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Fernando Ull

El ojo crítico

Fernando Ull Barbat

Negacionismo: una moda de países ricos

Dos clientes muestran sus certificados covid-19 para entrar en un local

Gracias a la vacunación masiva que se está llevando a cabo en Europa, la variante Delta del virus Covid-19 ha resultado mucho menos mortífera que las cuatro primeras olas de contagios que los europeos hemos sufrido. Su eficacia después de millones de dosis inyectadas ha quedado demostrada. También el escasísimo número de casos, casi anecdóticos, en los que se han producido efectos adversos en las personas a las que se han suministrado estas vacunas. Algo lógico por cuanto la gente ha seguido falleciendo por otras enfermedades, repentinas o no, que ya existían antes de la pandemia y que en ocasiones han ocurrido a los pocos días de su administración.

Por ello resulta digno de estudio psiquiátrico el movimiento antivacunas que ha ido extendiéndose por algunos países europeos, circunstancia que si no fuera porque su principal consecuencia es que los no vacunados están llenando las UCIs de los hospitales, y en algunos casos falleciendo por esta enfermedad, así como que están ayudando a que este virus se siga propagando al no estar inmunizados, los argumentos (por llamarlos de alguna manera) de los que se oponen a ser vacunados serían motivo de risa además de un monumento a la estupidez. Las manifestaciones que se han celebrado en las últimas semanas en las calles de Inglaterra y Francia, violentas en algunos casos, contra la obligación impuesta por los Gobiernos inglés, galo y alemán de estar vacunados para poder entrar en museos, restaurantes o para trabajar en la sanidad pública, son un claro ejemplo de hasta donde puede llegar la peligrosa mezcla del egoísmo y la ignorancia.

En España el movimiento antivacunas se ha circunscrito, durante los últimos años, a casos aislados de padres y madres contrarios a que sus hijos fuesen vacunados contra enfermedades que se consideraban erradicadas y que por culpa de estos progenitores insensatos movidos, sobre todo, por el deseo de adquirir notoriedad pública y hacerse los interesantes, han vuelto a aparecer en Europa. Con la aparición del virus Covid-19 y el consiguiente esfuerzo que ha hecho la humanidad para crear una vacuna en un tiempo récord gracias a la aportación de financiación pública de la Unión Europea y de EEUU, crecieron exponencialmente dos grupos de negacionistas. El primero de ellos lo constituyen los negacionistas como tales, es decir, grupos de personas que se retroalimentan gracias a informaciones falsas provenientes de las redes sociales, que no hacen ningún caso a científicos y catedráticos de Universidad, que llaman bozal a la mascarilla y que atribuyen la gravedad de la enfermedad a un invento de los Gobiernos en connivencia con Bill Gates o George Soros para dominar a la ciudadanía mundial. Esta clase de argumentos provocan la risa, como es obvio, pero el problema creado por esta gente es que desde el principio de la pandemia han tratado de convencer a personas cercanas acerca de la veracidad de sus estrambóticas ideas. En segundo lugar, y unido a los anteriores, el movimiento antivacunas ha experimentado un auge de protagonismo gracias a la pandemia. A pesar de que las vacunas contra en Covid-19 están salvando decenas de miles de vidas en España, un porcentaje pequeño pero muy ruidoso de la población de nuestro país no deja de sembrar dudas a cerca de su seguridad. Si bien es cierto que la vacunación, a día de hoy, no es obligatoria en España, es imprescindible la articulación de un sistema por el cual aquellos que se niegan a vacunarse, y que por tanto ponen en riesgo la vida de los demás, queden relegados y apartados del mayor número posible de actos sociales. La sociedad tiene derecho a defenderse.

En España, además, hay que sumar la tendencia ultra católica de una parte de la población contraria a determinados avances médicos. De igual forma que no son partidarios de la utilización de la anestesia epidural para mujeres que dan a luz tampoco acerca de la utilización generalizada de vacunas. Creen que la naturaleza, es decir Dios, otorga a las personas un sistema inmunitario que debe perfeccionarse aún a costa de miles de muertes.

Mientras que en Europa, con millones de dosis anti covid-19, hay ciudadanos que se niegan a ser vacunados, en los países del tercer mundo sus Gobiernos no pueden acceder a su compra por falta de recursos. Países en los que no se celebran botellones, ni ridículas fiestas ilegales en barcos o chiringuitos de playa, ni se celebran manifestaciones al grito de libertad. Bastante tienen con llevar a casa un plato de comida al día. Lugares donde las vacunas, cualquiera que sea, son vistas como un lujo, como una oportunidad de vivir y en los que los niños que son vacunados viven y los que no mueren. Así de duro y de simple. Sin embargo en los barrios más cool de las principales ciudades de Europa hay miles de negacionistas y de antivacunas que se manifiestan en contra de que se les ponga cualquier traba por el hecho de negarse a ser vacunados sin importarles lo más mínimo poner en peligro la vida de los demás.

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