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Eduardo Jordá

¡No a la guerra!

Un grupo de talibanes monta guardia a las afueras del aeropuerto Hamid Karzai de Kabul, el pasado 16 de agosto.

En el college americano donde di clases hace diez años había un antiguo soldado que había luchado en Afganistán. Era un chico muy joven que patrullaba en una tanqueta cuando el vehículo saltó por los aires al pisar una mina. Sus compañeros murieron o quedaron malheridos, pero aquel joven soldado se salvó. Después de pasar un tiempo en una especie de residencia para veteranos de guerra con problemas psiquiátricos -el famoso shock postraumático-, fue licenciado del ejército y volvió a casa. Y como recompensa por su sacrificio en el frente, el ejército le pagó una carrera universitaria. Gracias a ello acabó recibiendo clases de “Spanish 301” en aquel “college” de Pensilvania.

Estaba sentado en clase en las últimas filas, siempre mirando al vacío. No hablaba con nadie, no miraba a nadie, no parecía ser consciente de nada. Si le dirigías la palabra, a veces reaccionaba con un movimiento muy brusco y luego volvía a hundirse en una especie de sopor. No podía leer ni podía concentrarse en nada. Era incapaz de relacionarse con los demás. En la cantina se sentaba en un rincón alejado de todo el mundo porque estaba claro que no quería hablar con nadie. Tarde o temprano, imagino, alguien le iba a preguntar por su experiencia en la guerra, pero él no quería -mejor dicho, no podía- hablar de lo que había vivido en Afganistán. Tenía poco más de veinte años y se había convertido en un zombie. Era prácticamente imposible que algún día pudiera casarse, tener hijos o encontrar trabajo. Si tenía suerte, viviría de la paga de veterano sentado en el porche de una casa modesta de las afueras (que probablemente luciría una bandera americana en la fachada). Si no tenía suerte, cuando se le acabaran las fuerzas se pegaría un tiro en un motel o se lanzaría en coche por un barranco.

En los veinte años que ha durado la guerra de Afganistán, EEUU ha perdido a 2500 soldados. Y más de 20.000 han sufrido heridas graves o han quedado incapacitados para siempre. No sé si aquel soldado matriculado en “Spanish 301” contaba como herido de guerra o bien se consideraba un simple veterano de guerra que disfrutaba de su bien ganada recompensa en forma de carrera universitaria gratuita. Por supuesto, los afganos tuvieron muchas más víctimas. En estos veinte años han muerto unos 70.000 militares y unos 50.000 civiles afganos en acciones de guerra. El número de heridos y mutilados jamás se conocerá, supongo. Y no hay que olvidar los muertos y heridos de las fuerzas aliadas que participaron en la guerra. España puso 102 muertos, sin contar civiles, intérpretes y personal cooperante. Muchas veces, a esos muertos de Afganistán los enterraron casi a escondidas -igual que se enterraba a muchas víctimas de ETA en los años 80- porque no interesaba demasiado que se supiera que había soldados españoles en Afganistán. Todo el mundo recuerda a los simpáticos Javier Bardem y Fernando León de Aranoa en la ceremonia de los Goya -y tantos y tantos artistas y escritores más- gritando furiosos “¡No a la guerra!”. Bardem y Aranoa eran personajes muy “trendy” en aquellos días. Lo “cool” era gritar “No a la guerra”. En cambio, los soldados que iban a Afganistán eran unos parias, en el mejor de los casos, o unos criminales imperialistas, si se pensaban bien las cosas.

Pues bien, ahora son aquellos mismos que gritaban “No a la guerra” hace veinte años, porque la consideraban una guerra imperialista y neo-colonial y asesina, los que gritan exigiendo que Occidente haga algo para salvar a las mujeres afganas de las garras de los talibanes. Los mismos que acusaban a los norteamericanos y a sus aliados occidentales de criminales de guerra por haber invadido Afganistán y expulsado a los talibanes -la verdad es que cuesta creerlo- son ahora los que acusan a esos mismos norteamericanos de cobardes y desertores y criminales de guerra. Si no fuera un asunto tan doloroso, sería algo que daría mucha risa. Asombrosamente, no verán ningún programa cómico ni a ningún humorista que se ría de estos intelectualoides que hace veinte años gritaban en contra de los norteamericanos -y sus aliados, entre ellos España- por el simple hecho de haber expulsado a los talibanes de Afganistán, y que ahora chillan como jabalíes en celo justamente porque Estados Unidos no ha sido capaz de evitar el regreso de los talibanes. Son los mismos, sí, los mismos. Aunque parezca mentira, siguen chillando.

Es asombroso. Es cierto que la retirada norteamericana ha sido un caos y ha demostrado un desconocimiento pasmoso de la realidad que se vivía en Afganistán. Por lo que sabemos, los policías y los militares afganos llevaban meses sin cobrar su sueldo por culpa de la corrupción galopante del gobierno de Kabul, pero los diplomáticos norteamericanos no se habían enterado y creían que esos soldados serían capaces de luchar contra los talibanes. Luego, a la hora de la verdad, los talibanes sólo han tenido que sobornar a las tropas nativas con las ganancias del contrabando del opio para que los soldados afganos abandonasen las armas y se pasaran a su bando. Este desconocimiento y esta irresponsabilidad por parte de los norteamericanos resultan asombrosos, sin duda, pero no es menos cierto que los norteamericanos estaban hartos de luchar en una guerra en la que tenían que poner los muertos y el dinero sin recibir a cambio nada más que insultos y críticas y desdenes. Y teniendo que pagar, encima, una carrera universitaria a los pobres veteranos que volvían de Afganistán convertidos en zombies, como aquel soldado de “Spanish 301” que jamás consiguió hablar con nadie.

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