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Rafael Simón Gil

El ocaso de los dioses

Rafael Simón Gil

No solo las empresas se van de Cataluña

Independentistas portan esteladas en un mitin en Perpiñán.

Vaya por delante que escribo este artículo pasada la medianoche y a la luz de una vela que me ha regalado la cofradía de nazarenos “El Misterio de las tinieblas” (este año no pudieron procesionar por culpa del Covid chino) dado que hemos vuelto a batir un nuevo récord histórico en el precio de la luz. Ante esas solidarias tarifas que nos impone el Gobierno para que nadie se quede atrás, las velas tampoco han querido ser menos y mis colegas penitentes me advierten de que, una vez agotadas las reservas que tienen, el precio de los cirios y candelas también ha aumentado y no podrán ayudarme. Mientras esa subida tan proletaria de la luz sigue imparable para vergüenza de quienes nos prometían un mundo mejor, más solidario con los menesterosos, el gobierno @sanchezcastejon y su ministro invisible (es invisible porque no puede pagarse la luz que ilumina sus ideas) de Consumo, el comunista Alberto Garzón, ponen las lavadoras por la noche para limpiar de cualquier eficacia las supuestas medidas que tomarán cuando la mitad de los hogares españoles se alumbre con leña de sarmientos. Dicho queda.

Pero yo pretendía centrar el contenido de esta epístola en otras cuestiones también subidas de precio. Una de las características más perniciosas de los nacionalismos totalitarios es su vocación excluyente, su radical y agresiva aprensión por quienes no obedecen de forma devota, ciega, sus dogmas y credos, sus mitos y fábulas, su relato histórico, diferencial, tantas veces imaginario. Ese tipo de nacionalismos, para sobrevivir, para acabar imponiéndose, necesitan rodearse no solo de un enemigo bien identificado (los judíos para el nazismo, los españoles para el “nacionalseparatismo” catalán), sino de unas señas de identidad exclusivas, cuasi crípticas -aunque no sean reales- que les permitan escenificar un mudo simple, binario, maniqueo y cainita donde les es mucho más fácil detectar y señalar con el dedo de la acusación inquisitorial a los “otros”, los “molestos”, los “diferentes”. Tras la persecución del enemigo, convenientemente caricaturizado (nos roban, no son como nosotros, su nariz es aguileña, son unos vagos, no hablan nuestro idioma, tienen el cráneo menos desarrollado…), se le estigmatiza y acosa de las formas más diversas imaginables. Finalmente, apoyados en un aparato propagandístico y mediático bien engrasado, “goebbeliano”, consiguen marginarlo de la sociedad para que no suponga un peligro; ya no está con nosotros, la pureza de la sociedad racial, identitaria, excluyente, ha quedado a salvo.

Cuando el mal llamado “procés” catalán habitó entre nosotros impulsado por unos fanáticos que preferían alimentarse del odio al supuesto enemigo en vez de compartir razones, solidaridad y otros valores tan de moda en esta hedonista e hipócrita sociedad (aquí siempre se cita al diálogo y cuando te sientas, además de imponerte una agenda inasumible, resulta que ni tan siquiera se dignan hablarte en la lengua común), centenares de empresas y sociedades radicadas en Cataluña salieron de estampida. ¿Miedo capitalista; cobardía mercantil; inseguridad jurídica; anticatalanismo sobrevenido? También; pero sobre todo, una buena ración de realismo mágico practicado a la inversa: ante la fantasía de la narración nacionalseparatista se impone la realidad del interés, la certeza del mundo conocido, la seguridad experimentada en siglos de convivencia y negocio común. Pero no alberguen demasiadas esperanzas, el dinero, muchas de esas empresas -al igual que las religiones-, siempre busca cobijarse en los espacios más seguros, y estoy seguro de que si un día les acomodara muchas volverían al redil nacionalista.

Pero si las empresas y sociedades han salido de estampida de la Cataluña talibán que están configurando sus líderes separatistas, hay otra realidad mucho más preocupante en esa dinámica de exclusiones, exilios forzados y deportaciones sobrevenidas que se están produciendo en la distopía “nacionalseparatista”. Vean. Sean Scully es un pintor irlandés afincado en Barcelona -junto a su mujer, la también artista, Liliane Tomasko- desde hace treinta años. Scully amaba ética y estéticamente Barcelona, y allí creó gran parte de su obra. Hace unos días, sin que los medios de comunicación, especialmente televisiones amigas y el portavoz mediático oficial de la Generalidad, TV3, dieran demasiada relevancia, en una entrevista publicada en el Financial Times, el artista afirmaba que se fue de Barcelona por culpa de la lengua y el nacionalismo. “Al final, no pudimos soportar Barcelona por esta mierda”. “En Barcelona, ibas a reuniones y hablaban siempre en catalán, como diciendo, te jodes”. Ahora, tras estas declaraciones del entonces amigo, algunos medios de comunicación exquisitamente independentistas y prosaicamente dependientes del dinero del amo separatista, tachan a Scully de “catalanófobo”. ¿Les suena a ustedes lo de Hitler y el enemigo común? ¿Lo de son diferentes, no hablan nuestra lengua, tienen la nariz aguileña, nos roban?

Hace unos años fueron las empresas y sociedades quienes abandonaron Cataluña. Ahora han sido Sean Scully y Liliane Tomasko (por cierto, una mujer independiente, una artista a la que ninguna militanta canónica del círculo de las bellas artes feministas he escuchado defender ante ese destierro forzado) quienes se han exiliado de los talibanes de la “performance puigdemontiana” que asola Cataluña. Pero ya antes, incluso hoy, sigue la presión para que “los otros”, “los molestos”, “los diferentes” abandonen el paraíso terrenal que ha creado el Gran Hermano. Se han llamado, se siguen llamando Stefan Zweig, Thomas Mann, Sigmund Freud, Albert Einstein, Otto Klemperer, Arturo Toscanini; se han llamado, se siguen llamando las decenas de filósofos e intelectuales obligados a exiliarse de la Unión Soviética en 1922 a bordo del llamado “Barco de Vapor de la Filosofía”; se han llamado, se siguen llamando Heberto Padilla, Jorge Edwards o Cabrera Infante, de la Cuba castrista; se llaman, se siguen llamando Félix de Azua, Albert Boadella, Xavier Pericay, Javier Cercas…, acosados, insultados, hostigados por el tolerante nacionalseparatismo catalán. Se llaman, se siguen llamando ustedes dos. Es cuestión de tiempo. A más ver… si podemos pagar el recibo de la luz.

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