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Manuel Valencia

Recuperación económica, exportación y transición ecológica

La restauración está tirando con fuerza ahora de la economía

Para la solución de esta crisis global COVID-19 irán de la mano la recuperación económica, el “tirón” exportador y la transición energética. La exportación de bienes y de servicios constituye además una oportunidad de industrialización frente a la excesiva tercerización de la economía española que nos hace muy sensibles a los vaivenes de la coyuntura como hemos visto en los meses pasados.

La exportación representa el 30,6% del PIB español (inferior al 44,9% de la UE) pero fue decisiva en la recuperación en las crisis desde 1990, y especialmente en 2008 y 2012. En 2003 la implementaron 30.000 empresas exportadoras y el 2020 ya alcanzan las 55.000, en su mayoría pymes, pero liderado por un grupo de empresas que ejercen un “efecto tractor” sobre aquellas. La exportación no es un apéndice de la economía española si no que sus efectos interiores penetran en la estructura productiva y representa un 25% de empleo español, unos 5 millones de puestos de trabajo cualificados. Este sector se ha visto seriamente comprometido por el “desinfle” de la demanda que ha supuesto el COVID, poniendo en aprieto a empresas y balances, comprometiendo su viabilidad para seguir creando empleo e innovando. Es cierto que la demanda es asimétrica. Hay sectores como sanidad o equipos electrónicos que han crecido en esta crisis, pero otros muchos se han visto afectados y es importante que la Administración y los fondos europeos se impliquen en este impulso de recuperación. 

Esto nos lleva al tercer elemento del enunciado, la transición energética y la descarbonización. En él hay dos vectores: las nuevas energías, como las renovables, hidrogeno, biocombustibles, captura e CO2, reciclado de residuos, movilidad eléctrica, almacenamiento o economía circular, pero también desarrollar “y purificar” las formas más tradicionales de energía, que siguen en pie, que no pueden ser sustituidas del día a la noche, especialmente en muchos mercados exteriores donde los hidrocarburos son baratos y eficientes a corto plazo. Es pues la exportación europea la que debe incluir soluciones energéticas limpias, sostenibles y eficientes para muchos proyectos en marcha en países que hoy por hoy no lo son. El problema del cambio climático es global y las soluciones solo nacionales son un parcheo a un gran problema. Por eso es tan importante que las ingenierías y empresas sigan aportando soluciones a países en vías de desarrollo, peor preparados o menos conscientes a corto plazo de problemas del calentamiento global. Además, estás exportaciones de equipos tecnológicamente más sofisticados, ayudarían a recuperar el tejido industrial nacional del país exportador. 

Las empresas exportadoras, especialmente sus líderes, tienen un know how que no se puede improvisar con facilidad, pues lo han aprendido durante décadas en fuerte concurrencia con otros competidores internacionales: conocen así clientes, mercados, son capaces de vender (y producir) competitivamente, ejercen de “efecto tractor” de pymes, tienen capacidad de establecer consorcios y alianzas con empresas de otros países para ganar concursos y, sobre todo, bien capitalizados pueden seguir innovando soluciones de economía más verde y sostenible.

Muchas de estas empresas de este tejido industrial están sufriendo el parón de la demanda y del reloj económico que está suponiendo el COVID y se encuentran bajo una fuerte presión financiera. Creo que el gobierno, como ya están haciendo otros países europeos, debe capitalizarlas para potenciar ese know how tecnológico y comercial que no se puede improvisar. Con ellas conseguiría aunar recuperación económica, transición ecológica y fomentar un reforzamiento del tejido industrial vía la exportación. 

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