Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Israel de la Rosa

La demencia en casa

La demencia en casa

 Uno de los más frágiles y delicados equilibrios que existen en el espinoso ámbito de la convivencia social es el que se mantiene, con renovado sufrimiento, alrededor de una persona afectada por la demencia senil. Minuciosa observación aparte merecería —aunque únicamente dedicaremos estas enojadas palabras que siguen— la despreciable horda de hipócritas defensores del enfermo, siempre ajenos y desconocedores del problema real, oportunos en su apócrifa solidaridad, invariablemente abrazados a la panfletaria corrección política, turba de bufones que menosprecian concienzudamente, sin sonrojarse, el enorme y constante martirio de familiares y vecinos.

Mal apaño ha tenido hasta ahora este embarazoso rompecabezas, y poco prometedor se revela el futuro. El tormento creciente que genera el comportamiento irreflexivo de una persona con demencia senil, en sus más avanzadas fases, puede llegar a provocar verdaderas fisuras en la salud de quienes la rodean. Gritos continuos, repetidos en bucle hasta la saciedad, sin tregua, día y noche, una y otra vez, una y otra y otra vez, traspasando con pasmosa facilidad las delgadas paredes de la vivienda, inútiles parapetos de la calma, son capaces de desmoronar el talante sereno y dócil del más imperturbable individuo, son suficientes para arruinar la compasión y el sentido común, hasta ayer innegables, del prójimo más apacible y sensato.

Esos permanentes gritos, en su mayoría obscenos por la ostensible inconsciencia del enfermo, esas reiteradas peticiones en voz alta, trufadas de insultos hirientes a sus descorazonados familiares —peticiones que no persiguen respuesta alguna, que no hay forma coherente de satisfacer—, los perseverantes y crueles desprecios a sus cuidadores, se prolongan indefinidamente en el tiempo, erosionando la paciencia de allegados y circundantes, como en el tiempo se prolonga, vergonzosamente, la morosa solución que se reclama, a través de confusos y farragosos trámites, a la Administración. El desolado vecino, cuyo descanso acaba malográndose, y que únicamente aspira ya a conciliar el sueño, acaba convirtiéndose, muy a su pesar, en declarado enemigo, en el furioso demandante de su derecho más elemental, y es señalado y estigmatizado, también furiosamente, por la hipócrita gavilla mencionada con anterioridad.

Esta inesperada época de trabajadores forzados a desempeñar su labor desde el hogar, ha acentuado la existente y desagradable situación, un conflicto más habitual y numeroso de lo que podría imaginarse, y, en muchos casos, las inocentes víctimas colaterales, llevadas por el pudor y el temor a resultar insensibles, abordan infructuosamente el problema en voz queda, reunidas en turbios y clandestinos corrillos vecinales.

Triste sabiduría de la naturaleza, que tolera amargamente semejante e indigno final de un ser humano.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats