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José María Asencio

VUELVA USTED MAÑANA

José María Asencio Mellado

Salvar vidas

Pedro Sánchez

Dónde está el límite entre la confrontación racional, plural, unida al respeto y el odio o el rechazo irracional. Dónde la frontera entre los valores que se dicen defender y su uso como arma arrojadiza contra quienes se adscriben a otros en el uso legítimo de sus derechos. Dónde la está la línea que divide la oposición y la destrucción y, viceversa, el ejercicio del poder y el uso o abuso del mismo para anular las diversas opiniones.

En estos días en los que los sucesos de Afganistán han removido los cimientos de nuestra sociedad democrática liberal abriendo la puerta a un futuro incierto, el comportamiento de los políticos y algunos medios de comunicación ha puesto de manifiesto el riesgo extremo de toda polarización, del utilitarismo y el populismo que, olvidando los problemas y las consecuencias de no afrontarlos, se basan en la destrucción del adversario manipulando los sentimientos más íntimos de las personas, el miedo a los desconocido, el desprecio al extranjero y a quien no se adscribe a una sola verdad que, por ambos lados del tablero, se quiere única. Estos días han revelado el peligro de que el odio o, cuanto menos, el desprecio hacia el otro se hagan realidad y concluyan en sentimientos que minen el derecho de todos a pensar y a ser respetados. Y todo ello entrando en una espiral perversa de exigencias que muchas veces se contradicen con los valores que se dicen profesar, con los principios de nuestra civilización.

Afganistán es o puede ser algo más que un abandono. Puede significar el declive del sistema democrático occidental que, con sus defectos, reconoce la dignidad humana, la igualdad y la libertad. El mismo capitalismo, moderado por el modelo social, supo conjugar la libertad económica con el interés general, superando los sistemas autocráticos de derechas o izquierdas que anteponían lo público a todo y negaban al ser individual su responsabilidad personal en el éxito o el fracaso.

Afganistán no es, pues, un simple suceso aislado sin más trascendencia como pudo ser en su día Vietnán. Y tampoco, por la premura, al menos para los países que desconocían los acuerdos suscritos por EEUU con los talibanes, era fácil decidir, tomar medidas inmediatas, conjugarse con los aliados y tomar decisiones eficaces.

España ha actuado y, a la vista está, con los medios adecuados en función de las posibilidades existentes en un lugar donde la violencia no es un solo una mera posibilidad. Aprovechar una situación tan extrema para cargar contra el gobierno en lugar de trabajar conjuntamente cuando hay vidas en juego, es tan grave, que descalifica a una oposición que en esta ocasión ha demostrado los mismos defectos que denuncia: la urgencia por derrocar al gobierno para llegar ahí cueste lo que cueste.

Los ataques a Sánchez, su ridiculización con anécdotas vulgares cuando había que enfrentarse a la urgencia del salvar vidas, no eran lo adecuado cuando lo urgente era cooperar. Máxime cuando se ha demostrado y hay que reconocerlo, que el papel que está jugando España, en un medio en el que no existe un plan coordinado cerrado, es positivo. El PP no ha estado y sigue sin estar a la altura de las circunstancias y ha antepuesto sus intereses a las necesidades más elementales que reclaman la protección de las personas en riesgo en aquel país.

Hacer chanzas sobre el grave hecho de que EEUU no llamara hasta hace pocos días a nuestro presidente, que es el de España, no del PSOE, de que nos ignorara, es intolerable en quien se dice español. Bien está que aquí hagamos de nuestra capa un sayo, que inventemos chistes sobre sus zapatillas, pero aceptar y alegrarse de que nos menosprecien fuera, no es compatible con ese orgullo que algunos exhiben y que, parece ser, solo lo merecen unos, no otros. No compartir con Sánchez muchas cosas no debe llevar a animar a otros a hacer mofa de nuestro país o a despreciarlo. Comparto con Sánchez pocas cosas, pero es mi presidente, no Biden, al que no tolero menospreciar a quien preside el gobierno de mi país.

Lo urgente ahora es atender y regresar a los nuestros, así como acoger a los refugiados, que son tales y que exponen su vida ante una amenaza que occidente ha consentido sin que nadie conozca los pactos y acuerdos alcanzados. Y Europa debe elaborar un plan de acogida que dignifique los principios que decimos que son los de nuestra civilización. Predicar valores y no aplicarlos es hipocresía. No es hora hoy de hablar de inmigración ilegal, porque no se trata de eso, sino de refugiados, de seres humanos cuya vida peligra. Y ahí debemos estar todos, por principios que, aunque no sean los mismos, coinciden en lo esencial.  Abrir nuestras puertas a quienes podemos salvar la vida es obligado y ninguna excusa cabe para negar esa ayuda humanitaria.

No es hora de decir “no”, ni de oponerse a lo más elemental buscando un perfil propio que anime los peores sentimientos humanos. Todo es lícito en democracia. Pero hay fronteras que no se pueden traspasar. Y hoy, no proteger la vida de los refugiados para ganar unos cuantos votos, es algo más que irresponsabilidad. 

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