecho millonarias implantando un monopolio con los precios que quieren, mientras que a los dueños de pisos turísticos se les ponen todas las trabas posibles para ejercer una actividad económica reglada y sometida a la Hacienda Púbica con la inestimable participación de Ayuntamientos regidos por partidos de izquierda que confunden regulación con prohibición.

En cualquier caso, querido lector, no olvide que si usted pidiese que en España haya control de precios de la luz y de los beneficios de las compañías eléctricas sería de inmediato tachado por los medios de comunicación de derecha, mayoritarios en nuestro país, como de peligroso radical de izquierdas, socialcomunista, chavista, estalinista y bilduetarra. Se revisaría su tesis doctoral hasta encontrar cualquier pequeña contradicción, se haría público su lugar de vacaciones (propio de un marajá, por supuesto), se publicarían fotografías de su casa particular y se le tacharía de sultán así como de vivir en un palacio.

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