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Carlos Gómez Gil

Palabras gruesas

Carlos Gómez Gil

Un Castillo de todos y para todos

El castillo de Santa Bárbara

Existe un sentimiento creciente en Alicante de que el Castillo de Santa Bárbara, uno de los símbolos colectivos más potentes que tiene nuestra ciudad, se está utilizando como instrumento de postureo partidista, al ser sometido a los caprichos de nuestro alcalde, al tiempo que se limita y dificulta hasta extremos vergonzantes su acceso y disfrute en este verano que se supone de recuperación, mientras que sobre el mismo sobrevuela un proceso de privatización para convertirlo en objeto de negocios mercantiles, como ha venido informando este diario.

Durante el pasado mandato municipal del tripartito de izquierdas, el mismo que para nuestro alcalde, Luis Barcala, todo lo hacía mal, se acometió la sustitución de las luces del Castillo para mejorar su iluminación ornamental mediante tecnología Led, que además de suponer un importante ahorro económico permitiría introducir el cambio en los colores proyectados. Tras el cambio en el gobierno municipal, fue el nuevo ejecutivo de Barcala el que ultimó la puesta en marcha de este nuevo sistema de luces, algo que se ha perfeccionado a lo largo del mandato del bipartito del PP y Ciudadanos.

Así, durante estos dos años de gobiernos de la derecha hemos visto que las luces del Castillo se han convertido en un juguetito en manos de su alcalde, habiendo perdido la cuenta de los distintos colores bajo los que se ha vestido este monumento histórico, declarado bien de interés cultural. Es cierto que sobre el Castillo se ha proyectado la bandera de España, los colores de la enseña de la ciudad o de otras causas como el morado que representa la lucha feminista y contra la violencia de género.

Sin embargo, otros muchos colores y banderas han iluminado el Castillo de manera más o menos reconocible, convirtiendo sus murallas en una caprichosa pantalla de proyección. Así, apareció iluminado con los colores de la bandera andaluza, afirmándose que se hacía a petición de la Casa de Andalucía, aunque curiosamente sucedió tras ser nombrado el alcalde, Luis Barcala, andaluz del año por esta casa regional. Entiendo que el resto de las comunidades autónomas tendrán derecho también a ver proyectadas sus banderas sobre el Castillo para que no haya discriminaciones, con la simple petición al Ayuntamiento. Aunque para mayor seguridad, pueden nombrar antes al alcalde personaje del año.

También, con motivo de las protestas que hubo recientemente en Cuba, el alcalde decidió iluminar el Castillo con la bandera de este país, algo de lo que presumió con un mensaje en Twitter, afirmando que apoyaba una Cuba “democrática y libre de dictadura”, mensaje muy similar, por cierto, al que puso también el alcalde de Madrid, el popular Martínez Almeida, ese mismo día al iluminar igualmente con los colores cubanos la fuente de la Cibeles. Teniendo en cuenta el listado largo de países en el que sus ciudadanos luchan por la libertad y en numerosos casos contra gobiernos violentos que están matando a gente en las calles, como sucede en Colombia, o de catástrofes que se suceden en el mundo, como el terremoto que acaba de sufrir Haití con miles de muertos, o incluso de gobiernos dictatoriales que limitan la libertad de sus habitantes y oprimen a las mujeres, como sucede en numerosos países musulmanes, no va a haber días suficientes para proyectar colores de banderas sobre el Castillo por causas mucho más justificadas.

Sin olvidar aquellos días en los que aparecen colores sin motivación aparente, como cuando el Castillo estuvo de un sospechoso azul. Entonces se dijo que era por pruebas, pero sospechosamente coincidió con el nombramiento de Carlos Mazón como nuevo presidente del PP regional. O cuando fue iluminado por primera vez con los colores de la bandera de España, sin ser un día señalado, en coincidencia con una importante convención nacional que el PP celebraba en Madrid ese mismo día. Pero seguro que son casualidades.

En definitiva, el monumento icónico de la ciudad en el que todos volcamos nuestro orgullo y sentimiento de pertenencia, que es desde hace tiempo una tarjeta de visita democrática, emblema de todos los alicantinos al margen de nuestras opiniones, diferencias y colores, se está convirtiendo en objeto de merchandising político barato y pantalla de proclamas partidistas, teniendo en marcha, además, un inquietante proceso de privatización de usos y actividades que va a permitir que empresas decidan sobre su uso y obtengan importantes beneficios.

Todo ello en coincidencia con las limitaciones, dificultades o directamente impedimentos para su acceso y disfrute, como estamos viendo con estupor durante este verano en el que se tenía que estar echando el resto desde el Ayuntamiento para impulsar la ciudad como espacio de atracción turística. Sin embargo, el ascensor de subida no funciona, nunca se ha puesto un servicio de transporte público hasta la cumbre y se ha cerrado el aparcamiento junto a su entrada, obligando a quienes quieren subir hasta la cima a hacer el serpenteante camino a pie en un verano con elevadas temperaturas, como muy bien relató hace pocos días Carolina Pascual en las páginas de este diario. Por no hablar del mejorable aspecto que ofrecen sus faldas y alrededores.

Un Castillo de todos y para todos no puede convertirse en una pantalla de cine para proyectar las ocurrencias de quienes dirigen el Ayuntamiento. Urge definir y acordar con claridad los límites de su utilización simbólica, además de promover su accesibilidad para potenciar el disfrute por todos los alicantinos, impidiendo que se convierta en munición partidista, como ya está sucediendo.

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